5ª Sesión


15 DICIEMBRE 2007


Volví el martes por la mañana a la unidad de TCA. Me adelantaron la cita un par de días porque tienen la agenda completamente saturada. No sabía muy bien para qué iba. En teoría, me habían citado para explicarme cómo funcionaba el hospital de día de la Unidad de Trastornos de Alimentación.


Llegué puntual a mi cita y esperé unos minutos mientras la enfermera y el psicólogo aclaraban algunos asuntos sobre mi historial al otro lado de la puerta. El psicólogo me hizo pasar a su consulta.


- “¿Cómo estás?”

- “Bien.” -Respondí fríamente. Fue la mejor respuesta que encontré para tan hipócrita pregunta. ¿Cómo iba a estar?- “Supongo que bien.” -Añadí.-


A continuación él dijo algo no que logro recordar a lo que yo respondí que no sabía qué se suponía que debía decir, que necesitaba un guión, unas pautas, una serie de preguntas, que no sabía de qué hablar.


Se quedó callado mirándome esperando que fuese yo la que continuase hablando, la que fuese a resolver el complejo algoritmo. Entonces, se percató de que no iba a decir nada más, de que, al igual que él, esperaba que añadiese algo, que hiciese alguna pregunta, que redirigiese la conversación. Salió del trance que le envolvía y bajó la vista hacia las hojas de papel de mi historial sobre su mesa intentando encontrar algo de lo que hablar.


Enseguida comprendí que no podía esperar que fuese él el que decidiera de qué había que hablar, que fuese él el que acertase la incógnita a resolver. Recordé las últimas conversaciones con mi novio. Habíamos habado de la rutina. De lo difícil que me resultaba comer, no tanto por el hecho de la comida en sí sino por el absurdo hecho de tener que saltarme una rutina que llevaba siguiendo milimétricamente desde hacía más de 7 años. Mi novio me preguntó si le había hablado de todo eso a alguien, al psiquiatra, al psicólogo, a la enfermera… no, no lo había hecho. No había surgido en ninguna conversación. Es curioso. Después de varios meses en la Unidad, nadie me ha preguntado aún por mi rutina. Resulta curioso pues si alguien se molesta en informarse un poco sobre los TCA se dará cuenta en seguida de que estos trastornos giran en torno a la rutina, en torno a las reglas, a las pautas, a las normas. Pero nadie me había preguntado aún por esas normas.


Inicié la conversación.


- “Hay algo de lo que no le he hablado al Dr. Jiménez Mazo (mi psiquiatra) y que he estado hablando últimamente con mi pareja. Supongo que no me había detenido a pensarlo hasta que lo hablé con él o tal vez, simplemente, no surgió en ninguna conversación. Se trata de la rutina. El Dr. Jiménez Mazo me preguntó si había notado algún cambio en mí y le dije que no, pero en realidad sí que lo he notado, pequeños cambios, sobre todo en mi estado de ánimo, pero también hacia la comida, aunque en menor medida. Le dije que no porque no me había percatado de ellos, pero sí que ha habido pequeños cambios. Lo que más me cuesta no es comer o la comida en sí sino saltarme la rutina que llevo cumpliendo desde hace más de 7 años. Me he acostumbrado a no comer entre semana y es algo que no me planteo. Como el que va a clase cada mañana o se da una ducha, no lo piensa, solo lo hace y eliminar ese acto es muy difícil. Eso es lo realmente difícil para mi, no es el hecho de comer. Es cierto que hay alimentos que me resultan más difíciles que otros pero las cenas o los desayunos no suponen un problema tan grande para mí. Sí las comidas principales y sobre todo entre semana porque las he eliminado prácticamente y me siento mal cuando como entre semana. Me he acostumbrado a no comer nada en todo el día desde el desayuno hasta la cena y a tener el estómago completamente vacío hasta la noche, tan sólo me permito un café o una manzana a media mañana.”


Hablamos sobre el hospital de día y las posibilidades. Sé que tengo una oportunidad a la que muchas chicas no pueden acceder pero vivo a más de una hora de la unidad y eso trastornaría mi vida. Obviamente prefieren trastocar lo menos posible la vida de los pacientes.


- “Estoy intentando comer. Mi madre llega tarde del trabajo y generalmente yo ya he comido sola, lo cual implica que no como. Pero desde hace dos semanas hemos llegado a un acuerdo. Ahora la espero cada día a que llegue del trabajo para comer juntas y aunque me cueste, eso me hace obligarme a comer. A veces mi madre no puede venir a comer a casa, entonces, le pido a mi hermano que coma conmigo, otras veces, hago un esfuerzo por comer sola porque cuando llevas en la cabeza el chip de que vas a comer te resulta más fácil hacerlo.”


Hablamos sobre la estructura familiar, los hábitos alimenticios y la evolución de mi situación. Observó mi registro alimentario. Deficiente en algunos alimentos. Notable en el número de comidas diarias. Vió que había hecho un esfuerzo. Hablamos largo y tendido sobre los miedos y la comida. Sobre el miedo a engordar, sobre la preocupación por el peso, los miedos irracionales y las preocupaciones excesivas hasta la obsesión.


A continuación, me acompañó a la enfermería donde le comentó a Pilar, la enfermera, mi situación. Me dieron una nueva oportunidad. Estoy haciendo un esfuerzo por comer con mi madre cada día. Le enseñó mi registro alimentario, tengo deficiencias pero no me he saltado ninguna comida. Me dan otra oportunidad. No tengo que ingresar, de momento, en la Unidad. Queda solo 1 semana para Navidad, así que tampoco tiene mucho sentido. Me dan una oportunidad. Quieren probar qué tal va esta situación. Saben que estoy haciendo un esfuerzo. Quieren que continúe con esta nueva conducta y estabilice esta rutina diaria de comer con mi madre y que la mantenga para poder, más adelante, trabajar en la dieta. Quieren que adquiera una nueva rutina de comer cada día acompañada y sentándome a la mesa y hacer de esta situación algo diario, normal y agradable.


Me dieron una nueva oportunidad pero me advirtieron que después de Navidad evaluarían de nuevo la situación y que si no funcionaba tendrían que ingresarme. Me tomaron la tensión: 10/5. Increíble!! He subido. Me pesaron. He perdido casi medio kilo en 10 días. No puedo perder más peso. “Sigues perdiendo peso” me dijo Pilar.


Llevo dos semanas comiendo a medio día, supongo que lo de ingresarme me dio pánico. Pero es difícil. A veces desearía decirle a mi madre que ya he comido para no tener que comer. Sé que no puedo. Sé que no debo. Pero desearía hacerlo porque me cuesta tanto… y necesito un descanso. A veces llego a casa sabiendo que tengo que comer y solo quiero llorar porque no quiero tener que comer. Solo quiero poder decir, “no, yo ya he comido” y encerrarme en mi habitación a escribir en mi sempiterna soledad. Comer es difícil y la gente no lo entiende. Mi hermano pequeño me dice constantemente “si no comes te vas al hospital.” Le entiendo, y sé que lo dice porque me quiere pero no entiende que me resulte tan difícil. Es como un drogadicto que quiere recuperarse de su adicción a las drogas pero su cuerpo le pide un chute. Mi cuerpo me pide un chute, mi cuerpo me pide un ayuno porque, en definitiva, el ayuno es mi adicción.


