In my way (A mi manera)


12 SEPTIEMBRE 2008

Llevaba tiempo sin escribir. Lo sé. He estado estudiando para mis exámenes de septiembre y quería dedicarme en exclusiva a ello. Antes de ayer hice el último examen. Por fin, pensé que el verano no iba a acabar nunca.


Pero se acabó. Y ahora empieza lo mejor. Como cada año, comienzan los propósitos para el nuevo curso, una nueva rutina a la que apegarse, nuevas obligaciones, responsabilidades, horarios… y lo mejor de todo, una nueva oportunidad. La Oportunidad. la oportunidad de hacerlo A MI MANERA. Como cada año crees que esta vez lo conseguirás. Conseguirás todo lo que te propongas, todos tus propósitos, tus horarios, tus responsabilidades, tus dietas… y esa sensación es maravillosa. Solo la idea de pensar que, tal vez, esta vez, puedas conseguirlo… sabes que será difícil, que tienes muchos propósitos en mente, muchas metas, muchas cosas que demostrarte, pero la sola idea de pensar que, tal vez, esta vez, lo conseguirás, merece la pena.


Pero esta vez es diferente. Me voy de casa. Me voy por un año para hacerlo A MI MANERA. ¡Cuánto tiempo esperando este momento! Las maletas a medio hacer en mitad de la habitación, los apuntes del último examen encima de la mesa, unas cuantas libras en el bolsillo y un pitillo consumiéndose en el cenicero. Mañana, día 13 de septiembre embarco en un avión rumbo a mi nueva vida. Suena maravilloso. Pasaré unos días en Londres antes de llegar a mi destino final, al sur de Inglaterra.


Estas últimas semanas he estado finiquitando algunos detalles antes de irme. Citas con el médico, con el psiquiatra y con la dietista. Mañana tengo mi última cita con el psicólogo antes de irme y luego… espero no volver a pisar un hospital hasta diciembre. Las últimas sesiones han sido únicamente para decirme lo bien que estoy y lo mucho que he progresado. Pero tampoco quiero ilusionarme. Soy realista. Sé que en verano las cosas cambian, como más, me despreocupo, estoy de vacaciones, me olvido de la rutina y del control. Pero cuando llega el curso todo eso comienza de nuevo y sé que estará presente. Y este año estoy sola. Estoy sola para las comidas, día y noche, semana tras semana. No es que me preocupe, ni mucho menos, de hecho, es algo que me tranquiliza, el hecho de saber que nadie podrá decirme qué debo comer y qué no. Inglaterra es, además, un país en el que no se come precisamente bien. Se desayuna fuerte, a medio día tan solo se toma un sándwich o una ensalada y por la noche (sobre las 7) se cena bien. No sé qué tal me adaptaré a este sistema aunque lo cierto es que, en principio, me gusta.


Estoy bastante segura de lo que hago aunque hay una parte de mí, una pequeña parte que tiene miedo. No es un miedo real pero soy consciente de que corro un riesgo porque he engordado un par de kilos ó tres en estos meses de verano y… tengo que perderlos!! De modo que sé que no me quedaré tranquila hasta que pierda estos 2-3 kilos de más. No me da miedo perder peso porque es lo que deseo, me da miedo desear perder peso porque es algo contra lo que intento luchar continuamente pero soy incapaz de superar. Es algo que irá conmigo de por vida. Sé que no estoy excesivamente gorda, ni siquiera gorda, 49 kilos tampoco son tantos, pero yo me veo un poquito gorda, no me veo bien y necesito perder esos kilos.


Una parte de mí sabe que puedo perder esos kilos haciendo una dieta sana y deporte, como cada año; el deporte es mi vida, pero otra parte de mí, una parte pequeña, se aferra a ese deseo de adelgazar, al control, a esas sensaciones, al poder… siempre he querido y he anhelado vivir por mi cuenta, A MI MANERA, para poder hacer lo que me viniera en gana y ahora que tengo esa oportunidad… una parte de mí, una pequeñísima parte desea retroceder y recuperar aquello, demostrarme a mí misma que aquella idea alocada que me propuse en un momento de mi vida y que no logré alcanzar aún hoy puedo lograrla.


Sé que debo luchar contra eso y es una parte pequeña, muchísimo más pequeña que el deseo acuciante que me invade de vivir, de disfrutar de la vida, de disfrutar A MI MANERA.


Se acercan días trepidantes, llenos de emociones y sensaciones nuevas. Por fin ha llegado el momento. El horizonte está cada vez más cerca y mi vuelo a punto a partir. Las maletas ya cerradas en mitad de la habitación, los apuntes del último examen en la papelera, las libras en el bolsillo y el cigarro consumido en el cenicero.


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Quiero añadir unas palabras en cuanto al debate que se abrió en el último post. En primer lugar, creo que la religión y el hecho de ser creyente es algo muy personal y, en cierto modo, condicionado por la sociedad y la cultura o región en que vivimos, de modo que no creo que seamos quienes para juzgar las creencias de los demás. En segundo lugar, ninguno tenemos las respuestas ni somos dueños de la verdad absoluta así que no podemos saber quién está equivocado y quién no, si es que alguien lo está, pues cada uno es dueño de su propia verdad. Y en tercer, y último, lugar quiero aclarar que en ningún momento he confesado mi fe ni tampoco he dejado de hacerlo, simplemente he planteado mis dudas, unas dudas que aún hoy continúan y de difícil respuesta. Unas dudas que planteo en ambos sentidos tanto para el sí como para el no; y lo único que dejo claro es el mensaje que comprendí en mi viaje a Israel sobre el amor sin barreras, exista o no un Dios.


ANA


שלום עליכם (Shālôm ´alêḵem)


09 AGOSTO 2008


Volví de Israel hace casi un par de semanas pero desde entonces entre visitas y compromisos apenas he tenido tiempo para sentarme y reflexionar un poco.


Éste ha sido un viaje diferente, un viaje único. El viaje de mi vida. Pensaba que, como en otros lugares, una vez visto se acabó; pero no es así. Tengo que volver. Es un lugar para volver. Es un lugar diferente y mágico. Una mezcla de culturas, la comunión de las grandes religiones monoteístas del mundo y cómo puede convivirse con las diferencias religiosas que son las que han hecho estallar algunos de los más grandes conflictos del mundo. Jerusalén es una ciudad mágica, es una ciudad que enamora. Judíos, musulmanes y católicos conviven a diario por sus calles haciendo de ella una ciudad variopinta, la ciudad de la oración más grande del mundo.


Podría hablaros del Muro de los Lamentos, de la Mezquita de la Cúpula Dorada o del Santo Sepulcro, de la constante algarabía del Zoco, de los judíos ortodoxos que colapsan las calles, de las caras de los niños palestinos que te observan con una penetrante mirada, de la inmensidad del desierto ante tus ojos, de los beduinos del desierto y sus humildes poblados, de la angustiosa sensación oleaginosa del Mar Muerto o los reiterados indicios de las huellas de Jesús. Sin embargo, no éste el propósito ni el lugar para hacerlo de modo que me limitaré a reflexionar un poco acerca de lo que este viaje ha supuesto para mí.


Es difícil de explicar y no sé muy bien cómo hacerlo. Supongo que para lograr entender un poco todo lo que ha significado para mí tendría que remontarme muchos años atrás. Aquellos años en los que el mensaje de Jesús inundaba mi corazón. Tenemos la suerte, o la desgracia, de nacer en un sitio concreto y dependientemente de ello nos inculcan una religión, en mi caso la católica. En el fondo, el mensaje de la religión es el mismo para todas las religiones del mundo, la existencia de un Dios Todopoderoso cuyo núcleo es el amor. Pero las diferencias marcan las religiones y las culturas. Las diferencias hacen, a veces, surgir las dudas. Y yo, años atrás comencé a dudar. ¿Por qué soy católica? ¿Simplemente por el hecho de haber nacido en este lugar? Tal vez si hubiera nacido en otro lugar del mundo sería judía, musulmana o budista. Más tarde empecé a plantearme otras cuestiones existenciales más profundas.


