Cumpleaños feliz


28 AGOSTO 2007


26 de agosto: es mi cumpleaños.


Alguien me pregunta “¿cómo te sientes ahora que ya tienes 23 años?”


Curiosamente, este año no contesté “igual; exactamente igual”. Mi respuesta fue bien distinta. ¿Qué diferencia hay entre tener 22 ó 23 años? Ninguna, absolutamente ninguna, al menos aparentemente. Pero, estos 23 años han sido para mí diferentes. Tal vez sea el momento, la situación, las circunstancias. Tal vez. Pero estos 23 años han supuesto un gran cambio para mí.


Tal vez crea que ya es hora de madurar o tal vez he sentido que debía hacerlo. No sé muy bien la verdadera razón ni los motivos.


– “Estos 23 años suponen para mí un gran cambio y significan para mí un compromiso personal muy grande. Estos 23 años indican el comienzo de un proceso de madurez, responsabilidad y desarrollo espiritual.” Fue mi respuesta.


Con el paso de los años vas adquiriendo una consciencia de la que careces cuando aún eres demasiado joven para entender el complejo mundo en el que viven los adultos. La intromisión en este mundo nuevo, distinto, lleno de responsabilidades, cuestiones y condiciones, para el que no estamos preparados, hace resurgir en ti un nuevo instinto de supervivencia que te insta a querer seguir caminando por las piedras afiladas de un camino demasiado largo. Pero, crecer, el simple y mero hecho de crecer, siendo consciente del paso de los años, siendo, por fin, consciente del tiempo que se nos escapa de las manos poco a poco, como cuenta gotas, a un ritmo demasiado rápido como para sujetarlo entre nuestros dedos, despierta en ti un deseo renacido de vivir, de aprovechar el momento, cada segundo, cada minuto, de disfrutar, de soñar, de madurar.


23 años de sentimientos y emociones enfrentados. Sentimientos y emociones que me ahogan, que me hacen llorar pero también sonreír. 23 años que me sirven de herramienta, de instrumento, de aprendizaje. 23 años de calvario, de sufrimiento y de alegrías. 23 años para darme cuenta de que la vida no tiene por qué ser tan mala. 23 años para darme cuenta de que vivir no tiene por qué ser tan peligroso. 23 años para darme cuenta, a lo largo de los años, de que el paso del tiempo se me escapa. 23 años para darme cuenta de que apenas he empezado a vivir.

ANA


Por fin


16 AGOSTO 2007


Ya estoy de vuelta. Han sido unas vacaciones fantásticas. Tengo que reconocerlo. Me lo he pasado muy bien pero sobre todo me he sentido muy a gusto, muy tranquila, relajada y animada. A veces dudo si es consecuencia de las pastillas o si es el relax de estar de vacaciones, la ausencia del estrés, de la presión, de la rutina… Tal vez sean las dos cosas.


A veces es necesario desconectar del mundo, salir de la burbuja que envuelve nuestra vida para verla desde fuera, observar la vida con otros ojos, con otra perspectiva, con una sonrisa en el rostro.


Durante muchos años creí que desconectar del todo de mi mundo era la solución pero cuando regresaba de nuevo a la realidad, mis problemas seguían ahí esperándome. A veces desconectaba deseando huir de todo, con la esperanza de que a la vuelta todo hubiese cambiado por arte de magia. Hoy en día soy consciente de que no es más que otra mentira. De que tus problemas te están esperando, de que no desaparecen a menos que te enfrentes a ellos. No puedes huir.


Pero desconectar te ayuda a observar los problemas desde otra perspectiva, te ayuda a recobrar fuerzas para enfrentarte a ellos de nuevo con energías renovadas.


Durante estos quince días he comido sin problemas cada día. Pero, al llegar a casa, de nuevo, me resulta prácticamente imposible recobrar esa normalidad porque la anormalidad se ha tornado la constante en mi día a día.


Sin embargo, me siento con fuerzas para intentarlo, poco a poco. Estos quince días me han servido para darme cuenta de que puedo ser feliz, de que me gusta ser feliz y de que quiero serlo. No tengo ninguna duda de ello. Sé que quiero hacerlo. He conseguido, después de 7 años, hablar abiertamente de mi enfermedad, de las mentiras, del mundo oculto en el que he estado sumergida durante tantos años, lo cual se me antojaba imposible. Y hablar de ello abiertamente es como… como quitarte un enorme peso de encima que acarreas cada día sobre la espalda y que apenas te deja respirar.


Sé que no está todo hecho, que me queda mucho por recorrer y que no va a ser fácil, pero tener ilusión y esperanza, tener una mirada puesta en el futuro, ambiciones, sueños y esperanza en un futuro diferente te hace desear luchar con todas tus fuerzas para conseguir todo lo que te has propuesto, conseguir ser feliz.


Hace unos años no hubiera imaginado que podría llegar este momento. El momento en que pudiese sonreír, mirar al frente con ilusión y esperanza, deseando que llegue el futuro, ansiosa por descubrir todo lo que la vida me depara. Merece la pena.


A veces me cuesta, me resulta sumamente difícil. A veces siento deseos de vomitar toda esa comida de mi estómago, pero entonces, pienso que no merece la pena porque lo estoy consiguiendo, porque, por fin, estoy sintiendo que puedo ser feliz. Porque, por fin, me he dado cuenta de que es posible que no duela sonreír. Porque, por fin, he conseguido sonreír.


