Para Anafilactica


25 OCTUBRE 2007


Para empezar, creo que te equivocas conmigo. En primer lugar, el que te de haya decepcionado no es que me no preocupe o no me importe pero le doy la importancia que se merece porque no hago esto por los demás sino por mí misma y no tengo que contentar a nadie más que a mí. Si de verdad crees que te he decepcionado es que tal vez esperabas demasiado de mí o tenías demasiadas expectativas puestas en mí.


Como ya le decía a mi chico ayer, me preocupa que la gente de mi alrededor quiera ver cambios repentinos, instantáneos, de la noche a la mañana. Pero eso no es posible. Sencillamente no funciona así. Si fuera tan fácil, la anorexia no sería una enfermedad tan difícil de superar. Cuando decidí que quería recuperarme, decidí que no quería morir, que no quería seguir este camino, que no quería sufrir más, que quería ser feliz. Pero querer recuperarse, asumir que estás enferma, aceptarlo, reconocerlo, con todas las consecuencias que ello implica, no significa aceptar de un día para otro que quieres comer, no significa que vas a dejar de sentir todos esos sentimientos en tu interior. Ojalá fuera tan fácil. Ojalá pudiese elegir cambiar lo que siento o cómo me siento cuando como o cuando no lo hago, pero desgraciadamente no puedo hacerlo. No sé hacerlo. Por eso he decidido que quiero recuperarme, para cambiar eso.


Que no coma y me sienta bien no quiere decir que no quiera recuperarme. Pero que sea consciente de que no debería ser así quiere decir que quiero intentarlo.


No creo que puedas opinar si tan sólo has leído el primer párrafo de mi escrito y si así es, lo siento. Si de verdad crees que tan solo me importo yo y solo yo entonces es evidente que no me conoces porque estoy haciendo un gran esfuerzo, y no sabes cuánto, para salir de esto. Y aunque lo haga principalmente por mí misma , no lo hago únicamente por mí. Porque hay mucha gente que me importa.


Creo que he dejado bien claro en diversas ocasiones que no pretendía ayudar a nadie con este blog, si bien, con el tiempo, muchas de vosotras, que me habéis leído y apoyado, que me habéis entendido y comprendido, que os habéis sentido identificadas conmigo, habéis visto en mí un ejemplo a seguir de fuerza y coraje, de lucha y esperanza. El hecho de poder ayudar, simplemente con el ejemplo, a muchas de las chicas que padecen lo mismo que yo, que sienten, que sufren, que callan, que mienten… el hecho de poder ayudarlas simplemente con lo que escribo, con mi historia, me hace querer continuar cada día. Sin embargo, ya he dicho varias veces que no es fácil. Que lo estoy intentado pero que es difícil. Que yo me caiga o retroceda, que me estanque o tenga miedo a avanzar no significa que no quiera seguir porque estoy convencida de ello y me siento orgullosa.


Me entristece que creas que no son más que “patochadas”, eso me hace entrever que no comprendes la dificultad que implica salir de esto. Querer ser feliz no implica repentinamente sentirte bien cuando comes, si así fuera no sería tan difícil. Cuando decidí que quería recuperarme, confirmé que quería ser feliz, que quería intentarlo, pero no acepté que quisiese comer. Hay muchas otras cosas en las que debo trabajar antes si quiero poder volver a comer sin sentir todos esos sentimientos que, según tú, no son más que una historia. “Otra historia para enganchar a más gente”. Siento que creas eso. Pero si de verdad crees que no te beneficio en absoluto, tal vez, no deberías leerme. Eso es decisión tuya. Este no es lugar de apoyo ni de recuperación. Es un diario personal de una chica que quiere recuperarse de una anorexia. Un diario personal y como su nombre indica, un diario en el que escribo lo que realmente siento o cómo me siento, para bien o mal, eso es lo que lo hace diferente. No escribo lo que la gente quiere oír o leer. Escribo lo que de verdad siento o cómo me siento. Escribo la realidad de mi vida, con sus más y sus menos. Con sus avances y retrocesos. Con sus recaídas y sus progresos.


Ojalá todo fuese tan fácil. Decides que quieres recuperarte, comes y eres feliz. Ojalá fuese así de fácil. Pero tú, al igual que yo, sabes que no lo es. Y yo lo estoy intentando. Que lo intente no quiere decir que vaya a dejar de sentir todas esas cosas que llevo sintiendo en mi interior todos estos años de repente, es un proceso lento en el que he de aprender a ir eliminándolas, una a una, poco a poco.