Empecé a creer o a comprender que la religión no es más que un modo de engañarse. Desde hace miles de años el ser humano ha tenido la necesidad de dar respuesta a cuestiones que no tenían respuesta. ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cómo encontrar respuesta a semejantes preguntas? ¿Cómo vivir con la incertidumbre, con la inseguridad, con el miedo de no saber qué será de nosotros, con el miedo a la muerte? Entonces nació la religión como una forma fácil de responder a preguntas que carecían de respuestas. La respuesta es entonces mucho más sencilla. Es cuestión de fe. Pero aquella idea no me convencía, el hecho de que el ser humano fuera tan débil y vulnerable para necesitar vivir con la seguridad de que vivirá para siempre, de que su vida no tendrá fin, una vida infinita y eterna, la vida en el paraíso.


Cuando empecé a enfermar de anorexia, empecé a adelgazar y me volví obsesiva, maniática hasta el exceso, borde, antipática, egoísta y cruel, entendí que le estaba dando la espalda a Dios. Una parte de mí temía rechazar la comida porque era un modo de rechazar la vida, el regalo más hermoso que Dios nos brinda y sentía que le estaba rechazando a Él. Incapaz de aceptar la vida tal cual se me presentaba, comencé a venerar la muerte. La idea de no temer a la muerte me hacía sentir fuerte, más fuerte e invulnerable que las cientos de personas que se concentran a orar en las iglesias temerosos de que les llegue su hora.


Empecé a distanciarme de mis principios religiosos que me habían ayudado a encontrar la felicidad en las cosas más pequeñas durante tantos años. El olor de la tierra mojada, el crujir de las hojas en otoño, el sonido de la lluvia sobre el embaldosado, el olor a café recién hecho, la ayuda desinteresada, una sonrisa, una caricia, un beso, un te quiero.


Poco a poco fui resarciéndome en mi propia tristeza, incapaz de apreciar todo aquello que me hacía feliz y me sumergí en mi burbuja dando la espalda a Dios, a mi familia, al mundo y a mí misma.


Este viaje ha supuesto muchas cosas para mí en muchos sentidos. En primer lugar, me ha abierto los ojos. Resulta difícil decirlo y más aún aceptarlo pero es así. Así de sencillo y de simple; cuando vives en tu burbuja te niegas a salir y cierras los ojos para no ver qué hay más allá. Olvidas para no recordar lo que te hacía sentir bien por miedo a salir de tu burbuja, de tu refugio. Yo estoy empezando a salir de mi burbuja, de mi jaula, a abrir los ojos, a recordar… no es fácil, claro que no. Tienes miedo, un mundo inmenso se extiende ante ti y, creencias aparte, asusta. Pero hay algo mucho más poderoso y grandioso que todo eso esperándote ahí fuera, la libertad, y sin embargo, nosotros nos encerramos voluntariamente en nuestra jaula y nos negamos la libertad. Ahora me siento como un pajarillo herido que empieza recuperarse y abrir temerosamente la puerta de su jaula anhelando echar el vuelo y recuperar su libertad.


En una de las cientos de capillas que visitamos durante nuestro viaje una imagen llamó mi atención, San Gabriel le dice a San Jerónimo “Entrégame tus pecados”. Durante mucho tiempo me he conformado creyendo que rechazar la comida y, por tanto, la vida y, al mismo tiempo, a Dios no me hacían digna de Él. Es muy fácil y muy cómodo creer que no mereces seguir luchando. Te sientas y esperas que pasen los minutos pero, creyente o no, lo cierto es que le debemos algo al Señor, a nuestras familias y a nosotros mismos. No es justo sentarse y conformarse. Ahora he comprendido que nunca es tarde. Que aún estoy tiempo de mirar atrás y entregar mis pecados al Señor para continuar hacia delante.


En segundo lugar, y más importante, este viaje me ha abierto el corazón. Durante los últimos años me encerré dentro de mí misma y no permití que nadie se acercase a mí. Tal vez por miedo o, más bien, por el odio que cultivé en mi corazón. Por fin he encontrado la razón definitiva para abrir mi corazón al amor sin fronteras, lo más difícil es encontrar el amor a uno mismo. Pero ahora sé que estoy en el camino y aunque sé que es difícil después de tanto tiempo en la oscuridad empiezo a vislumbrar una luz en mi corazón que tal vez me ayude a caminar cada día hacia el camino que deseo para mí.



Shālôm ´alêḵem es un saludo hebreo que significa literalmente “la paz sea contigo” a lo que se debe responder ´alêḵem shālôm, “y con tu espíritu”. En el día a día los hebreos saludan únicamente con Shālôm.


ANA


Ahora ya ves


14 JULIO 2008

El lunes volví de mis vacaciones por Mallorca. Unas maravillosas vacaciones alejadas del mundanal ruido y la rutina tediosa de cada día. Resulta extraño y fascinante a la vez cómo la rutina puede absorte hasta tal punto de esclavizarte aún cuando la deseas más que todas las cosas por miedo a lo desconocido por miedo al descontrol, al fracaso.


Tenía miedo de las vacaciones, como siempre. Miedo a relajarme, a saltarme la dieta, a comer en exceso, a saltar mis meticulosos horarios, mis estrictas reglas diarias. Tenía miedo, como siempre porque es lo único que conozco, porque es, desgraciadamente, lo único que me hace sentir medianamente satisfecha, esa sensación al final del día de haber cumplido y temía que eso se acabara. Temía no encontrar una fuente de satisfacción sustitutiva porque no conocía nada más que me permitiera sentirme bien.


Y llegó el verano. Y se acabaron las reglas, la rutina, los horarios. Y comenzaron las vacaciones. Y conseguí evadirme de todo cuanto conocía. Y conseguí liberarme. Y qué bien te puedes llegar a sentir sin la presión continua que te ejerces sobre ti misma a diario cada minuto. Esa sensación de libertad es mucho más enriquecedora. Y ojalá pudiera mantenerse siempre.


Pero vuelves. Vuelves a tu casa, a tu vida, a tu día a día y eres incapaz de recuperar esas sensaciones. Eres incapaz de despreocuparte de la comida porque te das cuenta de que la comida te sigue asustando, te sigue esclavizando.


Han sido unas vacaciones en toda regla porque por primera vez en muchos años he logrado liberarme de todo, despreocuparme, comer sin hacer de ello un mundo, olvidarme de todo y disfrutar de verdad.


Y este post sería realmente maravilloso y dejaría una veda abierta a la más absoluta recuperación sino fuera porque hoy no me siento muy bien. Sé que no debería ser así porque de nuevo vuelvo a hacer de un grano una montaña de arena. Pero no puedo evitarlo y aquí estoy con las lágrimas recorriendo mi rostro porque no soy capaz de juzgar las cosas como se merecen. Porque no puedo evitar sentir que soy la última de la lista, porque no puedo evitar sentir que no soy su prioridad, porque no puedo evitar sentir que no le importo lo suficiente. Y, tal vez, si me sintiese mejor conmigo misma no necesitaría reconfortarme en lo qué hacen o dejan de hacer los demás en lo que respecta a mí, pero necesito ese empujón porque sigo sin ser capaz de sentirme bien sin más. Yo, sólo yo, sin aditivos, tal cual.


