01 OCTUBRE 2007
El viernes me llamaron de ARBADA. Simplemente fue una confusión de modo que volvimos a concertar una cita. Esta mañana acudí en mi bicicleta, como de costumbre, 3 minutos pasadas las 10. Una chica sencilla, de aspecto amable y cordial, me abrió la puerta. Me hizo entrar en una habitación durante unos minutos mientras atendía a otra persona y enseguida me atendió. Entramos en su despacho.
“Bueno, cuéntame ANA” me dijo. No sabía por dónde empezar. ¿Qué debía decir? ¿Qué debía contar? ¿Cuánto debía desvelar? Me dijo que contase lo que quisiera, sólo lo que quisiera. Empecé a hablar sobre mi relación con la comida desde la infancia, de los cambios de ciudad en la adolescencia, de las dietas, los vómitos, el peso, las mentiras… Luego llegó mi chico, un rayo de esperanza. Años más tarde, la muerte de mi abuelo, el regreso a las conductas anteriores, las dietas, los vómitos, el miedo… y, por fin, el último, o más bien, el primer paso, la decisión que debí tomar hace años: enfrentarme a la enfermedad.
Fue muy comprensiva, me entendía a la perfección cada cosa que decía, cada cosa que decía y cada cosa que me dejaba por decir. Me sentí tremendamente tranquila, relajada y a gusto, con la absoluta certeza de que hacía lo correcto, con la absoluta libertad para expresarme sin miedo a rechazo, críticas, repudias, juicios… Era como hablar con alguien que sabía perfectamente qué me pasaba, no habíamos tratado antes pero sentía que me conocía a la perfección.
Me escuchó. Pude hablar, desahogarme, explicarme, expresarme, justificarme… pero lo más importante de todo es que, por una vez, sentí que la persona que me escuchaba atentamente entendía todo lo que decía. Absolutamente todo. Por una vez, alguien entendía cada cosa que había en mi interior.
Durante los últimos meses he hablado con diferentes personas, amigos, mi chico, mi familia, médicos, etc. que me han escuchado pero no han comprendido. Me miraban asustados, con una expresión de incomprensión, con una mirada inquieta, en un inútil intento de entender algo que les quedaba muy grande.
Es realmente consolador que alguien, no sólo te escuche sino, te comprenda. A continuación, me explicó, me dio algunos consejos, orientaciones, diferentes caminos que debía seguir. Me dijo, como me habéis dicho muchas de vosotras, que no me he rendido, que es ahora cuando estoy empezando a luchar. Y, aunque una parte de mí esté asustada, tenga miedo, se crea incapaz, sin fuerzas e, incluso, sin ganas, otra parte de mí está deseando comenzar esta batalla.
Estoy en el camino. Estoy en el camino. Sólo tengo que avanzar.
Gracias M. Muchas gracias por tu ayuda desinteresada, por tus palabras, por escucharme, por entenderme, por recibirme, por apoyarme, por orientarme, por tu tiempo, por tu optimismo, por tu labor y, sobre todo, por la motivación que supone saber que cuentas con alguien. Gracias de todo corazón.
ANA
7 comentarios:
Solo puedo decirte, que hoy estoy feliz, muy feliz por ti y por la nueva vida que te espera....
sigue asi, no pierdas la esperanza. Empieza la batalla.
Un beso wapisima
:)
cuando nos sentimos comprendidas, realmente comprendidas, no juzgadas, es cuando más podemos avanzar
Hoy me has dado un a alegría,
Un abrazo!
apenas te conozco pero me alegro mucho por ti..por que te sientes comprendida,porque estas luchando y por que eres fuerte.Animo.!!
Qué bien!!Me alegro de que haya sido una confusión, me han entrado hasta ganas de ir al psicólogo, nunca he ido porque no me atrevo, soy una cobarde :_(
A ver si vas mejorando nena, muchos besos y ánimoooo :D
Lorena
hoola!
hace tanto no habia podido pasar por aca, que queria saber que habia pasado con tu historia y con tu vida; me alegra tanto saber que las cosas estan marchando bn, que las cosas no son faciles pero si se pueden lograr.
ojala te siga iendo asi de bn dond estas!!
besos.
=) me alegro un monton al leer esto. espero que podamos hablar pronto y me cuentes! que yo tmb te tengo que contar lo mio.. parece que la cosa va bien ! un beso
Artu
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