Mi historia II

30 OCTUBRE 2006


2ª PARTE


Tenía clase por la tarde dos días a la semana, lunes y martes, y, puesto que mi madre salía muy tarde de trabajar y mi casa estaba un poco lejos del colegio, esos días almorzaba en el comedor. La comida no era muy abundante, pero de todas formas yo siempre dejaba comida en el plato para que luego fuese más fácil devolver lo que había comido. Cuando recogía mi bandeja ante la mirada de mi compañera con la que comía (y con la que no me llevaba muy bien), me iba al baño, cerraba la puerta, abría el grifo y me mojaba dos dedos de la mano derecha para que se deslizaran sin ningún problema por mi garganta. Luego los introducía cuidadosamente e intentaba meterlos lo más atrás posibles, como cuando el médico te mira si tienes anginas y tú estás a punto de vomitar. Hacía esto repetidas veces, hasta que me había deshecho de cierto porcentaje de la comida que había ingerido, no de toda; puesto que por aquel entonces yo aún pensaba que la comida era necesaria y que con sólo reducir un poco mi alimentación reduciría mi peso. Entre una y otra vez me lavaba los dedos con agua puesto que era incapaz de meterme los dedos con restos de comida en la garganta. Cuando terminaba, me lavaba las manos, me las secaba con un trozo de papel, me limpiaba la cara e intentaba que se notara lo menos posible mi cara enrojecida e hinchada, aunque era casi imposible.

Así, poco a poco, fui vomitando más a menudo. Los demás días de la semana, cuando había comidas con muchas calorías. Iba al baño, dejaba correr el agua del grifo para que no me escucharan y me metía los dedos una y otra vez. Al principio lo hacía en el retrete pero el agua goteaba desde el lavabo cada vez que me limpiaba los dedos para volver a introducirlos, por lo que terminé haciéndolo en el mismo lavabo. Simplemente tenía que ir empujando la comida para que no se quedara en el los agujeros y se atascara.

Mi padre no comía en casa y mi madre no se daba cuenta. Ella sólo pensaba que hacía cosas muy extrañas con la comida. Por ejemplo, la costumbre que adquirí de no comerme la fruta hasta después de un rato, decía que tenía que relajarme un poco y descansar de la comida y luego me la comería. En realidad, me daba igual estar o no hinchada, lo que quería era vomitar la comida que engordaba y guardar las vitaminas de los alimentos sanos como la fruta.

Mientras tanto, yo seguí teniendo mi vida normal, porque cuando tienes estos problemas es como si tuviese dos vidas al mismo tiempo. Por un lado está tu vida normal, la de tus amigos, tu familia, tu vida personal… y por otro tu vida de anoréxica o bulímica que por supuesto condiciona la otra. Aunque de momento, por aquel tiempo yo las tenía bastante separadas. Sin embargo, mi trastorno me ayudaba mucho en mi otra vida o al menos eso creía yo. Para empezar me ayudaba a adelgazar que era lo que más quería puesto que creía que si lo conseguía me daría la felicidad, todas las cosas que no había tenido nunca y con las que había soñado: popularidad, novio, amigos, buena imagen, expectación… y por otro lado me daba seguridad, me hacía sentirme más confiada y aumentaba mi autoestima.

Al mismo tiempo, al ir perdiendo peso, aunque lentamente, la ropa iba quedándome más holgada y eso me producía una enorme satisfacción y sensación de euforia. Además, fui comprándome ropa nueva, de tallas más pequeñas, cosa que me hacía sentirme realmente feliz. Fui cambiando mi vestuario, empecé a dejar de vestirme como siempre, como una niña y a llevar ropa de gente de mi edad, a sentirme más mayor, más atractiva… aunque todavía no me veía realmente bien.

Seguía vomitando tras las comidas, sin preocuparme por nada más que por adelgazar. A veces, cuando vomitaba me miraba en el espejo con la cara roja, llorosa y pensaba "Ana, estás enferma, ¿qué estás haciendo? Mírate, tienes que parar, párate, eres muy triste, fíjate a dónde has tenido que llegar porque no eres capaz de controlarte y no comer, eres lamentable, ¿qué haces? ¿por qué no paras?" pero, a la vez, no quería dejarlo porque el ver todo lo que había vomitado me alegraba realmente el día y me hacía sentirme bien. Era la manera de librarme de la culpabilidad que me hacía sentir el comer y el no poder controlarme. De librarme de esa sensación infernal de odio hacia mí misma. Otra sensación genial que me daba mi trastorno era el secreto, el tener algo propio, algo mío, algo que solamente yo sabía y que nadie más podía controlar, solamente yo. Nadie que me dijese lo que tenía que hacer ni cómo hacerlo, nadie que me diese órdenes, que me controlase, que me vigilase en cada momento, porque ese era mi momento, mío, solamente mío.