Fue un día triste, entre lágrimas y sollozos porque no pude tragarme el orgullo. Porque no tenía palabras, porque aunque quería verle no me apetecía verle, porque no soportaba la idea de no ser lo suficientemente importante para él. Pasé toda la tarde de ayer bajo la lluvia, bogando, sin ningún lugar a donde ir. Hoy amaneció igual. Soleado pero triste. Y volví a pulular por las calles, sin rumbo, durante horas, divagando, esperando una llamada que no sabía si estaría dispuesta a responder. Y empecé a comprender que la soledad no es tan mala, al final todos acabamos solos en algún momento de nuestra vida y, al menos, vives con la seguridad de que la soledad siempre estará.


Entre tanta divagación acerté a recordar aquellas sensaciones de soledad de años atrás, aquellos pensamientos esclarecedores, los soliloquios a tenue voz… Y recordé que hoy no me había tomado mi dosis de Prozac. ¿Sería esta tristeza desmesurada consecuencia de ello? Sabía que no pero también sabía que, en parte, el prozac te “ayuda” a ver las cosas de otra manera. Empecé a meditar si estaría viviendo engañada, si estaría viviendo en una nube, si estaría viviendo una vida teñida de color de rosa. No quiero vivir engañada. No me importa vivir en una tristeza permanente, esto es mejor que vivir en una mentira perenne; no quiero vivir en un mundo irreal.


Sé que pasarán los días y esto se olvidará porque al final solemos recordar las cosas buenas que nos suceden, pero es una lástima que este post se haya visto ennegrecido por unas lágrimas de dolor innecesario porque habría sido más maravilloso aún si ahora expresase la ilusión que se supone que debería tener porque mañana me voy de nuevo de viaje a Israel. Y aunque es un viaje en el que he puesto muchas expectativas, especialmente en el aspecto intrapersonal, no me siento con demasiado aplomo para introducir más detalles sobre esta experiencia, de modo que dejo las explicaciones para mi vuelta.


ANA


Qusiera haber querido lo que no he sabido querer


20 JUNIO 2008


Estoy cansada. No puedo más. Son las 2.36 de la madrugada y al fin terminé de hacer la maleta, recoger mi habitación, dejar todos los papeles preparados para irme, la documentación… todo está listo. Mañana me voy de vacaciones pero no podía irme sin escribir algo en mi blog.


Hay mucho que decir, mucho que contar porque desde la última vez que escribí han pasado muchas cosas. Muchas cosas y ninguna en realidad. No ha sucedido nada especial pero han pasado muchas cosas por mi cabeza y no podía irme sin escribir antes unas palabras. Lo que lamento es estar tan cansada que no me apetece explayarme en exceso, de modo que dejaré los detalles de lado.


Lo primero de todo es agradecer los comentarios del último post porque me gustaron especialmente. Me resulta difícil responder a todos cuantos quisiera pero leo cada uno de ellos detenidamente, no tengas la menor duda (eso va por ti, Ile). Es cierto que últimamente mis escritos han sido algo más pesimistas y lo siento porque sé que debería hacer esfuerzo por ver las cosas de otro modo por mucho que me cueste, ver lo positivo porque, aunque no lo parezca, también soy consciente de ello. Los ánimos que me habéis dado en vuestros comentarios, y que me dais habitualmente, me ayudan a seguir adelante cada día aunque a veces nunca viene mal una regañina para reflexionar un poco y que alguien te recuerde que tienes que seguir caminando y que no puedes bajar la guardia.


El lunes 16 acabé los exámenes. No fueron como hubiese querido, como de costumbre. La etapa de exámenes me puede. Me hunde, me estresa, aumenta mi ansiedad y desestabiliza mi dieta. Sé que no he comido como debiera estas últimas semanas. Me he saltado algunas comidas porque necesitaba sentirme bien para poder enfrentarme a los exámenes en todo mi esplendor pero la ansiedad se apoderó de mí y provocó que comiese entre horas sin poder evitarlo. El resultado ha sido que he ganado un par de kilos en dos semanas. 2 kilos!!! Estoy totalmente traumatizado pero estos dos kilos que he ganado cuando lo que yo ansiaba era perderlos mediante los ayunos. La conclusión a la que he llegado es que para perder peso no se puede llevar esta dieta, de modo que me he propuesto ahora hacer comidas equilibras, no saltarme ninguna de las comidas y dejar de picar entre horas.


Supongo que, en cierto modo, me empeño en creer que sería capaz de volver a mis dietas restrictivas de hace 6 ó 7 años pero lo cierto es que ya no soy capaz y lo único que consigo es descontrolarlo todo y subir de peso.


No quiero decir con esto que quiera adelgazar un montón, solo quiero perder los dos ó tres kilos que he engordado en los últimos meses y que me hacen sentir tremendamente mal.


Lo que he conseguido es dejar de vomitar por el momento. No vomito mi me doy un atracón desde hace más de un mes y para mí es todo un logro, sobre todo porque ni siquiera se me ha pasado por la cabeza a pesar del estrés y la ansiedad de los exámenes.


Ayer miércoles tuve consulta con el psiquiatra, las cosas van mejorando, me ha reducido la dosis de Prozac y poco a poco me voy estabilizando. Esta mañana tuve sesión con el psicólogo. Hablamos detenidamente sobre los miedos al peso y las razones de ese miedo. Desde hace muchos año he asociado, erróneamente, y lo peor es que yo misma me he dado cuenta de ello, el peso a cosas negativas. Mi vida está marcado por tres etapas en las que viví en tres ciudades diferentes. En la segunda etapa de mi vida no encajé bien en el colegio y todo el mundo se burlaba de mí, de mi peso, de mi físico, se metían conmigo… me sentía mal, fura de lugar, incomprendida, marginada… los primeros años conseguí no darle demasiada importancia pero llega un momento en que no eres capaz de evitar que los comentarios y la situación de tu alrededor te afecte y ami acabó consumiéndome. Caí en una depresión y me volqué en la comida en el sentido contrario, comía porque me sentía mal. Desde entonces asocié la comida y el peso a cosas negativas, a las burlas, a la no integración. Creí que aquella situación se debía a mi sobrepeso.


En la tercera etapa todo cambió, decidí adelgazar porque pensaba que eso me ayudaría a sentirme mejor. Todo a mi alrededor cambió. Colegio, casa, amigos… todo era diferente y todo me gustaba y asocié todo eso a mi nuevo peso. Ahora subir de peso me da pánico porque temo volver a recuperar lo que viví años atrás.


Hablamos un poco sobre los valores en mi vida, sobre el control y que papel desempeñaba en ella y cómo o qué podía yo controlar. Luego la enfermera me tomó la tensión y me pesó. 49.300 kilos. 49 kilos… 49 kilos. No tengo palabras.


Mañana me voy a la playa con mi chico y estoy super ilusionada pero con solo pensar que tengo que ponerme en biquini allí delante de todo el mundo con mis 49 kilos de peso… me aterra.


Sé que no podré olvidarme de mi figura, de los kilos, de cómo me queda la ropa… pero espero poder relajarme y pasármelo muy bien. Estaré fuera hasta el día 6 de julio haciendo un esfuerzo por mantener una dieta equilibrada. Os recomiendo que hagáis lo mismo, es la mejor terapia. Olvídate de todo, vete a una isla con tu pareja, ponte morena y a comer ensalada, arroz, fruta y pescado. Espero volver con las pilas cargadas.


ANA


Las drogas enganchan


06 JUNIO 2008


Temía este momento, y con razón. El momento en que llegasen los exámenes. La ansiedad, el estrés, el agobio, la falta de concentración, la posibilidad de fracaso, una vez más.