También a mí me decepciono cuando no como, cuando me siento bien por no haber comido. Pero aunque aún no sea capaz de comer a diario, he dado el paso de sincerarme. De reconocer que no he comido, de reconocer que me siento bien por no haber comido y, sobre todo, de ser consciente, de que no debería ser así. Hace años habría puesto la mano en el fuego por defender que era así como tenía que ser. Ahora sé que estaba equivocada pero reconocer que estás equivocado no quiere decir que sea fácil rectificar.


Yo lo estoy intentando. Y también me decepciono muchas veces. Pero me decepciono sobre todo cuando las personas que me rodean ponen las expectativas demasiado altas en mi recuperación Cuando las personas que me rodean creen que aceptar que quieres recuperarte significa aceptar repentinamente que quieres comer. Cuando las personas que me rodean se desesperan cuando no me acabo el plato. Cuando las personas que me rodean esperan que todo suceda demasiado rápido, de la noche a la mañana, de un día para otro sin apenas haberme dado tiempo para comenzar mi recuperación.


Es un proceso lento. Y las expectativas deben ser acordes. Yo me siento orgullosa del paso que he dado. Sé que no ha hecho más que empezar. Y sé que viene lo más difícil. Sé que será duro, que habrá días que no comeré y días en que sí que lo haré. Sé que será muy lento y muy difícil pero quiero intentarlo, estoy convencida de ello. Siento haberte decepcionado, tal vez pusiste las expectativas demasiado altas, tal vez, ni siquiera me diste una oportunidad. Tú más que nadie deberías saber que no es tan fácil.


A todos los que seguís creyendo en mí y en que voy por el camino correcto, a pesar de los retrocesos, daros las gracias por vuestro apoyo.


Estuve en la 1ª sesión con el psiquiatra de turno, al que conté mi historia por enésima vez. Sigo con los antidepresivos, me quitaron los ansiolíticos y me añadieron unos antiepilépticos. Me han pedido un electrocardiograma y me han dado cita para el endocrino. Tengo que volver la semana que viene a hacer un control de peso y de dieta. Estoy en el camino…


ANA


Antagonismo II

23 OCTUBRE 2007


Es triste pero hoy me siento bien. Sé que muchas de vosotras comprendéis a la perfección ese sentimiento. Tanto la tristeza como la satisfacción. Es el día a día. El antagonismo continuo, día a tras día.


Hoy me siento bien porque ayer lo conseguí. Aguanté todo el día prácticamente en ayunas. Un café bien cargado para el desayuno, una manzana pequeña y una Coca Cola Light para el almuerzo y otro café a media tarde para luego aguantar toda una hora en el gimnasio sudando y dando brincos hasta quedar extasiada. Llegué a casa a las 22:00, después de un largo día del que me sentía muy satisfecha, simple y llanamente, por haber resistido sin tener que alimentar a mi organismo, por no haber flaqueado, por no haber sucumbido a la tentación y, más aún, por no haber sentido siquiera tentación alguna.


A la cena no puedo escaquearme. Es el único rato, agradable o no, que pasamos todos juntos en familia. El único momento que compartimos en todo el día. Me siento cuando todos han empezado ya sin mí. Como un poco de ensalada de tomate con atún y un pequeño trozo de tortilla de espinacas. Por último, la parte sagrada de cada comida, la fruta: una naranja.


Estaba molida. Tanto que apenas me tenía en pie. Es triste pero esa sensación de no poder más y, sin embargo, de haber aguantado hasta el final, ese sentimiento de ser capaz de luchar contra las fuerzas de la naturaleza, contra los clichés, contra las suposiciones, contra la algarabía, contra la tentación, la gula, el ansia, la vulnerabilidad… esa sensación de haber sido capaz, pese a las circunstancias, ese hecho, simplemente ese hecho es lo que me hace sentir bien. No es la comida en sí lo que me hace sentir así. No es el hecho de no comer o de saltarme la comida, no es el hecho de sentir ese vacío permanente en el estómago, no es esa sensación de mareo constante. Es la sensación de ser capaz, de mantener el control por encima de todo, de ser capaz de luchar contra lo razonable, contra lo establecido, contra las normas. Es la sensación que te produce el sentir que eres sobrenatural, que puedes conseguirlo, que eres capaz de saltarte los límites. De eso se trata, mucho más allá de la comida. Es el deseo de explorar los supuestos límites que debe seguir la naturaleza, es el hecho de ir contra la naturaleza y sentir que eres capaz de vencer esa batalla.