Es muy difícil. Quiero comer y no quiero comer. Quiero comer pero me cuesta. Quisiera comer sin esfuerzo, sin lágrimas, sin dolor. Y después de todo el esfuerzo voy a la farmacia, me quito las botas, me peso y he vuelto a adelgazar: 45,500 kilos. 45 kilos y medio. Cada vez peso menos, a pesar del esfuerzo. Quiero llorar. Estoy comiendo, no quiero comer pero hago el esfuerzo porque sé que no debo adelgazar más, no quiero adelgazar más, me da miedo adelgazar más. Estoy perdiendo peso y por primera vez estoy comiendo. Eso me asusta. Me asusta mucho. No quiero comer pero no quiero adelgazar. Me siento bien y mal a la vez. Estoy comiendo, me duele comer pero me estoy esforzando y lo estoy consiguiendo. Estoy adelgazando y me duele porque me estoy esforzando por no hacerlo, por no perder más peso. La talla 34 se escurre en mis caderas. Los cinturones ya no se ciñen a mi cintura, he perdido las curvas, las costillas me sobresalen, mi palidez me delata, mis huesos se marcan bajo el algodón de las camisetas y las formas de mi cuerpo se desvanecen bajo amplios abrigos que cubren mi cuerpo aniñado.


Pero estoy comiendo y estoy haciendo un enorme esfuerzo para llevarme cada bocado de comida a la boca. Sé que parece absurdo hacerse semejante pregunta pero resulta tan difícil que a veces me es imposible preguntarme si realmente merece la pena.


Gracias por todas vuestras palabras. Llegan las Navidades, para bien y para mal. Os deseo unas bonitas fiestas. No dejéis que la comida os arruine estos bonitos días con la gente que más os quiere.

ANA


4ª Sesión


04 DICIEMBRE 2007


El cielo se desploma ante mí. Los pilares se derrumban. No aguanto ya el peso que cargo sobre la espalda. Me he caído y no sé si podré volverme a levantar. Mis piernas se niegan a sostenerme, mis pies se niegan a caminar.


Lunes 3 de diciembre. 8.30 am.


Llego a la consulta del psiquiatra, llamo a la puerta algo amedrentada. No sé qué tengo que decir. ¿Qué se supone que debo decir? ¿Qué espera que le diga? ¿Qué desea oír? Espero que sea él quien haga las preguntas. Abre la puerta algo sorprendido.


- “Creo que tenía consulta con usted” le digo.

- “A las 9.30 ¿no?” añade él. “Espera.”


Saca una hoja y me pregunta mi nombre.


- “Estás citada a las 11.50. Te has adelantado un poco.”


Me dice que intentará verme a las 9 para que no tenga que esperar tanto. Salgo a la calle y fumo un cigarro al intempestivo frío matinal. Vuelvo a entrar en el hospital. Subo las escaleras lenta y apesadumbradamente. Los pasillos están completamente vacíos. Me dejo deslizar por las baldosas limpias y pulcras con la mirada fija en la puerta de la consulta, esperando que el picaporte gire sigilosamente hacia mi destino.


Por fin se abre la puerta. El doctor asoma su mirada penetrante a través de la rendija de la puerta y me hace pasar. Entro, me quito el abrigo y me siento. Respiro. Él se sienta detrás de su mesa tranquilamente. Desconecta su móvil y comienza a buscar mi historial entre el montón de carpetas que inundan su mesa.


243699. Ese es el mío. Esa soy yo. Un número. Un caso más. Otro cualquiera. Abre mi carpeta y saca todas las hojas que hay en su interior.


- “¿Cómo estás? Me pregunta.

- “Anímicamente muy bien. Me siento mucho más animada, mucho más contenta, más a gusto y dicharachera.”

- “¿Y en cuanto a las comidas? ¿Has notado algún cambio?”

- “No. Ningún cambio. Todo igual. No he notado ningún cambio.”

- “¿Cuánto pesas? ¿Te has pesado recientemente?”

- “46. Me pesaron hace una semana aquí en el hospital”

- “¿Y cuánto pesabas cuando llegaste?”

- “48 kilos.”

- “Llevas aquí más de un mes y has perdido 2 kilos. El tratamiento no te ha hecho ningún efecto.”

- “Sí pero yo pensaba que cuando una persona tiene voluntad era suficiente.”

- “Pero no has hecho ningún progreso.”


Me lee por el encima el historial.


- “…empezaste a adelgazar a los 16 años, perdiste 12 kilos en 1 año. Los 2 años siguientes perdiste 8 kilos. Luego conociste a tu novio y dejaste de vomitar aunque reconoces que no mantenías una dieta equilibrada. Este año muere tu abuelo y vuelves a recaer otra vez. No has reaccionado ante al tratamiento. Tu situación es esta. Yo no puedo hacer más. Creo que en tu caso lo único que podemos plantear es ingresarte en el Hospital de Día.”

- “¿Hospital de Día? ¿Qué es eso? ¿En qué consiste?”

- “Tendrías que venir de lunes a viernes de 8.30 a 14.30 y haces aquí el desayuno y la comida.”

- “Pero esto no es obligatorio, ¿no? Quiero decir… que puedo pensarlo, ¿no?”

- “Sí, claro, nadie va a llamar a la policía para que te traigan aquí a la fuerza. También la consulta es voluntaria y estás aquí porque quieres recuperarte, ¿no?”

- “Sí, pero es que tengo cosas que hacer, tendría que valorarlo porque aunque esto sea importante tengo mis clases y mis horarios, tengo más responsabilidades.”

- “Sí, claro, tienes que valorar las prioridades pero la prioridad es ésta. Cuando te rompes una pierna no puedes decir, no espera que ahora no me viene bien que tengo que ir a clase, voy al médico otro día.”

- “Pero es que mis padres no sé cómo van a reaccionar porque no creo que a ellos les parezca bien que deje de lado el resto de mis responsabilidades por esto, es que ellos no les dan tanta importancia como debería tener y no creo que les guste mucho la idea.”

- “¿Sus padres son médicos?”

- “No”

- “Entonces. Usted tiene una enfermedad muy grave; muy grave. Lógicamente puede hacer lo que quiera pero si lo sigue posponiendo lo que va a hacer es que su cuerpo y su salud se va a ir deteriorando.”


Me fui de la consulta con los ojos llenos de lágrimas. ¿Ingresarme? ¿Cómo que ingresarme? No, no, no puede ser. No estoy tan mal. No estoy tan mal, ¿no? ¿Una enfermedad muy grave? Sí, ya sabía que podía serlo, pero que lo fuera ya… ya… no… no me lo puedo creer. Por primera vez entiendo lo que muchas chicas dicen de que cuando te quieres dar cuenta es demasiado tarde, no hay vuelta atrás. No quiero estar enferma. Sólo quería probar un poquito, un poquito de dieta, un poquito de delgadez, un poquito solo, no quería enfermar realmente, no quería llegar a este punto.


¿Por qué no me habré dado cuenta antes? ¿Por qué es tan difícil? Ayer me hice la promesa, tal vez absurda, de que iba a comer. Tal vez no es más que un modo de engañarme. De decir, joder, no quiero enfermar, no quiero que me ingresen, no quiero morirme, quiero recuperarme, quiero poder hacer una vida normal, voy a comer para demostrar a todos que no me hace falta, para demostrarme a mí misma que puedo hacerlo. Pero no estoy segura de si no es más que una mentira, un engaño para salir del paso y que no me ingresen aún a sabiendas que debería hacerlo, de que sería lo mejor.