Pero al mismo tiempo ansiaba que llegase este momento por una sola razón, era la excusa perfecta para pasar el día entero en la biblioteca sin tener que pasar por casa a medio día.


Necesitaba volver a sentir que podía mantener el control, que era capaz de controlar lo que entraba a mi cuerpo, que era capaz de decidir lo que ingería y lo que no. Necesitaba sentir que todo a mi alrededor tenía un orden perfecto y estructurado, cada cosa en su lugar, en su sitio, el sitio del que se habían movido en los últimos meses. Un desorden que me había nublado, que me impedía razonar, que me impedía ver las cosas con claridad, que me impedía sentirme a gusto en mi piel. Necesitaba recuperar ese orden y sabía que tan sólo sería capaz de conseguirlo si lograba colocar cada cosa nuevamente en su lugar.


Sabía de sobra que hasta que no consiguiera ese orden que había perdido en mi vida, sería incapaz de sentarme delante de un libro y concentrarme en el incomprensible sistema macroeconómico, sería incapaz de desviar la atención de la comida, las calorías o el peso para centrarme únicamente en la que debía ser mi prioridad, los exámenes finales.


Y conseguí hacerlo. Me impuse una rutina bastante estricta que consistía en acudir a diario a la biblioteca y estudiar durante horas, mañana y tarde. Nada de estudiar en casa, con la tentación constante del frigorífico a unos pocos pasos al fondo del pasillo que lograba recorrer en pocos segundos en esos momentos incontrolables de ansiedad. No quería nada de eso, ahora no.


Volví a mi rutina de la tostada de pan de molde integral cortada en 5 tiras. Después de meses de esfuerzo para deshacerme de aquel riguroso ritual diario, después del angustioso esfuerzo para conseguir comerme la tostada cubierta con una fina película de mermelada, finalmente volví a recuperar mi ritual con el solo objetivo de colocar cada cosa en su lugar como una parte más del puzzle.


Lo bueno de todo esto es que he evitado las tentaciones, los atracones e incluso evadirme del tema COMIDA. Lo malo es que en cierto modo la otra razón por la que decidí imponerme esta rutina era porque sabía que era el único modo en que conseguiría perder algo de peso, quizá alguno de los kilos que había ganado en los últimos meses y que me estaban angustiando sobremanera.


Durante la primera semana de rutina de estudio, no comí casi ningún día. Me compraba una manzana únicamente y me alimentaba a base de la manzana y el agua hasta la hora de la cena en que llegaba a casa. La segunda semana comí en un par de ocasiones porque tenía compañía y no podía escaquearme. ¿Qué podía hacer? Pero me sentía bien que era lo importante. Me sentía llena de fuerza, viva, recuperé todas aquellas sensaciones que tanto añoraba y, en el fondo, sé que he cometido un gran error porque he vuelto a probar la droga y ahora siento que quiero más.


La primera semana fue una sensación de euforia y de éxtasis pero, lo cierto, es que la segunda semana empecé a notar los efectos del ayuno. Cuando no comes no puedes concentrarte, no puedes estudiar, no puedes pensar, te cuesta el doble y por mucho que te esfuerzas no rindes.


Algunos días iba al súper y paseaba lentamente por los pasillos observando detenidamente qué estaría dispuesta a comer. Puede resultar muy fácil para cualquiera, no para mí. Pasaba una y otra vez por el mismo pasillo, cogía un producto, lo miraba, lo leía, lo volvía a dejar y así durante varias veces. No había nada que me convenciera. Un día decidí que tenía que comer algo, que debía comer algo. Sé que puede parecer absurdo pero para mí es algo positivo el hecho de comprarme algo, cualquier cosa para comer sola, por nimia que sea, teniendo la oportunidad de no hacerlo porque es algo que antes nunca hubiera hecho. Después de mirar y pensar largo y tendido, decidí comprar unos biscotes de pan muy finos junto a mi manzana. Ésa fue mi comida.


El martes día 03 tenía cita con la dietista. Tenía que llevar un menú semanal elaborado por mí en el hipotético caso de que estuviese sola y pudiese comer lo que quisiese. Al principio pensé que sería fácil. En realidad eso es lo que siempre he querido, comer sola, que nadie me diga lo que tengo que comer o lo que no, no dar explicaciones, no comer por obligación ni comer algo que no me apetezca.


Pero lo cierto es que no resultó nada fácil. ¿Qué haría si estuviese sola? ¿Comería? ¿No comería? En un primer momento pensé que se trataba de ser sincero y que si de verdad pensaba que si al estar sola me saltaría las comidas, debía ponerlo. Pero siendo realista, ¿cuánto tiempo podría mantener esa situación? ¡¡No quiero morirme joder!! Lo que debía hacer era elaborar un menú realista, que me impusiera algunos retos pero que al mismo tiempo me hiciera sentir bien al saber que podía cumplirlo sin estar engordando. Elaboré un menú sencillo a base de verduras, patatas, arroz, pasta, ensaladas y frutas. Todo muy ligero, fresco, cocido, al horno o la plancha, sin aderezos, sin acompañamientos y con un solo plato.


Cuando llegué a la consulta la dietista me dijo la realidad :“bueno… ¿y dónde están las proteínas?” ¿Las proteínas? Nunca he reparado en eso. Decidí fijarme en las calorías y punto. Sabía que las grasas engordaban más así que las taché casi por completo pero nunca me fijé en si comía hidratos o proteínas. Todos mis alimentos habituales son del grupo de los hidratos y apenas como proteínas. Apenas como carne, excepto por obligación y la única que tolero de buena gana es el pollo. Como pescado… a veces, pero resulta más laborioso de cocinar que una ensalada y al final siempre tiendo a lo mismo, es más rápido, más ligero, menos calórico… Los que no disfrutamos de la comida no disfrutamos cocinando y tener que perder el tiempo en la cocina es bastante desagradable de modo que intentas ir a lo más rápido y sencillo.


Taché la carne por una absurda razón, siempre la asocié con salsas, aceite, grasas… y pensé que engordaba más. Soy consciente de las pocas calorías que tiene un filete de pollo a la plancha y sin embargo… no me resulta fácil, ¿por qué? Simplemente porque me he empeñado en tachar la carne de mi dieta. Poco a poco me he ido convenciendo de ideas pro-vegetarianas y sufro al pensar en el grandísimo mercado que se mueve alrededor de la carne y el comercio con los animales, además del trato que se les da, con lo que mi consumo de carne ha ido disminuyendo.


“¿Qué pasa con los huevos?” No había incluido huevo ni un solo día. No lo sé… supongo que también lo he tachado. Eso no quiere decir que no lo coma cuando no me queda más remedio, pero si por mi fuera supongo que no lo comería. Sin embargo, hay otros alimentos que sí he dejado de comer voluntariamente y no puede imaginarme si quiera comiéndolos, mantequilla, aceite, mayonesa, chorizo, cordero, salchichas, hamburguesas, chocolate, helado, donuts, tartas o pasteles, por ejemplo.


“¿Y las legumbres?” Tampoco había legumbres en mi menú. Supongo que tengo asociadas las legumbres a los guisos con carnes y grasa y tengo la sensación de que engordan más. No lo sé.


La dietista me habló de la importancia de las proteínas y, además, me comentó que éstas tienen un efecto saciante del que carecen los hidratos; esto supone que después de comer carne, pescado o frutos secos, por ejemplo, el estómago se sentirá satisfecho y no te pedirá comer al cabo de una hora. A diferencia de los hidratos cuya digestión es más corta y en seguida vuelve la sensación de hambre y las ganas de comer.


