If I were a boy


28 JULIO 2009

Siempre me he preguntado cómo hubiese sido si hubiera sido un chico. Siempre me he preguntado cómo habría sido mi mundo, cuán diferente habría sido todo. Qué color tendría el mundo, qué forma o qué olor.


Durante muchos años deseé ser un chico y aún hoy me pregunto cómo habría sido. Aún hoy sigo deseando, tal vez por un momento, haberlo sido.


Fui la segunda de tres hermanos. La única chica entre dos varones. Siempre viví a la sombra de mi hermano mayor. Viví mi infancia adulándole, imitándole, admirándole, idolatrándole. Siempre quise ser como él, hacer todo lo que él hacía. Con los años mi consciencia del mundo se fue incrementando y, con ella, la consciencia de mujer. Siempre fui consciente de las notables diferencias que existían entre él y yo. Consciente de lo diferente que resultaba ser una chica. Siempre quise hacer todo lo que él hacía, seguir sus pasos y disfrutar de esa agradable posición de ser un chico.


Cuando eres una chica todo es diferente. El mundo se ve diferente. La vida tiene otro color, otro olor, otra forma, otras sensaciones, otras emociones. Siempre creí que ser un chico era mucho más fácil. Los chicos no tienen tantas responsabilidades, a los chicos no se les exige tanto. Y ya no hablo del papel dentro de la familia, sino dentro de la sociedad. Por el simple hecho de ser mujer tu vida está condicionada. Tu vida está relegada a un segundo plano. Vivimos en sociedades marcadamente machistas donde los valores asociados a las mujeres se consideran débiles y frágiles. Según estudios recientes sobre sociología "nuestra sociedad, como muchas otras sociedades, tiene la característica de ser androcéntrica, esto quiere decir que toma al hombre, como medida para todas las cosas, como prototipo del ser humano y todas las instituciones creadas socialmente, responden a las necesidades del varón, es decir, todo gira a su alrededor."


Ser un chico es, en esencia, mucho más sencillo. Los chicos no tienen la misma sensibilidad que las mujeres. Siempre tuve la sensación de que todo me afectaba mucho más que a los chicos por el simple hecho de ser mujer. Nacer mujer implica una sensibilidad y una fragilidad que los chicos no poseen. Y, no nos engañemos, es algo muy bello pero a la vez muy doloroso y no todas las personas son tan fuertes como para lidiar con ello. Ser mujer implica, en la sociedad de hoy en día, sufrir más. Ser mujer implica que tendrás que esforzarte más para llegar a los mismos objetivos que los hombres, ser mujer implica que las exigencias serán mayores y que tendrás que superarte mucho más simplemente para estar a la altura de un hombre.


Las escalas de medida son diferentes para hombres y mujeres. Cuando un chico no sabe planchar o cocinar se entiende como algo normal pero las chicas tienen que aprender a hacerlo. Cuando un chico se rodea de muchas chicas es un gigoló o un ligón pero cuando es una chica se le considera una puta. Cuando un chico come más de la cuenta se entiende como algo normal pero cuando lo hace una chica las miradas o las murmuraciones son constantes. Cuando un chico es un chulo resulta más interesante pero cuando lo hace una chica es una mala persona. Las chicas tienen que controlarse; tienen que controlar sus emociones, su comportamiento, sus necesidades, su cuerpo.


Y lo más terrible de todo es que ser mujer implica, en cierta medida, detestar tu cuerpo. Desde muy pequeños nos enseñan que el cuerpo es débil, es frágil y que la mujer es, simplemente por ser mujer, más débil. Nos enseñan que la sensibilidad implica debilidad, nos enseñan que los valores asociados a las mujeres no son tan buenos como los valores asociados a los hombres. Obviamente las cosas van cambiando, pero lo hacen de un modo tan lento que, aún hoy, seguimos sufriendo las consecuencias de ser diferentes. Y no somos más débiles, ni más frágiles, somos más sensibles. Se considera inferior a la mujer porque es mucho más emocional que el hombre, porque ellos son más racionales y nosotras nos dejamos llevar por los sentimientos, porque no somos capaces de controlarnos. Y desde muy pequeños aprendemos que las emociones y las sensaciones nos hacen débiles y tenemos que controlarlas para ser igual de buenas que los hombres. Y aprendemos cuán importante es controlarse.