Sea como sea, ayer, por primera vez en mucho años, en muchos, muchos años, comí un lunes. Me senté delante de un plato de guisantes con jamón y dos tostadas de pan integral y comí. Comí muy lentamente a bocaditos pequeños. Comí sola. Me comí todo el plato con las lágrimas en los ojos. No vomité. Pero tuve ganas de llorar durante la comida, mientras preparaba la comida, después de la comida, por la tarde, por la noche, durante la cena, antes de acostarme, en la ducha, en la cama, esta mañana al despertar, ahora al pensar en lo que comeré cuando llegue hoy de clase porque hoy por primera vez en muchos, muchos años voy a comer un martes.


ANA


Semana productiva


28 NOVIEMBRE 2007


Hoy hace exactamente una semana y un día que fui a ver a M. Le debía algo. Le debía la “Carta a mis padres” que he editado a nivel personal entre mis contactos más íntimos. Ella me instó a escribirla y merecía leerla. Me lo agradeció más que nadie de un modo plausible. Nunca habrá palabras suficientes para agradecer lo que su entrega ha significado para mí.


Como de costumbre, los minutos con M se tornaron horas de agradable conversación, de maravillosos consejos. Sólo con mirarme a los ojos es capaz de saber lo que pienso o cómo me siento. Sabe que entiendo a la perfección lo que me pasa y por qué estoy aquí y sabe, también, que mi increíble capacidad para entender y expresar todo lo que me sucede y cada uno de los por qués es mi herramienta de lucha para salir de todo esto.


Sabe que puedo hacerlo. Confía en mí. Cree en mí y me anima. Saber que hay alguien que cree en ti, a veces, es el empujón necesario para comenzar a creer en ti misma.


El miércoles volví a pesarme. 46,5 kilos. He vuelto a adelgazar. No sé por qué. No estoy haciendo ningún esfuerzo por adelgazar, no lo estoy intentado. Me cuesta creer que haya estado tantos años intentado adelgazar sin éxito por todos los medios. Intentándolo de todas las maneras posibles, hasta la saciedad, hasta la obsesión, hasta el caos. Laxantes, pastillas, purgas continuas, días y días en ayunas, sesiones de ejercicio hasta horas intempestivas de la madrugada, noches y noches sin dormir alimentándome a base de cafeína… sin perder un solo gramo. Y, ahora, que tan sólo quiero mantener mi peso, no puedo evitar adelgazar. ¿Por qué es tan difícil?


Es cierto que me da miedo engordar. Me da pánico. No me da miedo engordar un par de kilos. Por extraño que resulte, sobre todo para mí, por primera vez en mi vida no me da miedo engordar un par de kilos, me da pánico empezar a engordar unos pocos gramos y no poder parar. Me da miedo no poder parar y volverme cada vez más y más gorda hasta el infinito. Sí, ya sé que no es posible, pero me da miedo. Y también me da miedo perder peso. No quiero perder más peso. No quiero adelgazar más. Estoy muy delgada. Tal vez no demasiado pero por primera vez empiezo a ser consciente de que, tal vez, sí que esté delgada. Por primera vez empiezo a ser consciente de mi delgadez. Resulta difícil creer que haya estado mucho más delgada que ahora y que entonces no fuese consciente de mi delgadez; más aún, resulta difícil creer que, aún a pesar del aspecto enfermizo y demacrado que debía tener entonces, siguiese viéndome gorda.


Ahora, por fin, empiezo a darme cuenta de la gravedad de esta enfermedad.


El viernes volví al hospital. Unidad de TCA. Me quito las botas y el cinturón que sujeta los vaqueros de la talla 36 que ya no se sujetan en mis caderas. Me subo en la báscula. 46 kilos. “Has perdido 2 kilos” me dice Pilar, la enferma. “Lo sé”, digo cabizbaja. 2 kilos en 1 mes. “No se trata de que pierdas peso” añade ella, “se trata de que engordes un poco, no queremos que pierdas más peso”. Estoy en el límite. IMC: 17,9. Delgadez extrema. No puedo adelgazar más. No quiero adelgazar más.


Sé que tengo que comer pero es que no quiero comer. No puedo comer. “¿Acaso no estoy comiendo?” me pregunto. Claro que estoy comiendo. Pero como poco. No tengo hambre. No me apetece comer. No puedo comer. Sé que tengo que hacer un esfuerzo. Y lo hago, un esfuerzo pequeñito cada día pero a veces me supera. No es la comida lo que me puede, es la rutina, el orden, las reglas, el cumplimento, el deber, el éxito o el fracaso.


Sé que hay algo en mi interior más allá de la comida que me impide comer con normalidad, que me impide entender la comida como una necesidad de mi cuerpo, como una necesidad vital y normal, como algo esencial. Hay algo en mi cabeza que me impide entender la verdadera concepción de las cosas. Resulta irónico cuando yo siempre me he empeñado en entenderlas, por llegar al quid de la cuestión.


Primera sesión con el psicólogo. Nada de divanes ni sofás, ni siquiera una mísera maceta. Nada que me hiciese recordar esas fabulosas consultas de película que te instan a volver una y otra vez, exceptuando una pequeña ventana con vistas al jardín. Él, lo cual de antemano no me convenció dada mi incredulidad ante la ínfima posibilidad que un hombre tiene de entender el intrincado y complejo mundo de la mente femenina, hizo una pequeña presentación tras la cual me explicó en qué consistía el proceso del tratamiento.


Se trata de un tratamiento multidisciplinar, es decir, que él, junto con la enfermera y el psiquiatra, además de un nutricionista, en caso de que hiciese falta, forman un equipo que trabaja conjuntamente en mi caso y donde cada uno de ellos seguirá la evolución desde su especialidad como complemento de las otras disciplinas del tratamiento. Además de mi asistencia a éste, que es por supuesto voluntaria, se espera una participación activa de mí. Esto es, mediante diversas tareas que se me vayan proponiendo, por ejemplo, rellenar el registro alimentario con las x comidas que hago a diario o la nueva tarea que me ha mandado el psicólogo, escribir y analizar la situación en que se suceden los vómitos. Cómo suceden, por qué, dónde estoy, con quién o si estoy sola, qué estoy haciendo, qué siento o pienso en ese momento, antes, durante e inmediatamente después, qué consecuencias tiene, cómo me afecta, por qué lo hago, cuál es el desencadenante o el motivo si lo hay, qué sucedió inmediatamente antes, qué alternativas al atracón y/o al vómito puedo proponer en ese instante concreto para distraerme que de verdad pudieran ser efectivas en mi caso y situación sin tener mayores consecuencias…


Hablamos largo y tendido, aunque en algunos momentos hubiese querido levantarme de mi silla, cogerle de los hombros y zarandearle un par de veces para que espabilase un poco. Se quedaba callado observándome esperando a que dijese algo como si fuese a revelarle todos mis secretos en un solo instante. Y no, señor, esto no funciona así. Si estoy en su consulta es porque estoy dispuesta a hablar, es porque no tengo nada que esconder, es porque no le tengo miedo y porque no tengo tapujos. Pero eso no quiere decir que vaya a soltarlo todo de repente. Tengo la cabeza en mi sitio. No estoy loca. No voy a su consulta a confesarme ni a desahogarme porque ya lo hice, tal vez lo hubiera hecho hace muchos años pero la caja de Pandora ya está abierta y ahora las palabras no salen de golpe, salen a cuenta gotas, a mi ritmo.