Le hablé a mi dietista de los ayunos durante el período de exámenes. Entendía que el estrés y la ansiedad de este momento alterasen de nuevo mi comportamiento ante la alimentación pero me dijo que procurase comer algo, aunque fueran unos frutos secos, un yogur, una pieza de fruta o un café. Que hiciese paradas durante el estudio para tomar algo y despejarme porque sino no rendiría suficiente. Me dijo que intentara no pasar demasiados períodos en ayunas.


Ya lo sabía pero la dietista corroboró mi idea. Mi problema real, el problema de raíz, es la relación que tengo con cada uno de los alimentos. Tengo alimentos prohibidos sin ningún motivo. Me he convencido de que no puedo tomarlos por alguna razón y me alimento simplemente a base de arroz, verdura, pasta o fruta. Es una relación muy difícil de entender porque no viene de unos años para acá sino de mucho antes. Viene prácticamente desde hace 23 años. Con cada alimento, con cada comida, existe una historia, una relación de muchos que se ha ido reforzando o distorsionando. Nunca comí bien desde que recuerdo. Incluso antes de recordar mi madre me cuenta las dificultades para hacerme comer. Ya desde muy pequeña fui forjando una relación especial y macabra, en cierto modo, con la alimentación.


Lo he pasado mal con la comida desde que recuerdo y el problema profundo es que desde que era muy pequeña siempre me aferré a la comida y la equiparé a mis emociones. Desde hace más 23 años he vivido con la certeza de que existía una conexión casi perfecta entre comida y sentimientos. Ahora me resulta casi imposible dividir ese tándem.


Me pesó. Quería que lo hiciese. Tenía miedo pero al mismo tiempo deseaba saber cuánto pesaba. Sabía que apenas había perdido peso, tal vez algunos gramos, y aunque estaba segura de que lo que vería no me agradaría necesitaba comprobar que no había engordado. 47,400. Perdí alrededor de 600 gramos. “Sólo 600 gramos, maldita sea” pensé, aunque lo cierto es que en el fondo estaba contenta de haber bajado de nuevo de los 48. Tenía miedo de quedarme anclada en esa cifra.


Salí de la consulta algo conmocionada. Me sentía extraña. No sé muy bien por qué. Durante la casi una hora de autobús que tardé en llegar a la biblioteca pude pensar acerca de la sesión. Lo de las proteínas me había inquietado. Tenía que incluir proteínas en mi dieta, muy bien, además tenían efecto saciente, aún mejor, pero… ¿qué podía comer? No se me ocurría nada. Pescado; claro, el pescado me gusta pero sé que a la hora de la verdad no me cocino un pescado. Carne; vale, todos sabemos que puedo esforzarme un día y comer pollo a la plancha pero ¿es suficiente? Frutos secos; a veces como nueces, dicen que son buenas para el corazón pero sé que engordan mucho e intento evitarlo. Huevos; no, seguro que no. No es fácil para mí. Al final siempre como lo mismo. Al final siempre es todo igual, la maldita y la ansiada rutina. Mi droga.


Llegué a la biblioteca, comencé mi sesión de estudio y después de algo más de una hora comencé a notar cómo no lograba concentrarme, cómo me dolía la cabeza y mi estómago empezaba a hacer ruidos. Justo esas sensaciones que te hacen sentir tan bien pero que a la vez te hacen sentir tan mal y que aborreces cuando tienes que estudiar. Comencé a sentirme así justo después de haber ido a la consulta esa misma mañana y decidí ir a comprar algo. Compré una bolsita de 85gr de nueces que comí lentamente mientras estudiaba y de lo que me arrepentí enormemente porque me sentaron fatal. Aquella tarde aborrecí a la dietista por haber comprado aquellas nueces.


Esa misma noche al llegar a casa mi madre me preguntó que tal había ido la sesión con la dietista. Le estuve contando un poco todo lo que me había dicho pero la conversación se torció. Mi madre empezó a decirme que no como nada de lo que ellos preparan, que siempre ando con mis comidas especiales y que no me esfuerzo en absoluto. Aquellas palabras me llegaron al alma y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. No quise escuchar ni una palabra más y me refugié en mi habitación, me acurruqué sobre la cama como un bebé y lloré. Mi madre vino pasados unos minutos para hablar tranquilamente y preguntarme qué me pasaba. Ella no entiende el esfuerzo que hago. No es capaz de comprender que cuando yo como 1 biscote de pan en vez de un pedazo de pan blanco no es por capricho, es un esfuerzo por comer pan, es un logro. Ella solo lo ve como otra de mis cosas raras para no comer pan. Hace algunos meses que logré incluir los biscotes de pan integral en mi dieta diaria a sabiendas de que no conseguiría comer ese pan blanco lleno de miga pero para mi madre eso no significa nada.


Le expliqué a mi madre lo difícil que me resultaba comer, aunque ella no lo viese. Le confesé a mi madre, para que lograra entender, lo mucho que añoraba los ayunos, la angustia que me producía tener que sentarme delante de la mesa cada día a comer y le expliqué que era mucho más angustioso si tenía que comer alguna de esas comidas que no me gustaba comer (un filete de cerdo, un guiso o un huevo frito). Le dije a mi madre con las lágrimas en los ojos que no quería comer y que, aún así, lo estaba haciendo pero que ellos no lo apreciaban. Le repetí varias veces cuánto añoraba hacer mis ayunos hasta que mi madre acertó a preguntar “¿la razón por la que te vas a la biblioteca todo el día es para no comer?” Le dije que no. Podría haberle dicho que sí y no le hubiese mentido aunque la razón principal es el estudio.


Ayer jueves, día 5, tenía mi segundo examen. Eran a las 15:45 y le dije a mi madre que no iría a casa a comer porque quería estar pronto en la facultad. Estuve toda la mañana en la biblioteca repasando y a las 2 cogí mi bicicleta y me fui a la facultad. Decidí que tenía que comer algo. Primero pensé que comer tan sólo una manzana pero luego pensé que quizás no rendiría suficiente y quería aprobar por encima de todo, así que decidí que debía comer algo. Fui al supermercado y volví a recorrer todos los pasillos uno a uno fijándome en cada producto, en cuáles podría comerlos sin necesidad de preparación y cuáles estaría dispuesta a comer. Pensé en comprar unos frutos secos pero luego decidí que engordaban mucho y que eso no era una comida. Me detuve en la zona de comida preparada y me fijé en los sándwiches. ¿Por qué tienen que ponerles mayonesa a todos los sándwiches? No lo entiendo. Leí detenidamente los ingredientes de cada uno de ellos. Por un momento pensé que no estaba dispuesta a comer un sándwich con mayonesa pero ¿qué podía comer sino? De haber tenido información calórica habría elegido basándome en ella pero como no la tenía, para variar, elegí el sándwich que tenía el menor porcentaje de mayonesa. Me lo pensé varias veces. Mis niveles de ansiedad comenzaron a aumentar con solo pensar que iba a comerme aquel sándwich. Cogí una manzana, pagué y salí de allí antes de cambiar de opinión.