Esa absurda batalla, al fin y al cabo. Me resulta desconcertante pensar que estoy en un proceso de recuperación al tiempo que sigo con esas ideas y sentimientos en mi cabeza. Sé que todo eso no va a desaparecer de la noche a la mañana. Sé que tiene que ser un proceso paulatino y lento y no me niego a querer seguirlo pero, en este momento no me siento preparada para enfrentarme a eso. No es la comida lo que me quita el sueño, es ese sentimiento. Esas sensaciones.


No me importa que me obliguen a comer a pesar de que no me apetezca, incluso estoy dispuesta a hacer ese esfuerzo, si de eso se trata, lo que no quiero es que me quiten ese sentimiento. Esas sensaciones. Y mientras todo ello no desaparezca en mi cabeza, la comida seguirá ausente en mi vida.


La mayoría de la gente no entiende en qué consiste todo eso. A qué se refieren esas sensaciones, esos sentimientos. Es difícil entender por qué o cómo la comida o la no comida, en este caso, puede hacerte sentir así. Es difícil entender que necesites ese control, sobrepasar esos límites, lidiar esa batalla contra las normas sociales, y contra la sociedad en sí misma, para sentirte capaz, valorado, suficiente, satisfecho, bien.


Lo más triste de todo es que ni siquiera ese gran esfuerzo sirve para hacerte más feliz. Ni siquiera te hace estar más alegre. Simplemente renueva tus fuerzas para enfrentarte a un nuevo día, a un cuestionable mañana. Es una lucha diaria, continua y antagónica contra ti mismo que no te permite siquiera disfrutar de esa sensación. Cuerpo y mente se enfrentan en una caótica relación. Te sientes bien pero te sientes mal. Tu cuerpo te dice una cosa y te mente te dice lo contrario. ¿Qué hacer? ¿A quién seguir? Puedes sentirte bien contigo mismo mientras cargas con el peso de saber que haces lo incorrecto sobre tus espaldas o puedes sentirte una auténtica mierda contigo mismo aún sabiendo que haces lo correcto. Un dilema. Una cuestión. Un algoritmo sin solución. Ojalá las decisiones fueran más fáciles. Ojalá el antagonismo no fuese tan antagónico. Ojalá el dolor no doliese tanto.


De momento, yo tengo una respuesta para esa pregunta y cada día voy cargando más y más el peso que llevo sobre las espaldas pero ojalá algún día pueda vaciar todo ese
peso que llevo sobre mi cuerpo.



Me quedé dormida porque anoche estaba molida. No tuve tiempo para desayunar (qué pena). Estoy en la facultad y no voy a comer a casa, lo que supone que no voy a comer. Llegaré tarde a casa, de nuevo. De modo… que no tomaré nada hasta la hora de la cena. ¿Por qué tiene esto que hacerme sentir tan bien?
Mañana tengo médico. Mañana a primera hora. Unidad de adultos de TCA del Hospital Royo Villanova. 1ª sesión. Al fin y al cabo, quiero recuperarme… ¿no?


ANA


Dolor, confesiones y mentiras


18 OCTUBRE 2007


Ya estoy otra vez de vuelta. Estas vacaciones han sido realmente fantásticas. Imagínense 10 días perdidos por el monte con su chico alejados del mundanal ruido. Lo he pasado tan bien y he estado tan a gusto que hasta he comido como un cosaco; tanto que apenas me reconozco.


Lo más duro y lo más difícil de comer no es la comida en sí porque, al fin y al cabo, piensas que unos días son unos días, de modo que te das a la buena vida, te permites tomarte unos días de descanso en esta dieta continua que es nuestra vida. Te levantas la veda y te convences de que te has ganado unos días de descanso en todos los aspectos. Lo peor de comer es que cuando vuelves a tu vida diaria, a tu casa, a tu rutina… te resulta más difícil aún comer porque en el fondo echas de menos la comida. Y eso es lo realmente difícil. Asumir que necesitas comer, que deseas comer, que no puedes vivir sin la comida cuando lo que desearías es completamente lo contrario.


