25 FEBRERO 2008
¿Por qué dejamos de comer? ¿Por las modas? ¿Por los estereotipos? ¿Por los ideales de convertirnos en una superwoman o los absurdos cánones de belleza? No. Estoy cansada de explicarle a todo el mundo que no se trata de eso. Que no se trata de alcanzar una imagen sino de luchar contra una imposición. Pero la gente no alcanza a entender que el modo de luchar sea autodestruyéndose a uno mismo.
Cuando te sientes impotente y te das cuenta de que eres incapaz de luchar contra el mundo y las imposiciones que acarrea pertenecer a una sociedad como la actual comprendes que de nada sirve emprender una cruzada. Y te encierras en ti mismo y emprendes una batalla interna: tú solo contra el mundo.
Dejar de comer no es más que un modo de expresar ese dolor, esa batalla que se está lidiando en tu interior. Y volvemos al mismo punto de siempre. La incapacidad de enfrentarse a las emociones. Cabeza y corazón se contradicen; el sentimiento contra la razón. Y la necesidad de una reconciliación entre ambas partes que somos incapaces de lograr.
Y no vamos a lograrlo por dejar de comer, por supuesto que no. Pero dejar de comer supone una herramienta eficaz y, tal vez absurda, para manejar las emociones que la sociedad se ha empeñado en tachar. Nos hemos convencido de que deben ser la cabeza y la razón las que ganen la batalla, nos hemos convencido de que los sentimientos y las emociones han perdido valor y significado, que no merecen la pena, que nos hacen frágiles, fracasados y vulnerables y que debemos controlarlos. ¿Cómo acabar con algo tan humano y tan lleno de vida como las emociones? ¿Por qué nos empeñamos en querer descalificar y desprestigiar todo lo que tiene que ver con los valores y los sentimientos humanos?
Cuando las emociones te abruman, cuando el dolor, la soledad, el vacío, la tristeza… se ciernen sobre ti, una sola idea surca tu mente: dejar de sentir. Dejar de sentir por encima de todo.
Hacerse daño no es lo más triste ni tenebroso. Lo realmente escabroso es querer dejar de sentir porque ello conlleva de algún modo anhelar un cierto grado de muerte. El exterior no importa, es lo de dentro. Los cortes, los arañazos, los golpes, las quemaduras, las contusiones, los mordiscos, las cicatrices, las calvas, los vómitos, los huesos… no son más que un lenguaje, un modo de expresar el dolor, un modo de expresar el sufrimiento que somos incapaces de expresar de otro modo. Un sufrimiento tan grande y tan abrumador que requiere una forma impactante y dolorosa de expresión. Es un modo de sacar ese dolor de dentro, de expulsar el dolor interno, de llenar el vacío.
Nunca pensé que llevase a cabo prácticas de auto lesión, si bien, he de reconocer que el ritual en el que se ha ido convirtiendo mi vida, que no es otro que matarme de hambre, no es más que un modo de auto lesión o auto mutilación en sí mismo.
Sin embargo, desde hace algunas semanas he empezado a desarrollar una conducta anómala y extravagante que no deja de llamar mi atención. No sé cómo empezó todo. Desde bien pequeña he tenido la mala costumbre de morderme las uñas y quitarme las costras de pequeñas heridas y arañazos. Nunca pensé que fuera algo perjudicial, ni siquiera me había parado a pensarlo, era algo que hacía inconscientemente. Pero desde las últimas semanas esta conducta se ha convertido en una especie de obsesión hasta el punto de llegar a hacerme diversas heridas en la cabeza que no puedo parar de rascar y tocar hasta quitar las costras una y otra vez. Es doloroso. Oculto las heridas bajo un amplio flequillo que cae sobre mis ojos, pero si observas de acerca entre los mechones de pelo se pueden ver y tocar cada una de las heridas que me hago a diario en la cabeza.
Empecé sin darme cuenta a tocarme una pequeña herida que tenía en el principio del flequillo. Poco a poco comencé a hacerme heridas voluntariamente y ahora no puedo parar hasta quitarme cada una de las costras que intentan hacer cicatrizar las heridas de mi cabeza.
No pensaba que fuese algo peligroso hasta que me di cuenta de que era otra conducta de riesgo. Nunca creí que pudiese llevar a cabo prácticas auto lesivas pero aquí estoy destrozándome la cabeza a diario y sin poder evitar el dolor que me produce cada una de las heridas que impido cicatrizar continuamente.
Nunca entendí qué podía llevar a una persona a provocarse semejante dolor, nunca entendí que alguien pudiese cortarse voluntariamente, morderse o golpearse. Ahora comprendo que todas esas señales son otra forma de lenguaje. Ahora entiendo mejor que nunca que ese dolor que te auto provocas voluntariamente es semejante al dolor del hambre en tu estómago. No es más que otro modo diferente de expresar el dolor, de expresar tu inconformidad con el mundo.