Usted pregunta y yo contesto. Si no pregunta, no hay respuesta. Ya no hay nada que me carcoma la cabeza continuamente que necesite confesarle al primer loquero de turno. Ya está todo dicho y aclarado. Lo único que usted puede hacer es preguntar. Usted pregunta y yo respondo. No tengo problema en contestar a cualquiera de sus preguntas.


Hice un pequeño resumen de lo que había sido mi vida hasta llegar aquí y le di una de mis elaboradas teorías por las cuales había dejado de comer: dejar de sentir.


Al parecer le gustó el tema. El control de los sentimientos es un factor principal en el desarrollo de los TCA, de modo que iniciamos una conversación de más de media hora acerca de los sentimientos y las emociones. ¿Qué ocurre cuando quieres dejas de sentir o crees que esos sentimientos te influyen demasiado? El verdadero problema no son los sentimientos en sí, sino que la sociedad nos envía el mensaje de que los sentimientos y las emociones no son buenos, nos hace creer que tenemos que estar constantemente alegres y contentos. La sociedad nos dice que no podemos estar tristes, que no podemos dejar que los sentimientos nos controlen, que los sentimientos nos hacen débiles y vulnerables, que tenemos que luchar contra ellos, que tenemos que eliminarlos. No es más que otro mensaje erróneo de la sociedad superficial que nos empuja a consumir una “felicidad” falsa y banal.


Pero los sentimientos forman parte de cada uno de nosotros, son una parte de la vida y no se pueden eliminar, dejar de sentir equivale a dejar de vivir. No es factible. Lo que tenemos que aprender no es a eliminar o a controlar los sentimientos sino a resolver los conflictos emocionales, a enfrentarnos a esos conflictos emocionales. El que te sientas triste o desconsolado no implica que tengas que quedarte en casa sin salir ni ver a nadie, tienes que enfrentarte a ese miedo, a ese sentimiento y salir, tienes que hacer frente a tus emociones y aprender a dejar a un lado los sentimientos para que no afecten a tu vida diaria, tienes que seguir viviendo al margen de tus emociones y aprender que los sentimientos no son más que una parte dentro de ti que NO PUEDES CONTROLAR pero que sigue habiendo otra parte de ti mismo que sí puedes gobernar, tu vida.


Aprendiendo a sentir.

ANA


Por primera vez


18 NOVIEMBRE 2007


El lunes tenía que llamar a mi psiquiatra para comentarle qué tal me iba con el tratamiento farmacológico. No estaba. Tenía una conferencia y no estaba en el hospital. Llamé de nuevo el miércoles por la mañana. No sabía muy qué decir, ni siquiera sabía que se suponía que tenía que decir. Me preguntó qué tal me iba y solo pude titubear un desconcertante “no lo sé. Igual, supongo.” No había notado ningún cambio desde que empecé el nuevo tratamiento con los antiepilépticos, la verdad. Ni siquiera sabía por que los estaba tomando ni para qué se suponía que debían servir.


Sigo con mis ayunos de vez en cuando y mis estrictas dietas. Tal vez he notado que ha disminuido mi nivel de ansiedad y que, desde hace algunos días, he perdido un poco el apetito. Me preguntó la dosis que tomaba de cada medicamento y me elevó la de una de ellos porque, al parecer, estaba un poco baja.


El jueves por la mañana fui a pesarme a la farmacia. 47 kilos. He adelgazado un kilo. Una sensación de confusión se apoderó de mí. Por una parte, me alegré por no haber engordado, me alegré, incluso, por haber adelgazado. Pero, al mismo tiempo, me sentí mal. Horrible. Sentí una terrible angustia en mi interior por haber adelgazado. No quiero adelgazar. No quiero engordar pero tampoco quiero adelgazar. Me da miedo adelgazar. Me da pánico volver a adelgazar. Me alejé de la farmacia algo confusa porque por primera vez, no me había propuesto adelgazar y aún así, lo había hecho, porque, por primera vez, me sentía mal por haber adelgazado.


Después de tantos y tantos años sintiendo una increíble sensación de euforia y satisfacción cada vez que veía descender la aguja de la báscula, por primera vez en mi vida, aquello no me hacía sentir bien.


Por una parte aquello me alegró. El saber que iba por buen camino. El saber que me estaba dando cuenta de lo que quería, de que no quería eso otra vez, de que no quería seguir ese camino de nuevo. El darme cuenta, por fin, de aquello no debía ser así. De que el peso no es lo que debe hacernos sentir mejor o peor, de que no es más que una mentira, un modo de engañar a nuestra cabeza, llenar un vacío interior de inquietud e insatisfacción con algo que podemos manejar a nuestro “antojo”.


Pero por otro lado, aquello me asustó. El hecho de adelgazar otra vez, de perder peso, de que, por poco que fuese, una parte de mí se había sentido bien por el mero hecho de adelgazar. Me asustó porque sentí que estaba lejos de recuperarme, que estaba lejos de llegar al final y, más allá de todo eso, me asustó porque comprendí lo realmente difícil que m iba a resultar.


Para colmo he perdido el apetito, el poco que tenía. En seguida me encuentro llena y no me apetece comer. No es cuestión de que me sienta mal o no quiera comer algo porque vaya a engordar sino porque… no me apetece. No puedo. Ayer, por primera vez apenas pude acabar la ensalada. Una ensalada. Con lo que me gusta la ensalada. Y apenas pude acabarla. No podía más. Mi cuerpo decía basta. No tengo hambre. No me apetece comer. Es como si al desaparecer la ansiedad hubiese perdido el apetito, las ganas de comer cuando llevas varios días alimentándote a base de fruta.


Como ya sabéis, estoy sumergida en el proyecto de mi vida que es mi libro. Pero para ello, necesito saber y conocer antes de hablar, mi experiencia no es suficiente para hablar de los trastornos de la alimentación; de modo que me dedico a leer, investigar, informarme… Ayer leí sobre las bases neurobiológicas para el desarrollo de los trastornos de la alimentación. Es muy curioso.


Resulta que el hipotálamo tiene dos partes. Una de ellas contiene el “centro de saciedad” y la otra controla el “centro del apetito”. Pues bien, las teorías y las pruebas demuestran que existen fármacos que estimulan los neurotransmisores que actúan sobre cada una de estas partes del hipotálamo, de modo que si, por ejemplo, una persona toma fluoxetina porque tiene disfunción en los neurotransmisores que actúan sobre el centro de saciedad, entonces ésta estimulará estos neurotransmisores para que envíen el mensaje correcto a la parte del hipotálamo que controla la saciedad y se sentirá saciado antes y dejará de comer. Este es uno de los fármacos que se usan para el tratamiento de la bulimia.


En mi caso, estoy tomando fluoxetina, así que es posible que la falta de apetito sea por esta cuestión. Tal vez no. De todas formas, la única conclusión a la que puedo llegar es que éste es un proceso largo y muy complejo en el que influyen muchos factores, lo que complica mucho más el tratamiento.


El viernes tengo el próximo control de peso y de dieta. Veremos cuánto peso entonces y qué me dicen en la unidad. De cualquier forma, yo me encuentro más animada y contenta que nunca, lo cual para mí es todo un logro y hace que me sienta estupendamente, sin necesidad de recurrir al peso o a la comida, más que como una cuestión de mi vida diaria y mis conductas aprehendidas.