La comida se convierte más que nunca en un acto social, en el centro de reuniones, en un tema de diálogo continuo y aunque llega un momento en el que eres capaz de inmiscuirte en dicha conversación como uno más, lo cierto es que aborreces la comida por ser un evento social de tal dimensión y deseas huir más que nunca de tal insulsa y banal dinámica diaria.


El lunes por la tarde volví a ARBADA, pero en esta ocasión lo hice con mi madre. Ninguna de las dos sabía muy bien qué hacíamos allí, pero allí estábamos. Llegué tranquila y muy segura de mí misma, repasando mentalmente lo que diría para introducir la conversación, aunque algo más aturdida que de costumbre, tal vez por la presencia de mi madre, que estaba más cerca que nunca de encarar el verdadero problema. Aturdida porque no sabía si la presencia de mi madre lograría cohibirme o me impediría hablar con total libertad y sinceridad.


Introduje la conversación tal como había planeado, esperando que mi madre rompiera el silencio. Allí estábamos, una junta otra frente a M que nos miraba atentamente tratando de entender los por qués. Mi madre se fue soltando poco a poco y explicando un sin número de cosas de las que yo ni siquiera era consciente. Tantas cosas que apenas podía imaginar. Mi madre habló con total claridad explicando cómo también ella había vivido mi enfermedad, cómo toda mi familia ha padecido la enfermedad conmigo, haciéndome comprender que, a pesar de mi ingenuidad, todos me apoyaban muy de cerca.


Todas las confesiones sinceras de mi madre supusieron tal sorpresa para mí que apenas podía atisbar. Tantas cosas sin saber, tantas cosas que nunca quise ver, tantas cosas que nunca supe comprender, tantas cosas de las que nunca fui consciente, tantas cosas a las que siempre fui ajena mientras vivía en mi propio mundo. Ahora me doy cuenta más que nunca de que la anorexia no es un secreto, sino una mentira, una gran mentira a uno mismo. Te mientes a ti misma creyendo que puedes vivir al otro lado, ajeno a todo lo que ocurre a tu alrededor. Te pones una enorme venda en los ojos que no te permite ver y te engañas. Te engañas a ti misma.


Parecía mentira que fuese posible que mi madre fuese consciente de todo aquello de aquel modo. No era posible que mi familia hubiese estado a mi lado cuando yo siempre me sentí tan sola. Resulta difícil creer que aquel sentir tan real, aquella soledad intensa en mi interior, aquella sensación de insignificancia, de no importarle a nadie, no fuese más que una mentira, una mentira en mi cabeza. Resulta difícil creer que mientras yo vivía en ese otro mundo paralelo, en el mundo real mi familia seguía queriéndome, apreciándome, apoyándome, preocupándose, esperándome. Resulta difícil asumir que has estado tantos años viviendo en un mundo paralelo, distinto y distorsionado.


Creía que ahora vendría lo más fácil. Creía que sólo tendría que caminar por un sendero corto y llano. Pero el camino es largo y escarpado, lleno de obstáculos. Al menos 5 años de tratamiento. 5 años más. Aborrecí aquella idea de tener que pasar otros 5 años luchando contra esta enfermedad, al mismo tiempo que me tranquilizó la sola idea de no desprenderme de mi enfermedad tan fácilmente.



Me resulta difícil comer. El no comer, el saltarme cada día las comidas se ha convertido en una normalidad en mi vida, de la que me cuesta mucho desprenderme. Ayer me salté la comida como de costumbre. Comí únicamente un melocotón. Al llegar de clase, sin saber muy bien por qué, comencé a comer cereales. Me sentía tan mal que seguí comiendo para terminar vomitándolo todo. No sé por qué lo hice. Ni siquiera sentí deseo alguno de hacerlo. Ni siquiera sentí la necesidad de comer. Ni siquiera me apetecía comer. Pero lo hice. Algo se apoderó de mí y lo hice.


Después de vomitar, los sentimientos de reproche, de malestar, de angustia, de insatisfacción, de odio, volvieron a inundar mi alma después de tanto tiempo.


