Tiene 15 años. Sus padres se han divorciado y ha cambiado de ciudad. En su colegio nuevo se meten con ella por su físico. No está gorda pero quiere perder unos kilos. A veces discute con su padre y siente querer morir. Quiere dejar de sentir. Siente demasiado. Apenas ha comido en los últimos días. No tiene ganas de comer. Se ha hecho cortes en el brazo. Sólo quería hacerse daño. Sólo quería dejar de sentir. Se llama Elsa pero podría llamarse Marta, Laura, Sonia o Ana.
Hace unos días entró en mi blog y dejó un comentario. Su historia me llamó la atención. Aunque más que su historia fueron sus palabras, su tristeza, su dolor. Le escribí un email para expresarle mi apoyo. Cuando empecé mi diario no quería que fuera un lugar de apoyo. No quería ser la salvadora ni la consejera de nadie. Pero su historia me conmovió. Me sentí en el deber de ayudar en lo poco que puedo. Tenemos el deber de prevenir, de informar. Tal vez mis palabras puedan servirle a alguien. Tal vez no. Estas son las palabras que escribí a Elsa pero podrían ser para Marta, Laura, Sonia o Ana.
“Te entiendo. Te entiendo perfectamente. Sé muy bien cómo te sientes. Podría decirte tantas cosas que no sé por dónde empezar.
[…] Ojalá pudiera darte una respuesta pero no la tengo. Tengo 22 años, llevo metida en esto desde los 16 y aún sigo buscando una respuesta.
Pero, sí puedo decirte que, he aprendido muchas cosas durante este tiempo y me ha costado mucho darme cuenta.
Me he dado cuenta de que la verdadera razón por la que deseas adelgazar no es tu físico, eres tú mismo. De modo que si deseas adelgazar pregúntate cuál es la verdadera razón. Me he dado cuenta de que adelgazar es el camino equivocado. Cuando empecé adelgazar más y más creía que si conseguía mi objetivo sería feliz. Estaba equivocada. Cada kilo que pierdes es un paso hacia la infelicidad. Sacrifiqué muchas cosas en mi vida por culpa de los kilos, por culpa de un sueño imposible. Perdí muchas cosas además de los kilos. Perdí parte de mi juventud, perdí a mi familia, perdí a mis amigos, perdí la cordura, perdí mi salud, perdí mis estudios, perdí mis recuerdos, perdí la ilusión, perdí la esperanza, perdí la inocencia, perdí el tiempo, perdí las ganas de vivir y perdí mi felicidad. No sabes cuánto me arrepiento ahora. Entonces no te das cuenta. No eres consciente de todo lo que pierdes. No eres consciente del precio que pagas por quitarte unos kilos. Cuando te das cuenta es demasiado tarde. No hay vuelta atrás. Hay cosas que jamás podrás recuperar. Los amigos ya no están, tu familia sigue estando pero está destrozada, deshecha, el tiempo no retrocede, la juventud no vuelve, la salud no se recupera, la cordura tampoco, las ilusiones y las ganas de vivir son difíciles de recuperar y la felicidad se antoja inalcanzable.
Cuando empiezas a adelgazar no eres consciente del riesgo que corres. Te dices que tan sólo serán unos kilos, sólo unos kilos. Pero si deseas adelgazar es porque algo falla en ti y si algo falla, entonces no serán sólo unos kilos. Luego serán más y más. Y hay un problema que no tenemos en cuenta cuando decimos que queremos adelgazar. Adelgazar crea adicción.
Es una adicción compleja porque tiene dos componentes. En primer lugar, implica una adicción emocional. Te haces adicto al deseo acuciante de perder peso, al deseo acuciante de ver cómo baja la aguja de la báscula. Te haces adicto al control que te embriaga al saber que eres capaz de no comer, que tienes la fuerza de voluntad suficiente para negar las necesidades físicas a tu cuerpo. Te haces adicto a la euforia que te invade al ver que los pantalones te quedan grandes, a la sensación que te impregna el ver y tocar cada uno de tus huesos, a la necesidad de escuchar cada vez que “estás más delgada”. Te haces adicto al poder que ejerce sobre ti el hecho de ser capaz de controlar tus emociones, a dejar de sentir, a la seguridad que te inunda. Te haces adicto al éxito, a la disciplina, a la satisfacción, a la perfección, a los límites, a la delgadez.