ANA


Noviembre dulce


12 NOVIEMBRE 2007


Noviembre…


Qué largo es Noviembre. El mes de las largas noches y las tardes frías. Los árboles despiden el año del mejor modo en que lo saben hacer, dando una fiesta de luz y color. Las hojas doradas de los árboles caen al son del viento mientras las ramas bailan al compás.


Un soplo de aire frío entra por mi ventana. Respiro. Aire fresco. Aire nuevo. Aire cargado de esperanzas. Un nuevo año cargado de ilusiones que se acerca pretencioso. Un pájaro surca el inmenso cielo azul en pos de la libertad, la libertad que tanto ansío.


Noviembre oscuro y gris. Noviembre triste y frío que despide el año. Noviembre retrospectivo. Noviembre dulce que transcurre en el silencio de las vidas anónimas de los peatones que caminan cada día ocultando su rostro entre el calor de sus bufandas.


Noviembre solitario y melancólico. Mes de las tardes llenas de libros junto a la chimenea imaginaria, mes de los cafés cargados y calientes hasta altas horas de la mañana, mes de las horas interminables de música ambiental y sonidos imperturbables, mes de las tardes infinitas frente al teclado del ordenador, mes de las palabras inagotables y los pensamientos ilimitados día tras día.


Noviembre frío y ventoso. Noviembre dulce. Noviembre tranquilo. Mes de paz y de calma. Mes de nostalgia. Mes de recuerdos. Mes de divagaciones. Mes de olores que se funden en la tierra húmeda bajo un manto de hojas amarillas que crujen bajo las pisadas de los transeúntes impasibles.


Mes de miradas frías y penetrantes que perturban tu alma. Mes de miradas al pasado, mes de recuerdos, mes de vestigios de sueños inalcanzables que nunca llegan. Mes de ilusiones y esperanzas. Noviembre. Dulce y amargo noviembre.


El electro salió perfectamente. Tengo un corazón a prueba de balas. Estoy segura de que se debe a todo el deporte que hago, sin el cual mi vida no sería la misma. El deporte, siempre que no se haga como una obsesión y con el único objetivo de perder peso, es la mejor terapia psicológica y física ya que, no solo ejercita los músculos, el corazón, el metabolismo y el organismo en sí, sino, también, el sistema locomotor y neurológico y aporta grandes beneficios para el desarrollo personal.

ANA


1ª Sesión


05 NOVIEMBRE 2007


El 01 de Noviembre era el 25 aniversario de mis padres, pero como tanto mis hermanos como yo habíamos planeado irnos unos días de vacaciones, pensamos conmemorar sus Bodas de Plata en una pequeña íntima celebración familiar el martes 30 de octubre. Fuimos a cenar a un restaurante italiano en el que tan sólo pedí una ensalada. Después de la cena, vinieron los regalos. Les hice tres señala libros que diseñé personalmente con diferentes fotos de la boda y de nosotros de pequeños, y no tan pequeños. Les enmarqué varios de los ejemplares de recuerdo y les regalé un ramo de margaritas que fue el ramo de novia de mi madre. Por último, les regalé lo más importante: “Carta a mis Padres”. Les escribí una carta que imprimí y encuaderné a modo de publicación y de la que edité unos 10 ejemplares para repartir entre familiares y amigos íntimos. Una carta dirigida a mis padres, principalmente, en la que me sinceré por completo, en la que les pedí disculpas, en la que les di explicaciones y en la que les di las gracias. Una carta en la que les transcribí el prólogo de mi libro contando el por qué del mismo, cómo nació el libro y por qué. Una carta de confesiones, una carta de retazos, de sentimientos, de sensaciones, de recuerdos, de divagaciones, de preguntas y respuestas. Así mismo, añadí, un fragmento que, tal vez, muchos de vosotros hayáis leído; aquella carta que escribí a mi madre de ocultis por el día de la madre. Pensé que, tal vez, era un buen momento para entregársela.


Mañana del 31 de Octubre. Tengo que estar a las 8:30 al otro lado de la ciudad para mi primer control de peso y dieta. Me levanto a las 7:00 de la mañana. Me visto, desayuno mi habitual café con leche desnatada y mi tostada de pan de molde integral cortada en 5 tiras, me lavo los dientes, me peino, hago mi cama, arreglo mi habitación, cojo el bolso y salgo por la puerta. Esta vez he tenido suerte y mi padre me lleva al hospital en coche. Después de un increíble atasco que atraviesa la ciudad llego puntual a la unidad de trastornos alimenticios del Hospital Royo Villanova.


Pilar, la enfermera, me entrega una hoja donde tengo que rellenar algunas preguntas del tipo: “¿Con quién comes habitualmente? ¿Cuántas comidas realizas al día? ¿A qué horas? ¿Tienes algún ritual a la hora de las comidas? ¿Qué alimentos comes habitualmente? ¿Qué alimentos no comes nunca? ¿Qué alimentos procuras no tomar? ¿Cuánto pesas? ¿Cuál ha sido tu peso mínimo? ¿y tu peso máximo? ¿Cuándo fue tu última menstruación? ¿Tienes atracones? ¿Con qué frecuencia? ¿Te provocas el vómito? ¿Con qué frecuencia? ¿Haces deporte? ¿Cuántas veces tomas los siguientes alimentos al día, semana o mes?”


Después de debatir y titubear en algunas de mis respuestas, entrego mi cuestionario perfectamente rellenado y entro en la sala contigua donde me siento frente a la mesa de la enfermera que saca un montón de hojas y comienza con la sesión informativa. Observa algunas de mis respuestas y enfatiza en la importancia de una dieta equilibrada.


En primer lugar, me explica el desarrollo de un TCA. Sabe que entiendo a la perfección por qué estoy aquí. Sabe que he leído mucho, que estoy informada, que entiendo, que comprendo, que estoy por la labor, que estoy de su parte, que quiero intentarlo. Sabe que no me explica nada nuevo pero tiene que explicármelo. Aún así, algo de lo que me dice llama mi atención. Me muestra un esquema sobre el desarrollo de los trastornos alimentarios. Los factores influyentes, la presión sociocultural, el contexto familiar, la baja autoestima, el perfeccionismo, la ineficacia para afrontar los conflictos, los acontecimientos externos incontrolables… todo ellos se reflejan en una insatisfacción corporal que llevan a la dieta. La DIETA. El detonante. Nunca pensé que la dieta fuese el detonante. La enfermera me explica cómo muchas personas pasan por la misma situación y sufren los mismos factores sin que en ellas se desarrollen un TCA, esto es porque no existe tal detonante. La dieta. Ese es el detonante. La dieta es lo que hace que se desarrolle un trastorno de la alimentación. Y, por tanto, para subsanarlo, para superarlo, hay que incidir en la dieta. Hay que reestablecer la dieta, hay que equilibrar la dieta para eliminar el trastorno.


Continúa con la sesión informativa. Pirámide de la alimentación. Primer nivel: Patatas, arroz, pan, pasta, harinas y cereales (4-6 raciones al día). Segundo nivel: Verduras, hortalizas y frutas (4-8 raciones al día). Tercer nivel: Leche, queso, queso fresco, yogur, cuajada (2-4 raciones al día). Otros quesos y aceite de oliva (3-5 raciones al día). Cuarto nivel: Pescados, carnes magras, aves, huevos, legumbres, frutos secos (2-3 raciones a la semana). Quinto nivel: Embutidos, carnes, grasas, ahumados (ocasional). Sexto nivel: Dulces, caramelos, pasteles, snacks dulces o salados, refrescos, salazones (ocasional). Séptimo nivel: Mantequilla, margarina, bollería, mayonesa (ocasional).