Marya Hornbacher dice “He aquí una de las verdades más triviales y terribles de los trastornos de la alimentación. En esta cultura, cuando una mujer está delgada, demuestra su valía de un modo que ningún gran logro ni carrera estelar puede igualar. Creemos que ha hecho aquello que, según muchos siglos de inconsciente colectivo, ninguna mujer puede hacer, controlarse. Una mujer capaz de controlarse es casi tan buena como un hombre. Una mujer delgada puede Conseguirlo Todo.”


Aprendemos que el control es la única arma de la mujer para demostrar su valía, para demostrar que es tan buena como un hombre. Pero controlar los sentimientos y las emociones es difícil y recurrimos a otra herramienta que nos permita controlar la debilidad de nuestro cuerpo. Recurrimos a la comida porque tenemos la capacidad de controlar ese algo material. Pero luchar contra la naturaleza no es fácil y llega un momento en que ese control termina controlándonos y se nos escapa de las manos.


Ser mujer nunca fue sencillo y me pregunto si lo será alguna vez. Y me pregunto cómo habría sido el mundo de haber sido un chico y me pregunto si todo hubiera sido realmente tan sencillo. Pero con el tiempo he aprendido que ser mujer es mucho más bello, que ser mujer es más duro pero más emocionante, que las mujeres somos más fuertes porque tenemos que luchar mucho más para estar a la altura de los hombres. Si el mundo fuese diferente las mujeres aprenderíamos a valorarnos simplemente por el hecho de ser mujer, sin comparaciones, sin prejuicios, sin exigencias, simplemente por el hecho de ser mujer. Las mujeres aprenderíamos que no necesitamos ser como los hombres porque somos perfectas tal y como somos y que deberían ser ellos los que intentasen parecerse a nosotras y aprender de nuestros valores, entonces el mundo sería un lugar diferente.


Y desearía ser un chico por un momento, un día tal vez, y comprobar qué forma tiene la vida, qué olor, qué color. Si fuera un chico.


ANA


Algoritmo sin solución


19 JULIO 2009

Un amigo me pregunta:

- “Tú que tienes experiencia, ¿qué consejo le darías a una persona que está pasando por tu misma situación? ¿Qué debería hacer?”

Me quedo en blanco. ¿Qué puedo decir? No lo sé. Cada caso es un mundo. No hay una receta milagrosa. Le diría que la vida puede ofrecerle mucho más de lo que cree, que se está cerrando muchas puertas, que su obsesión está distorsionando la visión que tiene de la vida, que el camino que está siguiendo solo le llevará hacia la infelicidad.

Sandeces, pienso de inmediato. ¿Cómo se me ha podido ocurrir algo así? ¿Cómo he podido olvidar todo lo que sentía yo por aquella época? Como si a mí me hubiesen servido de algo todos aquellos argumentos alguna vez. Esos son el tipo de respuestas que usan los señores “psi” para “hacernos entrar en razón”, esas son el tipo de afirmaciones que dice todo el mundo creyendo que con solo escuchar esas palabras sucederá el milagro. ¿Acaso las creí yo alguna vez? ¿Por qué las iba a creer una persona que está sufriendo de anorexia y/o bulimia? ¿Por qué las iba a creer una persona cuyo mundo se está derrumbando y para la que nada tiene sentido más que su alabado ayuno? Tal vez yo las creyese alguna vez pero el creerlas no quiere decir que vayas a salir de ello por arte de magia. ¿Qué se puede decir entonces?

Supongo que nada. “No se puede decir nada” le respondo. Él se queda observándome completamente atónito.

- “Pero habrá que llevarle al psiquiatra o hacer algo.” –Añade, en un intento de obtener alguna respuesta, de descifrar el auténtico algoritmo que miles de personas llevan años intentando solucionar.

