14 JUNIO 2007
Hasta febrero de este año.
Mi abuelo murió. Vivíamos lejos. Apenas le veía pero le quería muchísimo. Estaba muy unida a él. Los últimos años iba a ver a mis abuelos en Navidad y pasaba las fiestas con ellos en vez de pasarlas con mis padres y hermanos como había hecho siempre. Las últimas Navidades, no sé muy bien por qué, sentí que tal vez no volvería a verles. Sentí miedo. Deseé poder pasar más tiempo con ellos, deseé poder volver a verles, temerosa de que no pudiera suceder. En febrero mi abuelo enfermó. Le operaron y le dieron el alta. Fui a verle y pasé toda una semana con mis abuelos disfrutando de ellos al máximo. La semana siguiente le volvieron a ingresar, tuvo una crisis y murió de repente. Aquello fue un duro golpe. Recorrimos 500 km para ir al entierro y al funeral. Fueron los dos días más duros de toda mi vida.
Al día siguiente, de vuelta en casa, fui a clase, inocente de mí, creyendo que me ayudaría a olvidar. En la última clase me fui. Compré una bolsa enorme de regaliz y golosinas que comí tranquilamente sentada frente a un ordenador de la facultad. Luego, fui al baño y vomité. Durante ese tiempo entraron dos chicas en el baño. Dejé de vomitar. Esperé en silencio a que se fueran y volví a meterme los dedos en la garganta. Nunca había vomitado en la facultad. La facultad era como mi lugar sagrado. Nadie podía decirme que tenía que comer. No tenía por qué hacerlo. Aquel día caí demasiado bajo.
La primera semana tras la muerte de mi abuelo vomité varias veces. La siguiente seguí haciéndolo. Por las noches me tumbaba en la cama sin poder dormir. Llorando sin parar. Me despertaba con los ojos hinchados y un enorme dolor de cabeza. Fue la primera vez que me enfrenté a la muerte. Nunca lo había hecho de un modo tan cercano.
Durante muchos años he deseado morir. He deseado desaparecer. La muerte ha sido, durante muchos años, mi único fin. He alabado y venerado a la muerte, embriagando mi alma de odio con cada paso que daba. Nunca tuve miedo a la muerte. Anhelaba la muerte hasta un punto inexplicable. Pero morir es más doloroso que la muerte.
"La muerte puede parecer un sueño, pero ver la muerte, verla de verdad, hace que soñar con ella resulte ridículo."
Cuando mi abuelo murió comprendí que era ridículo. Cuando murió mi abuelo comprendí que no quiero morir. La muerte da miedo. La muerte de mi abuelo, ver, sentir la muerte tan de cerca, me ha hecho comprender que la muerte no es algo que pueda desearse, no es algo que deba desearse. Sentir la muerte paseando frente mí me ha hecho comprender que no es algo digno de anhelar. La muerte de mi abuelo me ha planteado muchas preguntas, muchas dudas, muchos interrogantes, muchos miedos.
Desde que murió mi abuelo volví a vomitar. No lo hago con frecuencia, pero lo hago. Esto plantea un incuestionable razonamiento: cuando las emociones se descontrolan, cuando no encuentras un modo saludable de enfrentarte a ellas, de enfrentarte a tus miedos, se desata en ti la necesidad acuciante de trastorno.
He vuelto a caer. He dejado de comer. Mis ayunos son más largos. Mi dieta más estricta. Mis ejercicios más constantes. Los vómitos más frecuentes.
Quiero dejar de vomitar. Me da asco. Pero no quiero comer. Si pudiera, si tan solo pudiera, dejar de comer sin más. No soy capaz de mantener el control estricto que exige mi dieta. Cuando estudio no puedo concentrarme. Me duele la cabeza. Me siento mal. Necesito un chute. Y como. Y me siento mal. Y vomito. Aquí empieza todo. A veces dudo que sea posible mantener la anorexia sin recurrir a la bulimia.
La anorexia se me antoja perfecta. Es un modo de negarte un placer que crees no merecer. Es un modo de luchar contra el mundo. Un mundo de expresar tu inconformismo, tu rabia, tu dolor, tu angustia. Un modo de negarte a ti misma. La anorexia es un modo de decir “no necesito nada”. Es un modo de expresar la absurda creencia de que no necesitas comer, de que no necesitas alimentar tu cuerpo, que tan sólo deseas alimentar tu alma. Es un modo de negar tu cuerpo para salvar tu alma, vivir únicamente de tus pensamientos. Es un modo de matar el cuerpo cuando éste se antoja tosco, inútil, inevitable, involuntario, descontrolado, excesivo, un impedimento para la supervivencia del alma. Es un deseo de matar poco a poco tu cuerpo en contraposición con el alma.
La anorexia me funcionó entonces. Pero cuando recuperé la ilusión por vivir, cuando decidí que no quería morir, entonces la anorexia por sí sola no se mantiene. Recurres a la bulimia porque hay una parte de ti que no quiere morir. Cuando te das cuenta de que no quieres morir, de que sólo era un juego, de que sólo era un modo dejar de sentir, entonces la anorexia no es un sistema válido de vida. Sin embargo, cuando el problema que desata la anorexia no está superado, entonces es cuando te das cuenta de que no estás a salvo, de que estás enferma porque no eres capaz de vivir de un modo saludable. Porque no eres capaz de comer sin dejar de vomitar, porque, aunque desees vivir, el problema sigue ahí.
Cuando mantienes la esperanza, cuando existe todavía un atisbo de ilusión, cuando hay algo en ti, por minúsculo que sea, que te impulsa a seguir, cuando existe todavía un atisbo de deseo de vivir, de seguir con vida en este mundo, entonces, la anorexia no funciona. El magnífico plan de la supervivencia del alma a toda costa, matando de hambre a tu cuerpo no funciona porque hay algo en ti que desea mantenerse con vida. Entonces, recurres a la bulimia en un intento de prorrogar tu estancia en este mundo.
Pero la bulimia se me antoja tan opuesta a la anorexia. La bulimia se me antoja débil y caótica. Es todo lo contrario a la anorexia. Es el descontrol, la imperfección, el fracaso, la rendición al pecado, a la carne, a la comida. La bulimia implica necesitar, es sucia, excesiva.
La anorexia, o, más bien, lo que implica la anorexia, es inalcanzable. Cuando no deseas morir, la salvación del alma en contraposición con tu cuerpo es inalcanzable. No es más que un sueño. De modo que, por fin, me he dado cuenta de que no es posible mantener la perfección que exige la anorexia cuando en el fondo no deseas morir. Cuando, en el fondo, lo único que deseas es morir un poco, dejar de sentir. En este punto la bulimia se hace inevitable. Pero la bulimia me da asco. No quiero anorexia con bulimia. No quiero anorexia si ello implica bulimia. No quiero morir. No quiero ser anoréxica, sólo quiero ser feliz.
ANA