A continuación, me explica el patrón de comida regular. 3 comidas diarias y 2 tentempiés planificados, es decir, 5 comidas al día. Y he aquí mi pregunta, “¿cómo es posible pasar de saltarse comidas y hacer ayunos a, de repente, hacer 5 comidas diarias?”. La experta responde, “no se trata de que de un día para otro hagas 5 comidas de repente, sino de que te vayas acostumbrando a ir dividiendo las comidas en 5 al día para que se te haga más fácil. Sé que al principio será difícil, pero se trata de ir reeducando a tu organismo así como a tu cabeza. Ir acostumbrándote de nuevo a alimentar a tu cuerpo. Es más fácil si llevas unas pautas, si lo haces de una forma equilibrada, si llevas un control. Si haces tan sólo 3 comidas diarias, cuando te sientes a la mesa tendrás más hambre y querrás ingerir más cantidad de comida o por otro lado, te sentirás llena en seguida y no querrás comer más. Se trata de dividir las comidas, para que alimentes a tu cuerpo del modo adecuado y le administres lo que realmente necesita del modo que lo necesita. Aunque resulte difícil al principio, poco a poco te irás adaptando y adaptando a tu cuerpo. Es un proceso lento y tienes que tener paciencia. Los resultados no aparecen de un día para otro, pero se trata de que poco a poco, con la terapia, las sesiones, los controles, etc… vayamos consiguiendo reeducar tu cuerpo y tu organismo.”


Siguiente hoja: Planificación de 5 comidas al día con ejemplos y consejos en los que aparecen en qué y cómo deben consistir cada una de las 5 comidas diarias y los beneficios que te aporta cada uno de esos comportamientos o alimentos.


Razones para eliminar algunos comportamientos: eliminar vómitos, laxantes, diuréticos, productos dietéticos sustitutivos, ejercicios físico desmesurado. Sé que muchas de estas cosas no son mi caso, al menos en este momento de mi vida, pero la información nunca está de más.


A continuación, me entrega unas hojas con información sobre una dieta equilibrada y la importancia de ésta, donde aparecen los nutrientes que aportan cada uno de los diferentes alimentos o en qué alimento encontrarlos y para qué o por qué es necesario cada uno de ellos.


Las personas anoréxicas creemos tener nociones más que suficientes sobre la alimentación y la dieta. Nada más lejos de la verdad. Lo cierto es que apenas sabemos nada sobre la dieta. Durante esta sesión informativa, que considero de vital importancia y que, a mi juicio, debería ser de obligada educación en las aulas escolares, he aprendido la verdadera importancia no de la alimentación del organismo sino del equilibrio de la dieta. Por ejemplo, las espinacas y las acelgas son los dos únicos alimentos que contienen el ácido fólico necesario para el funcionamiento y desarrollo correcto de los neurotransmisores de nuestro cerebro. Del mismo modo, la fruta contiene una gran cantidad de vitamina c, cuyos antioxidantes son los que permiten absorber el hierro que proporciona la carne. Es decir, de nada sirve comer uno u otro alimento si no se equilibra la dieta. Aquí es donde prevalece la importancia de ésta. A veces resulta como un juego. Como un puzzle en el que encajar todas las piezas para que todo funcione.


Pilar me habló detenidamente de las graves consecuencias de los TCA que conocía de sobra. Las personas con Anorexia o Bulimia no nos paramos a pensar en los efectos secundarios que produce nuestra enfermedad. Solamente pensamos en el ahora. Solamente pensamos en que adelgazaremos unos kilos, en que estaremos mucho más monas, en que podremos meternos una talla menos de pantalón, en que bajará la aguja de la báscula… pero no pensamos en que estamos destrozando nuestro esófago, nuestro aparato digestivo, nuestro estómago, nuestro aparato cardiovascular, nuestro aparato neurofisiológico… Cuando te provocas el vómito corres un riesgo de asfixia que puede provocarte la muerte y, al mismo tiempo, corres el riego de que la bajada de los electrolitos te produzca una parada cardiaca y, por tanto, la muerte. Las personas anoréxicas, por su parte, corren el riesgo de sufrir arritmias cardiacas y problemas en el aparato cardiovascular, ya que al no alimentar a su organismo su corazón se empequeñece y esto causa que tenga un latido irregular (Esta tarde tengo mi primer electrocardiograma para conocer mi ritmo cardiaco).


Otras consecuencias de los vómitos son las posibles úlceras estomacales o esofágicas, así como, irritaciones en el esófago. Un problema muy común entre bulímicas y anoréxicas purgativas es el reflujo gastro-esofágico. Como consecuencia de los vómitos recurrentes, el esfínter esofágico inferior, la compuerta que separa el esófago del estómago, deja de funcionar correctamente y, por tanto, el contenido gástrico sube desde el estómago hacia el esófago pudiendo ocasionar una esofagitis, inflamación del esófago. Esto se debe a que la mucosa del estómago es mucho más resistente que la del esófago, ya que ésta no está preparada para soportar los ácidos que realizan la digestión en el interior del estómago. El síntoma más frecuente del reflujo gastro-esofágico es la pirosis, la sensación de ardor o quemazón en la boca del estómago a causa del defectuoso funcionamiento del esfínter esofágico inferior.


La enfermera me entregó una nueva hoja informativa sobre el reflujo gatro-esofágico ante mi sospecha a padecer dicho problema estomacal en la que se describían algunas recomendaciones saludables sobre comportamientos y alimentos. Luego, me dio unas hojas con pautas para salir de la bulimia, sin estar muy segura de que ese fuera mi caso ya que le repetí en diversas ocasiones que no tenía atracones, y una hoja sobre la dieta restrictiva y las conductas de riesgo que conlleva.


Le hablé sobre mi posible intolerancia a la lactosa. Me dijo que era muy normal y que debía reducir mi consumo de leche y de quesos y sustituirlos por quesos frescos y yogures descremados. Ya lo estaba haciendo desde hace años pero hizo hincapié en la importancia de los lácteos para adquirir la cantidad necesaria de calcio y más aún cuando desaparece la menstruación ya que puede provocar osteoporosis en el sistema óseo.


Después de la charla informativa, me subí a la báscula, me midió y me pesó. 1,60 cm. 48 kilos. Calculó mi IMC: 18,75 y me tomó la tensión: 9/6. Anotó todos los datos en las tablas que llevaban mi nombre en la fecha del 31 de octubre. IMC un poco bajo. “Tienes que ganar algo de peso.” Aquello me asustó. No quiero engordar. No quiero engordar. Me da pánico. No quiero engordar. Me dijo que tal vez sólo serían un par de kilos. Aún así me da miedo. Ojalá no fuese así. Sé que no estoy gorda pero no puedo evitar verme así. Sólo quiero aprender a comer. Que me enseñen a hacer una dieta equilibrada, que me enseñen a no tenerle miedo a la comida, que me enseñen a no necesitar no comer para sentirme bien, sólo quiero aprender a hacer una dieta equilibrada que me permita quedarme así. 48 kilos está bien. Ella añade: “sólo será lo suficiente para que estés sana”. No estoy por debajo del IMC 18, de modo que no estoy excesivamente delgada, solo algo delgada, ¿por qué no puedo quedarme así? ¿acaso no hay personas de complexión delgada?