En segundo lugar, implica una adicción química. Tu organismo se hace adicto al efecto químico que provoca en el cerebro el no comer.
Tal vez, aunque hubiera sabido todo esto al principio hubiese seguido el mismo camino. Nunca crees que vaya a pasarte a ti. Te dices que eso no va a suceder. Que no se te escapará de las manos. Que podrás controlarlo. Por eso los trastornos de la alimentación tienen un riesgo tan grande, porque, en esencia, estos trastornos se caracterizan por ser una herramienta de control. Cuando te das cuenta es tarde.
Es como fumar. Es una adicción. Fumar un pitillo no quiere decir que vayas a convertirte en fumador. No quiere decir que vayas a volverte adicto a la nicotina. Pero si pruebas un pitillo tienes muchas más probabilidades de hacerlo que el que nunca lo probó. Detrás de un cigarro siempre viene otro y no probarlo asegura eliminar todo riesgo de caer en la adicción.
[…] he aprendido que si tienes la necesidad de hacerlo (hacerte daño físico), que si lo has hecho en alguna ocasión, es porque algo falla. Porque hay algo en ti que no está bien. Pregúntate por qué lo haces e intenta solucionar el verdadero problema. Prevenir es mejor que curar. Pon la solución antes de que sea tarde. Por mucho que te cueste ahora buscar una solución, te aseguro que no tiene ni punto de comparación con lo que cuesta solucionarlo cuando es demasiado tarde. Pide ayuda. No tengas miedo. Cuanto más tiempo pasa más difícil resulta pedir ayuda.
Lo más importante que he aprendido es que cuando dejas de comer, cuando te provocas el vómito, cuando te haces daño físico, te drogas, te emborrachas… hay una verdadera razón más allá del hecho en sí por la cual lo haces: ahogar las emociones, matar lo que sientes por dentro. Y cuando esto sucede es porque no somos capaces de controlar lo que sentimos, porque no sabemos enfrentarnos a nuestras emociones. Y me he dado cuenta, después de muchos años de sufrimiento, de que el verdadero problema es que no somos lo suficientemente maduros para enfrentarnos a nuestras emociones de un modo saludable.
De modo que este es el mejor consejo que te puedo dar: madura. Madura antes de tiempo si hace falta y busca un modo más saludable de enfrentarte a tus emociones. Busca un modo de enfrentarte a la vida que no te haga daño, busca un modo de vivir que te permita ser realmente feliz.
Sé que es difícil hacer caso a alguien que te dice no hagas esto o lo otro porque siempre nos gusta meter la pata a nosotros mismos para saber que no debías hacerlo. El problema de esto es que cuando te des cuenta de que no debiste entrar ya no habrá puerta para salir.
[…] Sé que todo lo que te cuento sonará como las miles de cosas que te dirán tus padres. Los padres siempre nos dicen lo que debemos hacer y lo que no y nunca les escuchamos, de modo que no sé si te servirá para mucho. Lo que sí es cierto es que cuando yo empecé a adelgazar no sabía nada de esto. No sabía qué era la anorexia ni la bulimia, no sabía que estaba arruinando mi vida. Ojalá alguien me hubiese dicho todo esto entonces. Ojalá hubiese sabido entonces que estaba arruinando mi vida. Ojalá hubiese sabido entonces cuánto iba a arrepentirme de esto. Ojalá alguien me hubiese prevenido de toda esta mierda. Cuando te das cuenta es tarde. Sé que he escrito esta frase varias veces pero, créeme, tarde o temprano te darás cuenta y puede que entonces sea tarde.”
ANA