Fui al gimnasio en un intento de abstraerme, de evadirme, pero también de eliminar los posibles restos de calorías acumulados en mi estómago. Volví extasiada en mi bici, como de costumbre. Cuando estaba cerca de casa di media vuelta y me alejé de allí. No deseaba volver, no deseaba estar en casa, sentí una necesidad horrible de huir. Me sentía mal. Empecé a aborrecerme, a odiarme por comer, por vomitar, pero, sobre todo, por no ser capaz de mantener el control, el ayuno, por haber sucumbido a la tentación. Había fracasado. Me sentía tan mal que deseaba hacerme daño. Una lágrima recorría mi rostro al tiempo que seguía pedaleando sobre mi bicicleta. Deseaba hacerme daño más que nunca. Deseaba castigarme por aquel fracaso. Pensé en golpearme, cortarme o, incluso, quemarme con las pequeñas chispas de fuego que desprendían las cenizas de mi cigarro. Deseé hacerlo más que nunca. Deseé autolesionarme más de lo que nunca lo había hecho. Sentí una sensación en mi interior que me instaba al auto castigo. Pero no lo hice. No podía hacerlo.


A pesar de que siempre he sentido la tentación de deslizar la hoja fría y afilada de un cuchillo sobre mi brazo, recorriendo las venas azules traslúcidas sobre los huesos; a pesar de que siempre he imaginado los cortes suaves y profundos, la sangre roja goteando sobre el embaldosado, las cicatrices sobre la piel… a pesar de que he imaginado decenas de veces que podría hacerlo, que sería capaz de hacerlo, de que aquel dolor incesante sobre mi cuerpo tal vez podría proporcionarme más dolor aún que el propio dolor que supone matarse de hambre; no lo hice.


Lo más triste de todo es que no lo hice, no porque creyese que estaba mal o que no debía hacerlo sino, porque me daba miedo. No hablo del miedo de hacerse daño, no hablo del miedo al dolor, sino del miedo a la adicción. Del miedo a sentir algo tan maravilloso que me instase a repetir, a volver a hacerlo, una y otra vez hasta la saciedad, hasta el colapso. No podía hacerlo porque ya estaba suficientemente jodida como para emborronar más aún el cuadro.


No podía hacerlo y no lo hice. Al fin y al cabo mañana sería un nuevo día.

ANA

Sobre ruedas


04 OCTUBRE 2007


Martes por la tarde. Aparco mi bici, me fumo un cigarro y entro en el ambulatorio. 1ª planta. Recorro un largo pasillo completamente vacío. La puerta de la consulta está abierta. Golpeo tímidamente la puerta con los nudillos al tiempo que asomo la cabeza para comprobar si hay alguien más en la habitación. Me siento frente a mi médico y le digo: “vengo a recoger mis análisis.” Los imprime, los mira y me dice: “Perfecto. Está todo perfecto, muy bien.” Una bocanada de aire salió de mis pulmones en un largo suspiro. Sin embargo, no estaba segura de si eso era lo que realmente quería. Una parte de mí deseaba que aquellos análisis revelaran la verdadera realidad, la realidad de que me estaba muriendo por dentro. Pero no, estaba perfectamente. Aquello atormentaba a mi “yo” negativo y enfermo que lo veía más bien como un fracaso en este largo intento de suicidio que como una esperanza de seguir adelante con mi vida, que como una nueva oportunidad ante mí.

Le pido una receta de Prozac. No sé cuántas van ya con esta. Por último, le pongo al día de mi situación. Le cuento que me he puesto en contacto con ARBADA y que me han dado 3 posibilidades, de las cuales, por supuesto, él me recomienda la tercera de ellas. De modo que, me hace un volante de derivación para la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Royo Villanova. Es el único centro sanitario en Zaragoza en el que existe este tipo de servicio para adultos. Porque… parece mentira que a mis 23 añitos ya haya dejado ser una niña.

En esta Unidad tienen Psiquiatras, Psicólogos, Nutricionistas, Endocrinos… todos ellos especialmente cualificados. La decisión fue mía. Obviamente lo consulté antes con mi madre, le expliqué las posibilidades que tenía y ambas concluimos que ésta sería la mejor, a pesar de que el Hospital se encuentre al otro lado de la ciudad.

A veces me asusto y me da miedo. A veces quiero retroceder. Rendirme. Pero no puedo, sé que no puedo porque soy consciente de que estoy haciendo lo correcto. Sé que no puedo porque me siento tremendamente orgullosa de haber dado este paso y más aún de haberlo dado prácticamente sola. Me siento orgullosa y no estoy dispuesta a tirar la toalla. No ahora que me siento más cerca que nunca del comienzo, más cerca que nunca de enfrentarme a ello, por fin.