Llegué ayer de mis vacaciones y lo primero que hice fue leer todos vuestros comentarios. ¡Qué sorpresa! Nada más y nada menos que 24 comentarios. Gracias, gracias a todas.

ANA


No puedo evitarlo


01 AGOSTO 2007


No puedo evitarlo. Me empeñé en cerrarme en mí misma y no querer saber de nadie más. Ya he dicho en varias ocasiones que cuando empecé este diario no pretendía salvar ni ayudar a nadie, tan sólo a mí misma. No pretendía crear ningún tipo de lazo afectivo con nadie, porque yo me empeñaba en ser así, fría como un témpano.


Pero no puedo evitarlo. Tal vez el hecho de querer salir de todo esto, de querer recuperarme, de querer, aún con miedo, volver a sentir, me ha hecho un poquito más blanda, más débil. En realidad siempre lo fui pero me puse una coraza para ocultarlo.


Día a día con vuestras palabras de apoyo, de ánimo, de admiración, me habéis ido cautivando. Todas y cada una de vosotras. No os conozco pero os he cogido un especial cariño. Os debo mucho. No sabéis cuánto. Cada día me levanto por la mañana esperando un nuevo comentario, deseando volver a escribir. En cierto modo, vosotras hacéis que merezca la pena.


Han cambiado muchas cosas desde que decidí rendirme. Sé que, en realidad, no me estaba rindiendo sino emprendiendo una nueva batalla, pero, en cierto modo, me rendí ante la anorexia. No contra ella, sino en la cruzada que emprendí hace 7 años por ser una perfecta anoréxica.


Como decía, han cambiado muchas cosas desde que decidí rendirme. Por fin, he aceptado que estoy enferma. He reconocido mi enfermedad sin ningún pudor y he sido capaz de hablar de ello abiertamente.


Conseguí hablar con mi hermano mayor, lo cual se me antojaba imposible. Tal vez no llegásemos a ninguna conclusión pero conseguí hacerlo. Conseguí dar el paso y romper el silencio.


Conforme he ido aceptando el hecho de que estoy recuperándome o, al menos, intentándolo, he ido, al mismo tiempo, rompiendo el silencio y hablando abiertamente de mi enfermedad, lo cual me hubiese resultado hace tan sólo 2 años algo sencillamente inviable.


Cada día me siento frente a mi ordenador y escribo. Y escribir me ayuda. Me ayuda de un modo que nunca hubiese podido imaginar.


Y hay más. Tengo una confesión que hacer. Estoy escribiendo un libro. Sí, así es. Llevo haciéndolo desde hace varios meses, tal vez, un año. Pero nunca dije nada a nadie. Era algo que llevaba en secreto. No quería que nadie lo supiera, no tenía intención de hacerlo hasta ver publicado mi libro porque nunca tuve la seguridad de que eso pudiese llegar a ocurrir.


Llevo escribiendo desde hace muchos años, cada vez con más frecuencia. Un día me di cuenta de que tenía decenas de páginas manuscritas de lo que podría hacer un libro. Siempre quise escribir y, entonces, comprendí que, tal vez, ésta era mi oportunidad.


Hubo días en que sentía deseos de tirar la toalla porque me resultaba una tarea ardua y compleja. Creía que nunca conseguiría acabarlo, que nunca vería la luz, que sería una historia cualquiera que no interesaría a nadie. A veces quería desistir porque no sabía cómo continuar, cómo estructurar el libro, por dónde empezar, cómo encajar el puzzle de piezas en forma de textos que configurarían mi libro.


Pero, entonces, venía aquí y leía algunos de vuestros comentarios, aplaudiendo mi forma de escribir, el modo de expresarme. Algunas de vosotras lo habéis calificado como un don especial para trasmitir todo eso que siento y sentimos todas. Incluso recibí algunos comentarios animándome a escribir mi propio libro, mucho antes de convencerme de que podía hacerlo.


No pensaba comentar nada de esto de momento porque aún me queda mucho para acabar mi libro y no sé si algún día podré hacerlo. Pero estoy trabajando ello. Si me decidí a contarlo, por fin, es porque hoy se lo confesé a mi familia. No quería que supiesen nada hasta ver mi libro publicado de modo que si no lo conseguía nadie hubiese sabido nada. Pero no pude evitarlo. Embriagada por una enorme sensación de satisfacción y orgullo, me decidí a confesárselo a mis hermanos y, más tarde, a mi madre que no entendía qué escribía delante del ordenador tantas horas, día tras día.


Son muchas las razones que tengo para escribir este libro. Pero una de ellas, sois vosotras. Vuestras palabras de apoyo, de comprensión, de admiración, de agradecimiento… todo ello me anima cada día para seguir escribiendo, para no tirar la toalla.


No puedo evitarlo. Os he cogido cariño. Hacéis algo muy grande por mí con el simple hecho de leerme, que cada día me levante con el único deseo de seguir escribiendo.


Aquí me despido. Me tomo unas merecidas vacaciones pero estaré de vuelta el día 15 para seguir escribiendo. Os seguiré leyendo.


ANA