Me daba vergüenza que me vieran comer en la facultad, en realidad, siempre me ha dado vergüenza comer en público, sé que es absurdo porque todos comemos pero, en cierto modo, me da la impresión de que te hace parecer más débil y vulnerable, ¿qué pasa que no puedes aguantar sin comer nada hasta llegas a casa? Menuda tontería. Comencé a comerme el sándwich por la calle, mientras caminaba. Abrí el plástico del envase, después de volver a pensarlo de nuevo, y desmenucé el primer pedacito de una de las dos mitades con los dedos pulgar e índice de mi mano derecha. Me resultó muy difícil. El primer bocado fue el peor. Me resultó difícil retirar el plástico, me resultó difícil desmenuzar el sándwich y me resultó más difícil aún llevármelo a la boca. Mis gafas de sol ocultaban las lágrimas a punto de salir de mis ojos. Mi nivel de ansiedad se había duplicado por momentos. Sentí deseos de tirar el maldito sándwich pero me había propuesto comerlo y así lo haría. Fui desmenuzando poco a poco y masticando lentamente, ni siquiera recuerdo el sabor porque no reparé en ello; solo recuerdo pensar cuánto me quedaba aún, las ganas de llorar, la ansiedad, la angustia, la vergüenza. Cuando llegué a la facultad aún me quedaba más de la mitad de la primera parte, escondí el sándwich y entré en el aula donde dentro de una hora comenzaría el examen. Elegí un sitio y, como aún no había casi nadie, volví a sacar el sándwich que comí lentamente mientras leía una revista. Sólo me comí una de las mitades que complementé con mi habitual manzana. Tuve ganas de llorar en varias ocasiones pero conseguí evitarlo. No sabía si había hecho bien o no al comer aquel sándwich antes del examen porque había aumentado mi ansiedad, me había desconcentrado y angustiado sobremanera. Por otra parte sabía que era un pequeñísimo paso hacia delante después de los grandísimos pasos atrás de las últimas semanas.


Después de volver a probar la droga y darme cuenta, de nuevo, del por qué de la adicción.


ANA

Y quisiera

19 MAYO 2008


“Y quisiera tirar del cable
anclado en la pared.
Y quisiera soltar esa correa
que está marcando tu piel.
Y quisiera poder gritar
que ya soy libre;
pero duele soltar
y el dolor me persigue.”



“Y quiero escapar. Y quiero creer que yo tengo la fuerza; pero no tengo el poder.”


Lo he intentado. Me he esforzado mucho, he cambiado muchos comportamientos, he avanzado, he desmitificado creencias absurdas, eliminado ritos y cesado actitudes inapropiadas.


Pero no me basta. Todo lo que he conseguido, todo lo que he logrado y recuperado no es suficiente porque por mucha satisfacción que pueda proporcionarme deja un hueco vació a nivel personal y emocional que sólo era capaz de llenar con el ayuno que me proporcionaba mi anorexia,


Y no quiero desprenderme del todo. Sólo un poco. Desvincularme un poquito, alejarme de esa obsesión que no me permite ser feliz pero sabiendo que sigue ahí cerca por si algún día necesito recurrir a ella, por si algún día mis emociones se descontrolan, por si yo misma me descontrolo. Necesito saber que mi herramienta de control está ahí guardada en un cajón a mi alcance para poder abrirlo y usarla siempre que la necesite, siempre que sienta que la vida se me va de las manos. Cuando necesite mantener ese control.


No quiero separarme de la anorexia del todo. La palabra anorexia no me gusta. Para mí la anorexia no es lo que ansío, lo que busco es el control. Eso es lo que quiero, lo que anhelo, lo que no quiero eliminar de mi vida. Me da miedo desprenderme del todo de la anorexia porque con ella desaparecerá todo el control que soy capaz de ejercer sobre mi vida y sobre mí misma.


Sé que hasta que no aprenda a vivir sin la necesidad de controlarlo todo no podré ser realmente libre y, por extensión, feliz. “pero duele soltar y el dolor me persigue.”


En la última sesión que tuve con mi psiquiatra hace un par de semanas tuvimos una conversación muy curiosa. Hablamos de algo sobre lo que, curiosamente, nunca me había parado a pensar. Le comenté que no me preocupaba irme un año entero a estudiar al extranjero porque cuando me sentía bien no tenía problema con la comida y comía muy bien (dentro de unos límites, claro), pero no me preocupaba en exceso por la comida. Mis problemas y mi preocupación por la comida venían cuando me sentía mal, cuando discutía en casa, cuando me sentía mal, cuando me sentía triste, sola, fracasada, infeliz… entonces pagaba todos esos sentimientos y emociones negativos con la comida y decidía no comer en un intento de eliminar el dolor emocional centrándome solo en el dolor físico. Me castigaba creyendo que no merecía comer, que no era lo suficientemente buena para comer. Sustituía los sentimientos emocionales de malestar con la satisfacción que me proporcionaba tener el control absoluto sobre las necesidades de mi cuerpo.


Mi psiquiatra me dijo que mi problema no era la comida en sí sino cómo me enfrentaba a los sentimientos; que desde muy pequeña he usado la comida cómo un modo de enfrentarme a mis emociones y tenía que eliminar esa conexión que había creado en mi cabeza entre comida y emociones, para bien y para mal.


Cuando me siento mal no como pero cuando me siento bien sí y en ninguno de ambos casos es bueno. Comer debería ser algo incuestionable, algo natural, del mismo modo que nos vestimos por la mañana al levantarnos, nos peinamos o nos lavamos la cara. No deberíamos comer o no comer según cómo nos sintamos en cada momento, sino simplemente comer como si fuera lo más normal del mundo; al menos así debería ser.


Pero no lo es para mí. Desde bien pequeña ha sido así. Emociones y comida han ido unidas. Y más aún en esta sociedad en que nos empeñamos en celebrar y festejar cualquier evento, fiesta o celebración alrededor de una mesa rebosante de platos. La comida es el centro de cualquier celebración. Nuestra sociedad ha dejado de comer por necesidad o como algo natural. La comida se ha convertido en un evento social, en un motivo de reunión, en un mercado que mueve miles de millones en todo el mundo y en una tentación para muchos.


Los creativos de las empresas se empeñan en cohesionar emociones y comida en anuncios publicitarios imposibles. Eva Longoria (sensual, guapa, atractiva, delgada, MUJER) disfruta comiendo un Mágnum. No es de extrañar que emociones y comida vayan ligadas.


Si nos centremos en las bases neurobiológicas del comportamiento alimentario, podemos comprobar que los estados mentales depresivos actúan disminuyendo los niveles de serotonina en el centro de saciedad del hipotálamo de modo que inhibe la ingesta. De este modo, podemos justificar científicamente la existencia de una relación biológica entre emociones y estados de ánimo con el apetito.


Sí, señor psiquiatra, sería fantástico que todos pudiéramos comer la cantidad adecuada para nuestro organismo; ni más ni menos, sin planteárnoslo, como si fuera lo más natural del mundo. Y también sería genial que a todos nos quedase perfecta la ropa de las tiendas. Y también sería genial que todos consiguiésemos el trabajo de nuestros sueños. Y sería genial que descubrieran una cura para el cáncer y que no hubiera más guerras en el mundo y que nadie muriera a manos de su marido o mujer o padres o pareja o vecino… y que todo el mundo tuviese acceso a agua potable y comida y a una casa digna. Y que todos los niños del mundo pudiesen tener una ecuación. Y que no hubiese más racismo, ni más intolerancia. Y que los enfermos mentales no fueran considerados locos. Y que los que están en sillas de ruedas pudiesen caminar, y los ciegos ver y los mudos hablar y los sordos oír. Y que desapareciese la maldad en el mundo. Y… puestos a pedir…


Quisiera ser feliz.


ANA


Miedo a lo desconocido

14 MAYO 2008


Es de noche. Todo ya está a oscuras y tan sólo la pequeña lámpara junto a mi ordenador deja entrever una tenue luz en la oscuridad. Todo está silencio, tan sólo las teclas de mi ordenar son capaces de perturbar la quietud de la noche al son de una desgarradora voz que surca mis oídos para adentrarse en lo más profundo de mi alma.


Está lloviendo. El sonido de la lluvia sobre el pavimento me devuelve a la realidad. La ventana abierta de mi habitación deja entrar los infinitos olores indescriptibles que aviva la humedad.


