Mi historia I

18 OCTUBRE 2006


Llevo mucho tiempo trabajando en estas líneas. De hecho, la mayor parte del texto ya estaba escrito pero siempre tenía la sensación de que no estaba acabado, de que había muchas más cosas por decir, que había muchas más cosas que contar. Aún hoy, después de leer, releer, modificar y retocar frases y frases, tengo la sensación de que, a pesar de la cantidad de palabras, no consigo decir lo que quiero decir. No hay palabras suficientes para explicar el dolor, el sufrimiento o la tristeza. No hay palabras para describir el infierno.

Por algúna razón que no llego a comprender, tenía la necesidad de hablar, de desahogarme, tal vez; de confesarme. Tenía, y tengo, la necesidad de encontrar una explicación, de encontrar las respuestas a tantos por qués que aún siguen sin respuesta. Tal vez, esta pequeña confesión, que no es otra cosa que una parte de mi historia, me sirva de algo. Tal vez no. Sin embargo, es una parte de mí, es un sentir real, una historia real, verdadera; mi historia, que he tardado tantos y tantos años en poder contar. Años de sufrimiento, dolor y tristeza, años de mentiras y engaños, años de divagaciones y pesadillas, años de esclavitud, años en mundos paralelos y distorsionados, años de locura.
Este no es más que un intento de liberarme de esa parte de mí que no me permite ser feliz porque cuando llevas tantos años tragando, callando, ocultando... llega un momento en que todo eso te ahoga, te abruma, te devora por dentro. Este no es más que un intento por liberarme de ese no sé qué que me ata, de ese algo del que soy presa que, en el fondo, sólo soy yo misma. Es un intento de explicar, de entender, de comprender las razones, los por qués de mi vida, los sinsentidos.

Esta es la historia de mi vida (o de lo poco que recuerdo), resumida, por supuesto, y en pocas palabras porque es estremadamente difícil contar una vida en unos pocos párrafos. Pero, al fin y cabo, es la vida de cada uno y todo lo que ello conlleva lo que forman las historias. Creo que he conseguido, en cierto modo, reconciliarme conmigo misma y romper años de silencio para, por fin, comenzar a contar mi historia.

1ª PARTE

Todo empezó hace ya 6 años. Ya había tenido algún "antecedente" con mis problemas de comida. Recuerdo una vez, hará ahora unos 9 años, en la que me dio por decir que estaba muy gorda, realmente lo estaba, y decidí no comer. Estuve una semana prácticamente sin comer. Supongo que ahí empezaron mis problemas con la comida.

De pequeña vivía en una ciudad donde yo era feliz, al menos así lo recuerdo. Tenía muchas amigas, había chicos que me querían, me iban bien las notas y hacía gimnasia rítmica. Comía en el comedor del colegio, pero tenía muchos problemas. No me gustaba casi nada y comía muy poco. Cuando las monjas no miraban escupía la comida debajo de la mesa, garbanzos, lentejas, verduras… daba igual. Siempre me quedaba la última en el comedor soportando la reprimenda de mis maestras. Como no podíamos salir hasta que no nos hubiéramos comido el postre, yo me metía la mandarina entera en la boca y esperaba a salir fuera para escupirla. Escondía la comida en pedazos de pan que dejaba en el plato, la escondía en las servilletas, hacía lo que fuera para no comerla. Sin embargo, todo esto no lo hacía porque estuviese gorda, ni porque necesitase tener el control de algo, pues yo era feliz. Lo hacía por el simple hecho de que no me gustaba la comida. Nunca tuve una relación sana con la comida. Mi madre dice que cuando era aún muy pequeña, tenía muchos problemas para conseguir que comiera y que, habitualmente, tenía que darme vitaminas y estimulantes para el apetito. También me contó que cuando íbamos a la playa me comía puñados y puñados de arena. Este tipo de conductas actualmente se denominan por un trastorno conocido con el nombre de "Pica".

Me encantaba la gimnasia rítmica. Entonces no tenía consciencia para saber en qué me estaba metiendo y no sabía si yo era buena o no, pero tenía elasticidad y me salían las cosas que aprendíamos. Poco a poco, no sé cómo, fui adquiriendo mis patrones familiares y empecé a valorar la comida que me gustaba. Empecé a comer en más cantidades e incluso comía sin tener hambre. Recuerdo que había una pastelería cerca del gimnasio y cada tarde al salir, mi madre me compraba un dulce de chocolate que devoraba ferozmente. Siguiendo las conductas de alimentación de la tierra y también de mi familia, comencé a comer entre horas. Como era normal mi volumen fue creciendo. Los años del comedor habían terminado y en casa me alimentaban con comidas que me gustaban. Al ir engordando empecé a darme cuenta de que mi cuerpo no era el mismo y él lo sentía cuando en los entrenamientos de gimnasia rítmica ya no podía hacer los mismos ejercicios, ni estirar lo mismo. Fui perdiendo elasticidad, mientras mis amigas seguían avanzando. Llegó un momento en el que ya no pude más y lloré y rogué a mis padres que me sacaran de allí.