Un día, cuando todavía no era consciente de lo que me estaba pasando, pero empezaba a darme cuenta, fui como de costumbre al baño. Había comido espaguetis con tomate. Introducí mis dedos mojados en la garganta y vomité la comida. Tras varias veces conseguí vomitar prácticamente todo el plato. Sin embargo, parte de los espaguetis se quedaron en el lavabo. Intenté empujarlos por el agujero, pero el lavabo no tragaba el agua y estaba lleno de comida. Me puse muy nerviosa, no sabía qué hacer; intenté todo lo que se me ocurrió pero fue inútil. Los restos de comida de días anteriores obstaculizaban el paso de los gusanillos alargados que se negaban a abandonar el lavabo. Metí horquillas, pinzas… para intentar sacar la comida, pero fue inútil, el lavabo no tragaba. Abrí la puerta del baño, me aseguré de que ni mi hermano, ni mi madre entraran en el baño y cogí un destornillador. Cerré de nuevo la puerta del baño e intenté inútilmente abrir el tapón agujereado del lavabo que no dejaba pasar la comida. Yo cada vez estaba más nerviosa y no se me ocurrió otra cosa que llamar a mi hermano (con el que entonces me llevaba muy bien) para que me ayudase a librarme de la comida antes de que mi madre se diese cuenta. Él me preguntó qué había pasado y yo le dije que se había atascado y me preguntó cómo. Le dije que eso daba igual y me dijo que si no se lo decía que no me ayudaría. Yo me quedé callada. Me preguntó que si había vomitado, que si me había metido los dedos. Asentí con la cabeza. Luego preguntó que si era la primera vez que lo hacía y yo no pude mentir y le dije con voz muy baja que no. Intenté llorar porque mi secreto más oculto había sido descubierto y ahora nada sería lo mismo, pero mi orgullo, mi felicidad por conseguir ser cómo quería ser no pudo evitar que me echara una carcajada. Me reí mientras mi hermano volvía la cabeza y preguntaba: "¿Te hace mucha gracia?" "No", dije yo y entonces ahí fue cuando no pude más y me eché a llorar, cuando me di cuenta de que nada sería igual. Le pedí y le rogué a mi hermano entre lágrimas que no se lo dijera a mi madre. Él no sabía qué hacer. Intentó desatascar sin éxito el lavabo. Lo único que conseguimos fue eliminar la comida de tal manera que mi madre creyese que se había atascado por mis pelos, porque ella siempre decía que un día se atascaría si no quitaba los pelos al cepillarme el pelo, con lo que se tragó el cuento. Fui rápidamente al supermercado y compré un desatascador que utilicé en alguna otra ocasión sucesiva a escondidas de mi madre.

Como bien sabía las cosas entonces no fueron iguales. Yo no sabía si mi hermano había cumplido su promesa de no decírselo a mi madre o si se lo había contado, aunque me extrañaba que si lo hubiera hecho ella no me hubiese dicho nada. Por otra parte me negaba a creer que él hubiera guardado el secreto, cosa que creo que hizo al menos por el momento. Tal vez mi madre lo supiera pero no hubiese dicho nada porque no sabía cómo reaccionar y necesitaba prepararse. Tal vez. Desde entonces, cada vez que comía me ponía muy nerviosa, sin saber si luego podría vomitar, si lograría que nadie se diese cuenta. Así reducí ligeramente mi dieta, con el temor de no poder deshacerme de la comida después. Además yo vagaba por la casa evitando la mirada de mi hermano en cada momento. Me había destrozado. Él lo sabía, con toda la fuerza que daba el mantener el secreto y él había tenido que romper el hechizo. Empecé a odiarle. No podía verle, me daba miedo. Sobre todo en las comidas, le evitaba constantemente, no quería saber nada de él.

Continuará..

ANA


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de terminar de leer todo tu diario,no soy bulimica ni anorexica nunca vomite pero si millones de veces meti mis dedos intentandolo pero el miedo es mas fuerte y me gana, nose si porque lo habre echo en algunas horas de no haber ingerido nada o quisas es como digo que el miedo es mas fuerte, pero empuje mis dedos hasta donde no podia mas, hasta que los ojos me lloren, se me haga agua la nariz y me caiga la saliva en forma de hilo, no lo intente porque me gustaria ser bulimica o anorexica o cualquier otra enfermedad no por eso no, lo intento para verme mejor yo, porque ahi dias en los que no me puedo ver mas, en los que lloro por no ser lo flaca que yo quisiera ser, medir 1,58 y pesar 51,200 es mucho quisas lo digo en peso y en altura pero lo que me importa no es eso, lo que me importa es la imagen,no ser lo que quiero ser no me hace feliz y se nunca voy a estar conforme.
tenia ganas de desahogarme un poquito y crei que este era un buen lugar.
admiro el valor que tenes para contar lo que te paso
besos.

Anónimo dijo...

Me encuentro envuelta de desilusióon..., siento rabia por la gente delgada, me siento inferior, incluso esto hace que sea menos social.
La palabra gorda, es un término que me ofende más que ningún otro.
Desde pequeña siempre he recibido insultos similares y el mero hecho de recordarlos me hace entristecer.
Hace un tiempo, hice una dieta, con la que perdí muchos kilos, me quedé bien, tenía confianza en mi misma, la ropa me quedaba estupenda, baje al menos 3 tallas, y todo ese esfuerzo se ha ido al garate...
He vuelto a engordar todo lo que adelgacé, y mi vida vuelve a ser como era... Muchas veces he intentado meterme los dedos y vomitar, pero me veo incapaz, no puedo, no quiero.
A veces, me dan ataques de hambre, y empiezo a comer y comer, y sigo aún sin tener hambre. Incluso en ocasiones tengo angustias, es decir, me encuentro empachada , servida, pero aun sigo comiendo, nunca paro.. Me pongo a dieta, duro una semana.. y sigo comiendo como siempre. Es triste estar así, envidio a la gente que nunca ha tenido este problema, que puede comer todo lo que desea sin sentirse mal, y que se mira al espejo y ve un cuerpo fino y esbelto, ojala yo fuera ASÍ.
Necesitadba desahogarme y este sitio me dió confianza para ello