El frío de la noche se adentra en mi soledad para recordarme cuán fría, oscura y tétrica puede resultar. Debería, tal vez, asustarme, pero lo cierto es que me gusta. Lo cierto es que una parte de mí se siente más viva que nunca, se siente una parte real del mundo, de un mundo que, cuando calla, cuando duerme, cuando descansa, cuando se para, resulta mucho más embriagador. Un parte de mí siente la tentación de volver a formar parte de ese mundo oscuro y nostálgico, solitario y dramático de las noches en vela, de las noches inagotables e infinitas, de una vida más vívida, real y profunda que la de un mundo que gira sin parar.


Echo una manta sobre mis hombros. No puedo ya apenas soportar el frío de la noche, de una noche húmeda que me traslada algunos años atrás en que, ataviada con varias capas de ropa, bufanda y guantes, me disponía a disfrutar de una maravillosa velada nocturna a la luz de la luna que transcurría entre textos, cigarrillos, litros de café y sesiones interminables de ejercicios.


Añoro todo aquello. Aunque sé que no es más que una mentira, que me limito a recordar sólo la parte dulce y agradable de aquella época; apenas unos pocos momentos a lo largo del día o, incluso, semanas. Y me olvido de lo duro que resultó todo aquello. Me olvidó de todo lo que perdí, de todo el sufrimiento continuo, de las lágrimas incesantes día y noche, de la sensación infinita de fracaso, de la efímera euforia, de los gritos, las broncas, la desaprobación, el odio y los trágicos deseos de alcanzar una muerte temprana.


Ha pasado mucho tiempo desde entonces, no tanto, en realidad, pero a veces lo siento tan lejano que incluso me cuesta recordar todo aquello por lo que pasé y a veces necesito volver a recordar, volver a aquellos días de dolor intenso. Necesito recordar todo ese sufrimiento para convencerme de nuevo de que no es eso lo que quiero; porque no debería serlo.


Y he aprendido mucho desde entonces e, indudable y tristemente, el sufrimiento y el dolor, es la forma más eficaz de aprendizaje. Pero todavía me falta mucho por aprender. Sé que los últimos meses he hecho grandes avances. Di pasos que nunca imaginé que sería capaz de dar. No ha resultado nada fácil pero hay poner de tu parte y estar convencido de que quieres salir de esto. Confiar y creer que puedes hacer y sobre todo ser consciente de que el camino por el que vas es un camino equivocado.


No es fácil aceptar que ese camino es erróneo ni mucho menos decidir que quieres avanzar. Sin embargo, a pesar de los avances, a pesar del convencimiento, a pesar de mi decisión personal de seguir adelante, siento que he topado con un enorme muro en el camino y no estoy segura de querer avanzar. Supongo que es el miedo que me corroe a adentrarme en lo desconocido, el miedo a desprenderme para siempre de la enfermedad.


Sé que puede parecer absurdo e incomprensible que una persona que desee recuperarse y ser feliz no quiera desprenderse del todo de su enfermedad. Es difícil de explicar. Tengo la sensación de que durante todos estos años la anorexia ha ido formando parte de mí y desprenderme de ella sería como desprenderme de una parte de mí misma.


Los primeros años de la enfermedad, el trastorno y tú sois entes distintos, separados. Pero, con el paso del tiempo, el trastorno va formando parte de ti y desprenderse de él sería como eliminar una parte de ti mismo. Me da miedo desprenderme del todo de él.


Llevo demasiados años compartiendo mi vida con el trastorno. Desde los 12 ó 13 años sufrí una crisis depresiva que duró hasta los 16. Entonces, decidí que debía hacer algo para cambiar, que tenía que ser feliz. Ponerme a dieta fue mi gran idea para adelgazar y ser atractiva, como requería la sociedad para ser bien valorada, y, al mismo tiempo, para mantener el control sobre mi vida que me había sido arrebatado.


Tengo 23 años, casi 24, y todo lo que soy es parte de mi trastorno. Sé que hay cosas negativas de mí misma, cosas que no me gustan, que aborrezco y que son culpa de la enfermedad pero también hay muchas otras cosas positivas que, si bien, no le debo a la anorexia, sí he aprendido a valorar de mí misma y me gustan. Desprenderme del trastorno sería como renunciar a una parte de mí misma.


Sé que en el fondo suena un poco absurdo. Mi psicólogo siempre me dice que el trastorno y yo no somos la misma persona, que tengo que discernir entre la enfermedad y yo misma pero ha llegado un momento, después de tantos años, que no sé qué parte soy yo y cuál es el trastorno. Y, en el fondo, creo que lo único que me pasa es que tengo miedo a enfrentarme a la vida sin mi única herramienta de control, a enfrentarme a lo desconocido, a salir a la vida real, a traspasar el muro.


Es absurdo porque luchamos y exigimos una libertad que nos negamos a nosotros mismos empeñándonos en aferrarnos al trastorno alegando como único motivo un miedo irracional a algo desconocido.


¿Acaso tenemos algo que perder?

ANA


No existen los cuentos de hadas


05 MAYO 2008


Es la tercera vez que me siento frente a la pantalla de mi ordenador durante las últimas dos semanas para escribir unas líneas. No me resulta fácil. Me quedo en blanco. Siento que me quedo sin historias, que redundo una y otra vez en los mismos vanos temas.


Y me sacude el miedo. Un miedo oscuro y sombrío, un miedo exacerbado, un miedo lánguido y frío que recorre cada uno de mis huesos. Miedo a quedarme sin palabras, miedo a quedarme sin discurso, a no ser capaz de rellenar las líneas suficientes para formar un texto, un relato; miedo al vacío. Es el miedo del escritor, el miedo a quedarse en blanco, el miedo a perder la facultad de escribir, la facultad de relatar; miedo a no tener nada que contar.




Leo un comentario que llega a mi blog. Es una entrada antigua. Una de las primeras entradas de mi blog: “Quiero ser anoréxica”. Aquel escrito nada tenía que ver con que yo quisiese serlo, el título sólo era un intento de atraer a todas esas chicas que navegan por la red escribiendo dichas palabras en los buscadores; y os aseguro que son cientos, pues cientos de visitas han llegado a mi blog mediante esa búsqueda.


Deseaba que esas chicas pudiesen, al menos, leer y, ¿por qué no?, reflexionar sobre la idea desde un punto de vista diferente. Que pudiesen escuchar la voz real de una persona que ha sido capaz de vislumbrar las dos caras de la misma moneda, de una persona que ha sentido exactamente lo mismo que ellas, que ha deseado adelgazar hasta la extinción y que ha logrado resurgir de las cenizas para comprobar lo equivocada que estaba y lo egoísta que ha sido.


Algunas de las personas que leen éste u otro escrito reflexionan sobre ello e, incluso, hay quien me agradece por ello. Sólo la oportunidad de que alguien pueda leerlo, de que a alguien pueda ayudarle el hecho de leer mis palabras, mis opiniones, mis experiencias, mis consejos… es gratificante.


Sobrellevar un trastorno de la alimentación, o cualquier otro tipo de trastorno, no es nada fácil porque en la mayoría de los casos se hace en soledad. Y hacen faltas respuestas, explicaciones, saber que hay alguien que te entiende, que te escucha, que siente exactamente lo mismo que tú, que no eres un ser extraño, que no estás sólo en esto. Saber que hay alguien más que siente igual que tú, que sufre lo mismo que tú, cada día, cada momento, lo hace más llevadero.