Un año más tarde, mi familia y yo nos mudábamos a a otra ciudad. Mi vida allí comenzó de cero. Llegué sin ninguna gana de vivir allí y la gente de mi colegio nuevo no me ayudó nada. Era gente muy diferente a la que yo había conocido. Yo era muy inocente y pensaba que la vida era maravillosa. Creía en la aceptación por encima de todo, siempre me había sentido bien en clase, creía que las diferencias no podían separar a la gente, pero no era así. Desde el primer día caí mal en clase. Era muy diferente a las demás chicas. Era gordita, dulce, inocente, educada y seguía vistiendo como una niña. Realmente seguía siéndolo, era muy infantil y mientras yo pensaba en muñecas, cocinitas y en ser madre algún día, las chicas de mi clase, intentaban vestir como las mayores, ser como ellas, tener novio… No fui bien recibida, no sólo por mi físico, sino por mi carácter y mi forma de pensar. Pasé así los siguientes 6 años. Yendo a clase sin gana, soñando que algún día eso terminaría… Todos esos seis años había llevado una vida sedentaria, sin salir de casa y matando mi tiempo libre comiendo. Al principio cuando llegué, bajaba al patio a jugar con otros chicos de mi edad pero sus burlas por mi físico me obligaron a mantenerme alejada de ellos. Fui adquiriendo madurez y también conciencia de mujer. Me apetecía arreglarme, ser como las demás chicas, estar delgada y gustar a los chicos, pero era imposible. Durante esos seis años conocí a algunas de mis mejores amigas. Sin embargo, llegó un momento en el que yo acabe teniéndoles envidia, porque eran delgadas y, por aquel entonces, comencé a creer que era eso lo que fallaba en mí. Fue entonces cuando sucedió aquel "antecedente" con mis problemas de comida. Recuerdo la vez en que le comenté a una amiga que llevaba prácticamente dos días sin comer, ella reaccionó de forma extraña. Corrió y se lo contó a otras amigas y todas se rieron, aún recuerdo sus voces… : "Ja, ja, ja, Ana anoréxica, ja, ja, ja". La verdad es que fue absurdo, porque la semana siguiente seguí comiendo como si nada hubiese pasado.

Recuerdo también cuando en casa veíamos en las noticias que cada vez era mayor el número de adolescentes con problemas de anorexia y bulimia. Y yo decía "Por lo menos podéis estar seguros de que yo nunca tendré un problema de esos" mientras por dentro me moría de envidia por ser como esas chicas delgadas pues creía ciegamente que eso me traería la felicidad.

En casa, mi familia también se había dado cuenta de mi aumento de peso y no paraban de decirme que tenía que comer menos, que estaba muy gorda, que comía mucho y que tenía que hacer ejercicio. Me lo decían constantemente. Yo sabía que estaba gorda, pero no podía soportar la idea de que mi familia me lo estuviese recordando cada momento.

El último año que viví en aquella ciudad fue el peor de todos. Quería cambiar y no lo conseguía quería que todos me vieran delgada, quería caer bien a la gente, quería todo lo que no tenía. Quería ser divertida, alegre, marchosa… todo lo que no era. Todo eso comenzó a hundirme. La idea de ser así me derrumbó totalmente y caí en un pozo sin fondo. Empecé a comer más porque estaba deprimida. Nada me salía como quería, todo me salía mal, no servía para nada. Estas ideas empezaron a vagar por mi mente y comencé a odiarme. Cada vez me arreglaba menos porque no tenía ganas de hacerlo y me gustaba menos porque no me arreglaba. Veía como todas las chicas de mi clase y de las otras clases tonteaban con los chicos, llevaban ropas bonitas, eran alegres, delgadas, divertidas, salían y tenían novios. Mientras, yo me quedaba en casa reprimiéndome por no ser como ellas. Tenía la sensación de que no caía bien a nadie y que mi vida no tenía sentido.

Cuando acabó el curso nos mudamos otra vez. Nos alejábamos por fin de aquel infierno a más de 800 kilómetros de distancia. Mi vida dio un giro. Cambié de casa, de coche, de ciudad, de colegio, de amigos; cambié de vida. Todo cambió de repente. Desde el primer día me sentí bien recibida en mi colegio nuevo. Empecé a hablar con gente nueva y entré en un numeroso grupo de amigos. Con el tiempo fui haciéndome un hueco. Sin embargo, yo seguía siendo gorda. Mis nuevas amigas eran delgadas y yo quería ser como ellas, tener lo que tenían ellas.

En febrero hicimos un viaje a Italia, durante el cual lo pasé realmente genial y durante el cual, por alguna extraña razón, me di cuenta de que tenía que adelgazar. Por aquel tiempo, ponían en televisión una de mis series favoritas. Mi personaje favorito era una chica, era guapa, pero no la que más, era normal y por eso brillaba con luz propia. En uno de los capítulos ella contaba que de pequeña había sido patinadora sobre hielo pero que tuvo que dejarlo porque su cuerpo empezó a cambiar y ya no servía para ese deporte. Me recordó mi etapa de gimnasta. La chica se seguía viendo gorda y se metía los dedos en la garganta para eliminar la comida que ingería. Vi el capítulo con expectación. Unos meses después de volver de nuestro viaje por Italia, un día, sentí que había comido demasiado y me dolía mucho el estómago. Tenía que librarme de la comida y se me ocurrió probar lo que había visto en televisión. Así que con un poco de miedo me metí los dedos y vomité todo lo que había comido. Me di cuenta de que era una manera muy sencilla de adelgazar. Sólo tenía que disfrutar de una abundante comida y sin más vomitarla y no engordar ni un gramo. Fue así como comenzó todo.

Al principio lo veía como un juego, no pensé que eso fuera a traerme problemas, todo lo contrario; me iba a ayudar a adelgazar sin ningún esfuerzo, a conseguir lo que yo más ansiaba, aquello que yo creía me traería la felicidad: la delgadez. Sabía que era un camino un poco largo puesto que apenas hacía ningún esfuerzo pero realmente no estaba dispuesta a privarme de la comida y no tenía ninguna fuerza de voluntad. Así fue cómo comencé mi rutina entre baños, lavabos, arcadas y vómitos.

Continuará...

ANA

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