Yo difiero. Supongo que depende mucho de cada persona. Existen muchos factores a valorar antes de poder determinar el mejor tratamiento para cada paciente. Desgraciadamente, en este país, todos estamos en el mismo saco. Te tachan de enfermo y te ingresan en una institución hospitalaria y/o psiquiátrica, suponiendo que en tu ciudad exista algún tipo de atención para esta enfermedad. Yo, personalmente, estoy totalmente en contra de ingresar a una persona enferma, excepto en el caso de que esté al borde de la muerte (nótese que ésta es una opinión claramente personal y subjetiva basada en mis propias experiencias y vivencias personales y que para nada tiene por qué ser acertada).

Me pregunto qué tiene de eficaz encerrar a una persona en una institución en la que el paciente se culpará continuamente por estar enfermo y en la que se le recordará a cada momento que está enfermo. Y, sí, estoy de acuerdo en que aceptar la enfermedad es el primer paso para la recuperación pero no debemos olvidar que no tratamos un cáncer y que obsesionarse con la anorexia puede ser más que contraproducente.

Hablamos de encerrar a una persona que sufre un trastorno de la conducta alimentaria en un centro en el que se le hablará de comida, se le obligará a comer, se le pesará, se le vigilará y en el que, al fin y al cabo, la comida copará el centro de atención día tras día. Hablamos de encerrar al paciente en un centro en el que su vida se guiará por una rutina estricta que se le obligará a seguir y se le enseñará que el no cumplir las normas está penado con el castigo. ¿Existe acaso alguna diferencia con su vida anterior? Este tipo de internamiento no hará más que potenciar el trastorno e impulsar la obsesión. ¿Qué tiene de eficaz encerrar a una persona para enseñarle a enfrentarse al mundo tras unas pocas paredes? ¿Qué tiene de eficaz abrir la jaula que se ha creado el paciente para encerrarle en otra? ¿Cómo podrá esta persona adaptarse a su vida real cuando le dejen salir del recinto? ¿Cómo podrá esta persona volver a enfrentarse a sus problemas reales, a sus emociones, después de haber estado alejado del mundanal ruido y el bullicio constante de la sociedad? No, no tiene ningún sentido para mí, claro que, repito, cada caso es un mundo.

También debemos tener en cuenta la edad del paciente, no es lo mismo tratar con un menor que hacerlo con una persona adulta a ojos de las autoridades legales. Del mismo modo, no podemos obviar el tiempo que el paciente ha pasado bajo las garras de la anorexia o la bulimia. Es muy distinto tratar con una persona cuya enfermedad está en una fase incipiente que hacerlo con una persona que tiene la enfermedad en proceso avanzado, cuando la enfermedad se ha convertido en una parte de su vida hasta crear rutinas, comportamientos y pensamientos que rozan lo absurdo (el límite orientativo se ha situado en torno a los 5 años).

¿Qué se puede hacer entonces? No lo sé. Es triste pero no lo sé. Cuando una persona está tan obsesionada con adelgazar, cuando una persona llega al punto de desear morir, de desaparecer, cuando una persona ha llegado al punto de sentir ese dolor emocional tan profundo, cualquier cosa que puedas decir o hacer resulta insuficiente. Supongo que habría que llegar a la raíz del problema, intentar sacar el dolor que tiene dentro. Supongo que las personas que tiene cerca deberían intentar hacerle sentir valioso, importante, deberían ser pacientes y no presionarle.

Conozco casos reales de chicas que amenazaron a sus padres con suicidarse si las llevaban al médico. Cuando estás tan hundido en la anorexia, cualquier intento de ayudar lo sientes como una amenaza por arrebatarte todo lo que tienes.

No sé qué se puede hacer o qué se debe hacer. “Mientras la paciente no reconozca que está enferma y no quiera recuperarse cualquier intento es inútil” – anuncio con una mirada triste y desvaída.