Jueves. Esta mañana fui por vez primera al Hospital Royo Villanova. Tan sólo fui para que me dieran mi primera cita. El recorrido en autobús fue de casi una hora durante el cual vi subir y bajar decenas de personas, todas ellas muy distintas. El autobús se iba vaciando cada vez más hasta que por fin, llegamos a nuestro destino, en el que nos apeamos los últimos 3 pasajeros. Anduve unos 200 metros para llegar a la puerta del Hospital. Era un hospital pequeño pero bonito. Rodeado de árboles y pájaros. Una sensación de paz inundó mi interior. Subí y bajé varias plantas, recorrí varios pasillos y pregunté en varios mostradores hasta que por fin di con el que me correspondía. Me hicieron una nueva historia (otra más) y me dieron cita para el día 24. Hasta entonces me tomo unos días de descanso… un merecido descanso.Por primera vez siento que todo va sobre ruedas.

Mañana me voy de vacaciones con mi chico, son las Fiestas del Pilar!! Estaré 10 días en Madrid así que me ausentaré hasta el 15. Escribiré en cuanto esté de vuelta. Ánimo a todas!!

ANA


Sueño de una noche de Otoño



02 OCTUBRE 2007



Esta noche soñé. Desde bien pequeña tenía la creencia, tal vez absurda, de que los sueños son regalos que se te ofrecen cuando haces algo bien, mientras que las pesadillas son castigos por una desventurada maldad. A veces aún lo creo.


Sé que parece absurdo pero da la casualidad de que cuando me porto bien, cuando cumplo con mis propósitos, cuando siento que hecho lo que de verdad debía hacer, entonces sueño. Pero cuando te portas mal, haces daño a alguien, mientes, fracasas, no estás a la altura, entonces la pesadilla se torna en mi castigo.


Hoy soñé. Aunque no estoy segura si más que un sueño era una pesadilla. Soñé con los análisis que tengo que recoger esta misma tarde. Soñé que estaban perfectos, que no había ningún problema, ninguna señal que desvelase la realidad. Todo bien. Excepto una cosa. El médico me decía que estaba en mi peso, que tal vez no me vendrían mal dos ó tres kilos más, pero que mi peso era adecuado. Sin embargo, mi porcentaje de grasa corporal era excesivamente alto. Me decía que me sobraba grasa, que no tenía una dieta equilibrada y que debía cambiar mi alimentación. Comer más proteínas e hidratos y eliminar las grasas. Aquello me asustó sobremanera. Pensar en comer. Pensar en platos llenos de comida, pasta, arroz, carne, pescado… no, no, no. Platos rebosantes de comida delante de mí.


Era tan real… me miraba al espejo y veía cómo caía la carne flácida de mis brazos a causa de la gravedad. Mi cuerpo deforme, enormes caderas y piernas celulíticas y flácidas. Un culo demasiado grande, un estómago fofo, redondo y sin forma. Me veía deforme, excesiva, gorda, grasienta, fofa, flácida, una inmensa bola deforme.

Cada día al llegar a casa mis padres me esperaban con un plato enorme lleno de comida grasienta, podía ver la salsa, la grasa, el aceite, en cada migaja.


Ayer me dieron en ARBADA varias hojas con información sobre el modo de llevar el día a día con el TCA, además de unas pautas de comportamiento familiar para el tratamiento.


Les di a mis padres el primero de los documentos pero les oculté el segundo, las pautas de comportamiento familiar. En él dice:


[…]

- Los padres deciden los menús diarios, deben abstenerse de preguntar al paciente su opinión.

- Ignorar comportamientos o protestas del paciente respecto a cantidades, contenido o quejas.

- Variar los menús para evitar que el paciente pueda acogerse a determinados alimentos que puede llegar a ritualizar.

- No saltarse ninguna comida.

- Abstenerse de entrar en la cocina cuando se haga la comida.

- La comida y la cena constarán de primer y segundo plato y postre.

- La comida ha de ser servida por alguien de la familia, nunca por el paciente.

- El paciente ha de comer en compañía.