“¿Qué quiere decir tensión 9/6?” le preguntó. “Tensión un poco baja” añade. “¿Te mareas con frecuencia?”. “Cuando me levanto rápidamente o hago movimientos bruscos.” Respondo. “Es normal. También tenemos que trabajar en ello.”


Para terminar la sesión me da dos tablas que debo rellenar a diario con las comidas que hago al día, incluyendo cada cosa que como, en cada uno de los 5 momentos del día así como los extras o los posibles atracones o vómitos para analizar en la próxima sesión mi dieta y mi alimentación, si necesito añadir o eliminar algún tipo de alimento, si hago una dieta demasiado restrictiva o comprobar determinados comportamientos de riesgo o las posibles razones de estos.


Próxima sesión: 21 de noviembre.


Esa misma tarde me fui a ver a mi chico, esta vez con mi hermano pequeño, que se apuntó al viaje. 4 días de dieta equilibrada con entre 3 y 4 comidas diarias. Ahora empieza lo difícil. Ahora me toca a mí.



Sé que tengo mucha suerte de tener un lugar al que acudir. Me ha costado mucho dar el paso. Muchos años, mucho sufrimiento y mucho esfuerzo, pero tengo suerte y tengo un lugar al que acudir, tengo apoyo y ayuda. Tengo un centro gratuito adaptado a mis necesidades al que muchas de vosotras no tenéis acceso. Muchos centros de España y de otros lugares del mundo carecen de este tipo de Unidades y de servicios, de modo que tengo suerte de tener esta oportunidad. Si estás en esta misma situación, aprovéchala, no pierdes nada por intentarlo. Si no es así, si no tienes esta posibilidad, lo único que puedo ofrecerte es toda la información que me brindan. Si deseas más información, si deseas saber cómo, si deseas conocer alguna respuesta, si deseas ayuda, si deseas hablar, desahogarte, si deseas salir de esto y no sabes cómo, si deseas intentarlo, si quieres, puedes ponerte en contacto conmigo: princesa__ana@hotmail.com


Cuando leí la respuesta de Anafilactita sentí deseos de responder de nuevo. De hecho, lo hice. Garabateé un montón de pensamientos en un trozo de papel para una nueva entrada que pensaba titular “Para Anafilactita II”. Luego comprendí que no era eso lo que quería hacer. Que no quería entrar en ese juego. Que éste, mi blog, es un diario personal en el que otros pueden participar y opinar pero no el que debato con gente con la que no estoy de acuerdo, de modo que, Anafilactita, si estás interesada en comunicarte conmigo, hazlo a través del correo. No quiero entrar al trapo en mi diario, éste es mi pequeño lugar sagrado, donde me expreso, donde me desahogo, donde me evado, donde me libero. No necesito justificarme. Gracias.


ANA


Para Anafilactica


25 OCTUBRE 2007


Para empezar, creo que te equivocas conmigo. En primer lugar, el que te de haya decepcionado no es que me no preocupe o no me importe pero le doy la importancia que se merece porque no hago esto por los demás sino por mí misma y no tengo que contentar a nadie más que a mí. Si de verdad crees que te he decepcionado es que tal vez esperabas demasiado de mí o tenías demasiadas expectativas puestas en mí.


Como ya le decía a mi chico ayer, me preocupa que la gente de mi alrededor quiera ver cambios repentinos, instantáneos, de la noche a la mañana. Pero eso no es posible. Sencillamente no funciona así. Si fuera tan fácil, la anorexia no sería una enfermedad tan difícil de superar. Cuando decidí que quería recuperarme, decidí que no quería morir, que no quería seguir este camino, que no quería sufrir más, que quería ser feliz. Pero querer recuperarse, asumir que estás enferma, aceptarlo, reconocerlo, con todas las consecuencias que ello implica, no significa aceptar de un día para otro que quieres comer, no significa que vas a dejar de sentir todos esos sentimientos en tu interior. Ojalá fuera tan fácil. Ojalá pudiese elegir cambiar lo que siento o cómo me siento cuando como o cuando no lo hago, pero desgraciadamente no puedo hacerlo. No sé hacerlo. Por eso he decidido que quiero recuperarme, para cambiar eso.


Que no coma y me sienta bien no quiere decir que no quiera recuperarme. Pero que sea consciente de que no debería ser así quiere decir que quiero intentarlo.


No creo que puedas opinar si tan sólo has leído el primer párrafo de mi escrito y si así es, lo siento. Si de verdad crees que tan solo me importo yo y solo yo entonces es evidente que no me conoces porque estoy haciendo un gran esfuerzo, y no sabes cuánto, para salir de esto. Y aunque lo haga principalmente por mí misma , no lo hago únicamente por mí. Porque hay mucha gente que me importa.


Creo que he dejado bien claro en diversas ocasiones que no pretendía ayudar a nadie con este blog, si bien, con el tiempo, muchas de vosotras, que me habéis leído y apoyado, que me habéis entendido y comprendido, que os habéis sentido identificadas conmigo, habéis visto en mí un ejemplo a seguir de fuerza y coraje, de lucha y esperanza. El hecho de poder ayudar, simplemente con el ejemplo, a muchas de las chicas que padecen lo mismo que yo, que sienten, que sufren, que callan, que mienten… el hecho de poder ayudarlas simplemente con lo que escribo, con mi historia, me hace querer continuar cada día. Sin embargo, ya he dicho varias veces que no es fácil. Que lo estoy intentado pero que es difícil. Que yo me caiga o retroceda, que me estanque o tenga miedo a avanzar no significa que no quiera seguir porque estoy convencida de ello y me siento orgullosa.


Me entristece que creas que no son más que “patochadas”, eso me hace entrever que no comprendes la dificultad que implica salir de esto. Querer ser feliz no implica repentinamente sentirte bien cuando comes, si así fuera no sería tan difícil. Cuando decidí que quería recuperarme, confirmé que quería ser feliz, que quería intentarlo, pero no acepté que quisiese comer. Hay muchas otras cosas en las que debo trabajar antes si quiero poder volver a comer sin sentir todos esos sentimientos que, según tú, no son más que una historia. “Otra historia para enganchar a más gente”. Siento que creas eso. Pero si de verdad crees que no te beneficio en absoluto, tal vez, no deberías leerme. Eso es decisión tuya. Este no es lugar de apoyo ni de recuperación. Es un diario personal de una chica que quiere recuperarse de una anorexia. Un diario personal y como su nombre indica, un diario en el que escribo lo que realmente siento o cómo me siento, para bien o mal, eso es lo que lo hace diferente. No escribo lo que la gente quiere oír o leer. Escribo lo que de verdad siento o cómo me siento. Escribo la realidad de mi vida, con sus más y sus menos. Con sus avances y retrocesos. Con sus recaídas y sus progresos.


Ojalá todo fuese tan fácil. Decides que quieres recuperarte, comes y eres feliz. Ojalá fuese así de fácil. Pero tú, al igual que yo, sabes que no lo es. Y yo lo estoy intentando. Que lo intente no quiere decir que vaya a dejar de sentir todas esas cosas que llevo sintiendo en mi interior todos estos años de repente, es un proceso lento en el que he de aprender a ir eliminándolas, una a una, poco a poco.