Supongo que lo cambios deberían hacerse desde abajo. Supongo que deberían hacerse cursos para padres, cómo estar alerta, cómo interpretar los signos, cómo potenciar la autoestima de los hijos, cómo educar en una alimentación sana y equilibrada desde la infancia… no me parece algo descabellado. Siempre han existido los típicos cursos de higiene bucal. Los colegios, bajo la responsabilidad de educadores, conjunta con los padres, deberían también potenciar la autoestima de los niños desde pequeños y, la sociedad, en general, promovida por la actuación de los gobiernos para regular de una forma eficaz la publicidad y los mensajes que se envían al conjunto de la población, debería empezar a eliminar tantos prejuicios absurdos y eliminar esa costumbre de juzgar a los demás. Ese sería el mejor comienzo. Tal vez, entonces, podríamos exigir a las personas enfermas que se hicieran responsables de su situación. Pero mientras el mundo siga girando del modo en que lo hace, mientras la sociedad siga juzgando a modo de hobby, mientras los cuerpos valgan más que las personas, mientras los mensajes publicitarios sigan siendo protagonizados por modelos perfectos con miles de retoques, mientras las mujeres sigan sin ser valoradas del mismo modo que los hombres, mientras sigamos viviendo en sociedades machistas, mientras el mundo no cambie, entonces no se me ocurre ninguna alternativa para hacer frente a una enfermedad como la anorexia.

La única solución está en uno mismo.

ANA

Bobadas


12 JULIO 2009

Todos tenemos problemas, eso es más que indiscutible. Siempre he sido de la opinión de que el que no los tiene se los crea de algún modo. Con el tiempo me he dado cuenta de que no nos los creamos sino de que al no tener problemas nos centramos en un aspecto concreto que nos preocupa o nos angustia, nos obsesionamos o pensamos demasiado hasta que termina absorbiéndonos y convirtiéndose, por tanto, en un problema. La más nimia de las sandeces puede llegar a convertirse en un problema.

A lo largo de mi vida he sido testigo de verdaderos problemas en casi cada una de las familias de personas que he conocido. He sido testigo de casos de alcoholismo, de divorcio, de abandono, de malos tratos. Casos de enfermedades de por vida, intentos de suicidio, autolesión, ninfomanía, adicción a Internet, muertes a edades muy tempranas, trastornos paranoides, casos de comedores compulsivos, ansiedad y, cómo no, de anorexia.

Prácticamente en cada familia existe algún caso. La pregunta que me hago aquí no es el por qué, pues durante los años que llevo escribiendo creo haber dejado muy claro la necesidad de toda persona humana de aferrarse a algo para enfrentarse a las emociones y los problemas cotidianos de la vida, de inhibirse de la realidad. La cuestión llega desde otro punto, desde el punto de vista de cada uno, de cómo cada persona valora distintamente cada uno de los casos, cómo cada persona asocia cada problema a un patrón, a una escala de “problemática”, cómo cada persona, siendo el mismo problema, les da diferente importancia.

¿El motivo? Las experiencias personales o, tal vez, simplemente, los prejuicios. Nos apiadamos de aquel chico tan joven cuyo corazón dejó de funcionar porque era demasiado grande para su diminuto cuerpo. Nos apiadamos de aquel otro porque sufrió malos tratos cuando era sólo un niño. Nos apiadamos de aquella madre que dejó dos hijos al no poder superar su batalla contra el cáncer.

Pero, ¿qué pasa con los que sufren de alcoholismo? ¿Con los drogadictos? ¿Con los que sufren alguna adicción? ¿Con los que sufren de TCA? Esos no nos producen ninguna lástima porque “ellos se lo han buscado”.

- “¿Y tú qué problema tienes?” – pregunta mi abuela.

No salgo de mi asombro ante tal pregunta. ¿Será posible que todavía alguien –más aún siendo de mi familia– pueda preguntarme cuál es mi problema?

- “Pues la comida.” – añado yo.
- “Pero eso ya lo tienes superado.” Se atreve a decir mi abuela como si fuera alo que nunca tuvo ninguna importancia.

Yo, incrédula aún ante la pregunta, y a punto ya de subirme por las paredes después del último comentario, añado, en un intento de hacer comprender a mi abuela:

- “Bueno, eso nunca se supera del todo.”

Mi abuela, para mayor asombro, dice:

- “Bobadas.”

Apenas puedo reaccionar. Ella sale en un alarido de la habitación como si aquella conversación nunca hubiera tenido lugar. En mi cabeza se repite la palabra “bobadas, bobadas, bobadas.”

Me pregunto si alguna vez le dio alguna importancia. Me pregunto si alguna vez alguien le dio alguna importancia y, por un momento, por un ínfimo instante, deseo volver a enfermar para demostrar al mundo que nunca ha sido ni fue ninguna bobada.

ANA