Tuve miedo de darles aquellas instrucciones a mis padres. Miedo de que me quitasen mi dieta. Miedo de que me vigilasen cada comida, de que no me preguntasen por el menú, de que no me dejaran servirme mi propio plato. Miedo de que no me permitieran comer a solas, de que me obligasen a comer diariamente en casa. Miedo de tener que incluir varios platos en cada comida. Tuve miedo y les oculté tal información.


Y esta soñé. Soñé que mis padres descubrían esas hojas y se las tomaban al pie de la letra, obligándome a comer cantidades inhumanas de platos sabrosos, grasientos, hipercalóricos, vigilándome en cada comida, prohibiéndome comer a solas y obligándome a volver a casa cada día a la hora de la comida.


Era real, estaba en mi sueño, pero era real. Tan real… sentí miedo, pánico. No quiero que descubran esa parte. No quiero que se entrometan. Quiero que me permitan hacerlo a mi ritmo, a mi paso, poco a poco.


No fue un sueño, fue una pesadilla y, como siempre, vuelve a cumplirse la creencia de que cuando haces algo mal, algo que no debes, como ocultar dicha información a tus padres, el castigo se cierne sobre ti en modo de pesadilla.


Y esta noche tuve una.


ANA


Esperanzas renovadas



01 OCTUBRE 2007


El viernes me llamaron de ARBADA. Simplemente fue una confusión de modo que volvimos a concertar una cita. Esta mañana acudí en mi bicicleta, como de costumbre, 3 minutos pasadas las 10. Una chica sencilla, de aspecto amable y cordial, me abrió la puerta. Me hizo entrar en una habitación durante unos minutos mientras atendía a otra persona y enseguida me atendió. Entramos en su despacho.


“Bueno, cuéntame ANA” me dijo. No sabía por dónde empezar. ¿Qué debía decir? ¿Qué debía contar? ¿Cuánto debía desvelar? Me dijo que contase lo que quisiera, sólo lo que quisiera. Empecé a hablar sobre mi relación con la comida desde la infancia, de los cambios de ciudad en la adolescencia, de las dietas, los vómitos, el peso, las mentiras… Luego llegó mi chico, un rayo de esperanza. Años más tarde, la muerte de mi abuelo, el regreso a las conductas anteriores, las dietas, los vómitos, el miedo… y, por fin, el último, o más bien, el primer paso, la decisión que debí tomar hace años: enfrentarme a la enfermedad.


Fue muy comprensiva, me entendía a la perfección cada cosa que decía, cada cosa que decía y cada cosa que me dejaba por decir. Me sentí tremendamente tranquila, relajada y a gusto, con la absoluta certeza de que hacía lo correcto, con la absoluta libertad para expresarme sin miedo a rechazo, críticas, repudias, juicios… Era como hablar con alguien que sabía perfectamente qué me pasaba, no habíamos tratado antes pero sentía que me conocía a la perfección.


Me escuchó. Pude hablar, desahogarme, explicarme, expresarme, justificarme… pero lo más importante de todo es que, por una vez, sentí que la persona que me escuchaba atentamente entendía todo lo que decía. Absolutamente todo. Por una vez, alguien entendía cada cosa que había en mi interior.


Durante los últimos meses he hablado con diferentes personas, amigos, mi chico, mi familia, médicos, etc. que me han escuchado pero no han comprendido. Me miraban asustados, con una expresión de incomprensión, con una mirada inquieta, en un inútil intento de entender algo que les quedaba muy grande.


Es realmente consolador que alguien, no sólo te escuche sino, te comprenda. A continuación, me explicó, me dio algunos consejos, orientaciones, diferentes caminos que debía seguir. Me dijo, como me habéis dicho muchas de vosotras, que no me he rendido, que es ahora cuando estoy empezando a luchar. Y, aunque una parte de mí esté asustada, tenga miedo, se crea incapaz, sin fuerzas e, incluso, sin ganas, otra parte de mí está deseando comenzar esta batalla.


Estoy en el camino. Estoy en el camino. Sólo tengo que avanzar.


Gracias M. Muchas gracias por tu ayuda desinteresada, por tus palabras, por escucharme, por entenderme, por recibirme, por apoyarme, por orientarme, por tu tiempo, por tu optimismo, por tu labor y, sobre todo, por la motivación que supone saber que cuentas con alguien. Gracias de todo corazón.


ANA