También a mí me decepciono cuando no como, cuando me siento bien por no haber comido. Pero aunque aún no sea capaz de comer a diario, he dado el paso de sincerarme. De reconocer que no he comido, de reconocer que me siento bien por no haber comido y, sobre todo, de ser consciente, de que no debería ser así. Hace años habría puesto la mano en el fuego por defender que era así como tenía que ser. Ahora sé que estaba equivocada pero reconocer que estás equivocado no quiere decir que sea fácil rectificar.


Yo lo estoy intentando. Y también me decepciono muchas veces. Pero me decepciono sobre todo cuando las personas que me rodean ponen las expectativas demasiado altas en mi recuperación Cuando las personas que me rodean creen que aceptar que quieres recuperarte significa aceptar repentinamente que quieres comer. Cuando las personas que me rodean se desesperan cuando no me acabo el plato. Cuando las personas que me rodean esperan que todo suceda demasiado rápido, de la noche a la mañana, de un día para otro sin apenas haberme dado tiempo para comenzar mi recuperación.


Es un proceso lento. Y las expectativas deben ser acordes. Yo me siento orgullosa del paso que he dado. Sé que no ha hecho más que empezar. Y sé que viene lo más difícil. Sé que será duro, que habrá días que no comeré y días en que sí que lo haré. Sé que será muy lento y muy difícil pero quiero intentarlo, estoy convencida de ello. Siento haberte decepcionado, tal vez pusiste las expectativas demasiado altas, tal vez, ni siquiera me diste una oportunidad. Tú más que nadie deberías saber que no es tan fácil.


A todos los que seguís creyendo en mí y en que voy por el camino correcto, a pesar de los retrocesos, daros las gracias por vuestro apoyo.


Estuve en la 1ª sesión con el psiquiatra de turno, al que conté mi historia por enésima vez. Sigo con los antidepresivos, me quitaron los ansiolíticos y me añadieron unos antiepilépticos. Me han pedido un electrocardiograma y me han dado cita para el endocrino. Tengo que volver la semana que viene a hacer un control de peso y de dieta. Estoy en el camino…


ANA


Antagonismo II

23 OCTUBRE 2007


Es triste pero hoy me siento bien. Sé que muchas de vosotras comprendéis a la perfección ese sentimiento. Tanto la tristeza como la satisfacción. Es el día a día. El antagonismo continuo, día a tras día.


Hoy me siento bien porque ayer lo conseguí. Aguanté todo el día prácticamente en ayunas. Un café bien cargado para el desayuno, una manzana pequeña y una Coca Cola Light para el almuerzo y otro café a media tarde para luego aguantar toda una hora en el gimnasio sudando y dando brincos hasta quedar extasiada. Llegué a casa a las 22:00, después de un largo día del que me sentía muy satisfecha, simple y llanamente, por haber resistido sin tener que alimentar a mi organismo, por no haber flaqueado, por no haber sucumbido a la tentación y, más aún, por no haber sentido siquiera tentación alguna.


A la cena no puedo escaquearme. Es el único rato, agradable o no, que pasamos todos juntos en familia. El único momento que compartimos en todo el día. Me siento cuando todos han empezado ya sin mí. Como un poco de ensalada de tomate con atún y un pequeño trozo de tortilla de espinacas. Por último, la parte sagrada de cada comida, la fruta: una naranja.


Estaba molida. Tanto que apenas me tenía en pie. Es triste pero esa sensación de no poder más y, sin embargo, de haber aguantado hasta el final, ese sentimiento de ser capaz de luchar contra las fuerzas de la naturaleza, contra los clichés, contra las suposiciones, contra la algarabía, contra la tentación, la gula, el ansia, la vulnerabilidad… esa sensación de haber sido capaz, pese a las circunstancias, ese hecho, simplemente ese hecho es lo que me hace sentir bien. No es la comida en sí lo que me hace sentir así. No es el hecho de no comer o de saltarme la comida, no es el hecho de sentir ese vacío permanente en el estómago, no es esa sensación de mareo constante. Es la sensación de ser capaz, de mantener el control por encima de todo, de ser capaz de luchar contra lo razonable, contra lo establecido, contra las normas. Es la sensación que te produce el sentir que eres sobrenatural, que puedes conseguirlo, que eres capaz de saltarte los límites. De eso se trata, mucho más allá de la comida. Es el deseo de explorar los supuestos límites que debe seguir la naturaleza, es el hecho de ir contra la naturaleza y sentir que eres capaz de vencer esa batalla.


Esa absurda batalla, al fin y al cabo. Me resulta desconcertante pensar que estoy en un proceso de recuperación al tiempo que sigo con esas ideas y sentimientos en mi cabeza. Sé que todo eso no va a desaparecer de la noche a la mañana. Sé que tiene que ser un proceso paulatino y lento y no me niego a querer seguirlo pero, en este momento no me siento preparada para enfrentarme a eso. No es la comida lo que me quita el sueño, es ese sentimiento. Esas sensaciones.


No me importa que me obliguen a comer a pesar de que no me apetezca, incluso estoy dispuesta a hacer ese esfuerzo, si de eso se trata, lo que no quiero es que me quiten ese sentimiento. Esas sensaciones. Y mientras todo ello no desaparezca en mi cabeza, la comida seguirá ausente en mi vida.


La mayoría de la gente no entiende en qué consiste todo eso. A qué se refieren esas sensaciones, esos sentimientos. Es difícil entender por qué o cómo la comida o la no comida, en este caso, puede hacerte sentir así. Es difícil entender que necesites ese control, sobrepasar esos límites, lidiar esa batalla contra las normas sociales, y contra la sociedad en sí misma, para sentirte capaz, valorado, suficiente, satisfecho, bien.


Lo más triste de todo es que ni siquiera ese gran esfuerzo sirve para hacerte más feliz. Ni siquiera te hace estar más alegre. Simplemente renueva tus fuerzas para enfrentarte a un nuevo día, a un cuestionable mañana. Es una lucha diaria, continua y antagónica contra ti mismo que no te permite siquiera disfrutar de esa sensación. Cuerpo y mente se enfrentan en una caótica relación. Te sientes bien pero te sientes mal. Tu cuerpo te dice una cosa y te mente te dice lo contrario. ¿Qué hacer? ¿A quién seguir? Puedes sentirte bien contigo mismo mientras cargas con el peso de saber que haces lo incorrecto sobre tus espaldas o puedes sentirte una auténtica mierda contigo mismo aún sabiendo que haces lo correcto. Un dilema. Una cuestión. Un algoritmo sin solución. Ojalá las decisiones fueran más fáciles. Ojalá el antagonismo no fuese tan antagónico. Ojalá el dolor no doliese tanto.


De momento, yo tengo una respuesta para esa pregunta y cada día voy cargando más y más el peso que llevo sobre las espaldas pero ojalá algún día pueda vaciar todo ese
peso que llevo sobre mi cuerpo.



Me quedé dormida porque anoche estaba molida. No tuve tiempo para desayunar (qué pena). Estoy en la facultad y no voy a comer a casa, lo que supone que no voy a comer. Llegaré tarde a casa, de nuevo. De modo… que no tomaré nada hasta la hora de la cena. ¿Por qué tiene esto que hacerme sentir tan bien?
Mañana tengo médico. Mañana a primera hora. Unidad de adultos de TCA del Hospital Royo Villanova. 1ª sesión. Al fin y al cabo, quiero recuperarme… ¿no?


ANA