Le odio. Le odio.

02 SEPTIEMBRE 2006


14:45 de la tarde. Es la hora de comer. La comida empieza, como cualquier otro día, con mis quejas.

Ningún miembro de mi familia es consciente del enorme esfuerzo que hago llevándome cada bocado a la boca. Nadie en mi familia se hace a la idea de cuánto me cuesta esbozar una sonrisa durante la comida. Ninguno de ellos es capaz de entender cuánto me gustaría estampar el plato contra el suelo y decirles: "¿Sois gilipollas o qué os pasa? ¿de verdad creéis que voy a comerme eso?". Ninguno de ellos sabe cuánto me cuesta morderme la lengua.

Pero de lo que menos idea tienen es de cómo me siento durante la comida. De lo tremendamente duro que me resulta sentirme bien durante las comidas. Pero, por mucho que se empeñen en ponerme las cosas tan difíciles, por mucho que intenten no darme ni un respiro, he decidido recuperarme (o eso creo) así que tengo que hacerlo, por mucho que me cueste.

Hasta aquí todo normal, dentro de lo que cabe. Como siempre.

Sin embargo, hoy, fue más allá. El capullo de mi hermano, que solo es capaz de sentirse bien haciendo sufrir a los demás, empezó a atacarme gratuitamente ante mi debilidad durante la comida; lo que desembocó en una discusión, más ataques, insultos, etc.

Finalmente, empezaron a caer lágrimas por mi rostro. Terminé de comer entre sollozos, llanto, dolor y sufrimiento. Durante aquel momento pude recordar cómo me hacía sentir tiempo atrás la comida. En aquel instante se me quitaron las ganas de comer. Comí lo que restaba en el plato con desgana, con ansia por terminar y levantarme del terreno de batalla, con rabia.

En aquellos momentos rememoré lo que sentía antaño cuando tenía que comer, por culpa, tal vez, de la comida, por el capullo de mi hermano, quizás, que tuvo mucha culpa durante aquellos años, porque nunca dejó de ser un capullo. Porque mi única forma de defenderme, mi única forma de controlar los sentimientos que me embargaban después de cada ataque, que, lógicamente, no podía controlar, era dejando de comer.

Por eso le odio. Porque me quita las ganas de comer. Le odio por hacerme sentir mal, le odio por tirar por la borda todo mi esfuerzo por comer, le odio por hacerme perder en un minuto el trabajo de años intentando sentirme bien comiendo. Años, mucho años, llevo luchando, esforzándome y trabajando para sentirme bien mientras como. Y cuando parecía que lo estaba consiguiendo, el capullo de mi hermano estropea todos mis logros.

Y, ahora, me sitúo donde antaño, cuando sentía repugnación por la comida porque me hacía sentir mal, cuando no tenía ninguna gana de comer. Y me invade el miedo, el miedo por recuperar con esas sensaciones, los viejo hábitos, los viejos sentimientos, los viejos pensamientos. El miedo de que esta nueva guerrilla en casa no haya acabado aún, el miedo de que este nuevo ataque se vuelva a repetir, el miedo de que, de nuevo, por su culpa, los viejos sentimientos de odio y malestar que me impedían disfrutar de la comida vuelvan otra vez.

ANA


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