Yo también necesitaba esas respuestas, esas explicaciones, pero no tenía a nadie a quien acudir, nadie que pudiese explicarme los por qués, nadie que pudiese explicarme por qué me sentía de este u aquel otro modo, nadie que me diese las respuestas que necesitaba en aquel momento y que me impedían entender que me estaba pasando. Por eso recurrí a los libros. Y por eso sé lo importante que es tener esas respuestas. De modo que, en la medida de lo posible, con mis limitaciones, con mi experiencia, mis lecturas y mis investigaciones intento dar respuesta y explicación a cada una de esas sensaciones, a cada una de esas emociones, a cada uno de esos miedos, a todas y cada una de esas circunstancias que, al fin y al cabo, nos ayudan a saber quienes somos cada uno de nosotros.


Algunas chicas escriben convencidas de que ser anoréxica es un estilo de vida de libre decisión y afirmando que las repercusiones son únicamente beneficiosas. Obviamente sé que es difícil hacer cambiar de opinión a estas chicas/os. Lo sé porque también yo estuve convencida de ello y entonces no hubiese habido nadie que me hubiese hecho cambiar de opinión. Sé que nada de lo que pueda decirles yo ni nadie va a hacerles cambiar de forma de pensar en este momento y que tendrán que ser ellas las que se den cuenta de que están totalmente equivocadas del mismo modo que yo tuve que aceptar que lo estaba.


No es fácil asumir, después de tantos años luchando y persiguiendo un sueño con tanta intensidad, que estás equivocado. No es fácil aceptar que nada de todo eso por lo que has luchado merecía la pena, que todo eso sólo sirvió para hacerte más daño. No es fácil abrir los ojos para el ver el mundo el real y darte cuenta de que has hecho daño a quien más te quería. No es fácil aceptar que has perdido el tiempo y retomar tu vida donde la dejaste. No es fácil aceptar que has fracasado, que has perdido la batalla. No es fácil aceptar que no existen los cuentos de hadas.


ANA


Cúmulo de sensaciones


07 ABRIL 2008


Siempre me ha resultado difícil encajar las emociones. Por eso siempre quise dejar de sentir; dolor, rabia, tristeza, soledad… pero también alegría o satisfacción porque no sé cómo afrontar las emociones sea cual su índole. Me parece más sencillo no sentir nada porque no tienes nada de qué preocuparte. Las sensaciones buenas siempre van parejas de cosas negativas, miedo a que se acaben, a que se pierdan en el infinito, miedo a no estar a la altura, miedo a perder la sonrisa porque después siempre viene una lágrima. No sé enfrentarme ni encajar mis emociones ese es mi verdadero problema y a veces me resulta difícil manifestar cómo me
siento en realidad porque aunque esté feliz y contenta desearía no estarlo, no porque no desee ser feliz sino por miedo a perder esa felicidad, por miedo a no saber mantenerla, a no estar a la altura de las circunstancias.


Intento ocultar mi felicidad o mi alegría porque siento que una parte de mí jamás conseguirá ser feliz, como si estuviera condenada a vivir en la más absoluta tristeza y melancolía. Sé que consigo cosas, proyectos, ambiciones que empiezan a hacerse realidad, que comienzo a vislumbrar con una disimulada sonrisa pero me cuesta confiar y creer que conseguiré todos mis propósitos porque a veces me pongo objetivos inalcanzables, porque no me conformo con lo que tengo, porque siempre quiero más.


Éste, mi blog, era uno de esos proyectos que tenía en mente. Un modo de, no solo dar a conocer mis dotes como escritora sino, ofrecer una imagen real y correcta de los trastornos de la alimentación, de todo lo que se oculta detrás de un trastorno de estas características, más allá de la mera imagen. Nunca pensé que las visitas podrían superar siquiera las 10.000 y ya llevo más de 32.000. Es todo un honor, más aún sabiendo que he ayudado o, al menos, he hecho reflexionar a varias personas. Las visitas de mi blog y los comentarios avalan que hago un buen trabajo con mis escritos, o al menos eso quiero pensar, pero el verdadero reconocimiento ha sido el que mi blog haya sido seleccionado para ser presentado en un poster junto a otros dos blogs en un congreso de Salud Mental. Éste ha sido el resultado. Muchas gracias a Dora por todo su apoyo y su trabajo.



Mi siguiente proyecto en este ámbito, como bien sabréis muchos de vosotros, es mi libro. Lo tengo todo un poco parado porque no tengo demasiado tiempo y llevo algunos meses un poco ofuscada. Enciendo el ordenador, abro el documento en el que tengo las cientos de hojas que se supone que formarán mi libro, lee y releo pero no sé por dónde continuar. No es fácil contar una historia como ésta. No es fácil hablar de según qué cosas o qué detalles. No es sencillo retroceder en los recuerdos y remover la mierda. Pero quiero hacerlo, me siento con la obligación de hacerlo, siento que me debo algo, que se lo debo a mucha gente y sé que hasta que no acabe mi libro no habré terminado del todo con esta etapa de mi vida.


- “¿Es que no estás contenta?” Me pregunta todo el mundo.

- “Claro que lo estoy.” Respondo.

- “Pues no lo parece.”


Las cosas empiezan a salir como quería y eso hace que me sienta satisfecha de mí misma porque siento que soy capaz de conseguir lo que me propongo. Lo conseguí.


Llevaba mucho tiempo trabajando en aquel relato. Muchos de vosotros recordaréis un post al que llamé “Para El[i]sa”. Un post que dediqué a una chica cuya historia me conmovió. Aquel fue el comienzo de mi relato, mi inspiración para escribirlo. Y le dediqué mucho tiempo. A partir de aquellas líneas escribí una historia sobre aquella chica que, pasados los años, se convertía en mí. Un relato de 10 hojas sobre sentimientos, sensaciones y emociones, sobre anorexia y soledad que titulé “Para El[i]sa” y entregué bajo el seudónimo de Confesiones de Ana al XII Concurso de Relatos Breves de mi facultad. El viernes recibí una llamada: “Tu relato ha ganado el segundo premio.” Lo conseguí.


Pero lo mejor aún estaba por llegar. ¡Cuántos años llevaba soñando con esto! Siempre soñé que llegaría este momento pero nunca supe a ciencia cierta si algún día se haría realidad. Ahora, está más cerca que nunca.


Saqué una estupenda nota en el examen oral de nivel de inglés que me permitiría tramitar la solicitud para la Beca Erasmus, que finalmente me han concedido. Por fin terminó el proceso de solicitud y de confirmación de las plazas y tras mucho pensarlo y barajar opciones y países, escogí la plaza de la Universidad de Southampton, a unos 100 Km de Londres. Cada vez parece estar más cerca el momento en que me vaya durante todo un año de casa para estudiar en el extranjero.


Por supuesto que he pensado en todo. Al principio, había quien pensaba que no era el mejor momento para irme de casa pero después de reflexionar y analizar la situación hemos llegado a la conclusión de que esta experiencia no sólo será realmente enriquecedora a nivel profesional y académico sino también a nivel personal porque me ayudará a desarrollarme y madurar muchísimo. Claro que existe un riesgo en cuanto a la comida al estar allí sola pero algún día tendré que enfrentarme a ello yo sola, sin que haya nadie detrás vigilándome y, además, yo sostengo por encima de todo, la idea de que cuando te sientes a gusto, contento, feliz, satisfecho y, sobre todo, ilusionado con la vida y con los proyectos que se te presentan, no necesitas recurrir a conductas estrafalarias con las comidas porque los sentimientos de angustia, insatisfacción, desasosiego o fracaso que las desatan se desvanecen.


Hacía muchos años que no me sentía tan ilusionada con algo y, a la vez, tan segura de mí misma. Estoy convencida de que éste puede ser un gran paso para mi tratamiento, para descubrir que la vida puede ofrecerme mucho más de que lo que yo espero de ella, para decantarme, definitivamente, por la balanza de la vida.


ANA