25 JUNIO 2009
Un mar de nubes inmenso cubriendo todos mis sueños, todas mis ambiciones, todo lo que había amado. El ruido del motor colapsando mi cerebro hasta apenas poder pensar. Palabras que se perdían en el silencio de mi alma que apenas podía palpitar. Las últimas palabras en ese inglés tan británico que mis oídos escucharían antes de pisar tierra hispana. Mis pulmones apenas contenían la respiración, mis ojos no contenían ya las lágrimas y, entre sollozos, aún me atrevía a mirar por la ventanilla para descubrir cómo todo quedaba ya atrás, cómo todo estaba finalmente “over”.
Sobrevolando por los recuerdos de un año del que me atrevería a decir fue el mejor de mi vida. Atrás quedaba todo ya. Las risas, la gente, las bromas, las horas en el jardín tomando el sol, las comidas y cenas interminables que un día aprendí a apreciar. Las sesiones de cine todos apelotonados por la nada acogedora moqueta del living room, las interrupciones en mi habitación a cualquier hora del día o de la noche, los intentos de charlas profundas en un inglés que fue mejorando con el tiempo, los agobios por entregar los trabajos a tiempo, las horas interminables en la library, los días off en que planeábamos algún viaje todos juntos. El estar acompañado en todo momento. Las miradas de complicidad, las miradas de “estamos juntos en esto” porque, por muy diferentes que fueran nuestras vidas, nuestros mundos, nuestras convicciones, teníamos algo en común, teníamos ese algo que nos había llevado al mismo lugar en el mismo momento de nuestras vidas.
Cuando miré por la ventilla por última vez asomaban las primeras luces de la ciudad en la que debería vivir, al menos, el próximo año. Todo había acabado. Acababa del mismo modo que había comenzado pero, ahora, la persona que volvía era una persona diferente.
Aquella, la noche anterior, la despedida, fue sencillamente horrible. No se trataba únicamente de despedirse de todas las personas que había conocido durante el último año, las personas con las que había compartido mi vida durante este año, las personas de las que tanto había aprendido y que tanto me habían enseñado en tan sólo un año, las personas que se habían convertido en mi familia y a las que quizá nunca volvería a ver jamás; se trataba también de dejar el que se había convertido en mi hogar. Se trataba de abandonar todo aquello por lo que había luchado durante tanto tiempo, todo aquello que tanto me había costado amar, todo aquello en lo que se había convertido mi vida, para volver a mi vida anterior, a mi vida real, en cierto modo, al pasado.
Y surgió el miedo. Miedo a volver. Miedo a volver a perderme. Miedo a retroceder al pasado. Miedo al miedo.
Me resulta muy difícil explicar todo lo que ha supuesto para mí este año en tan sólo unas líneas. Tanto que ni siquiera me siento con la capacidad de explicarlo, de modo que es algo que me quedo para mí. Lo que sí puedo decir es que ha supuesto mucho, hasta el punto de sentirme una persona diferente. Tal vez por eso sentí tanto miedo al ser por fin consciente de que todo había acabado. Hace algunos años no habría sentido ese miedo de volver a lo conocido, de volver a mi habitáculo para encerrarme en mi jaula de cristal. Pero las cosas han cambiado y ya no soy la misma. He aprendido a apreciar la vida. He aprendido a vivir y a desear hacerlo por encima de todo, tanto que sentí pánico al darme cuenta de que mi vida volvía atrás. Pánico al volver a ese lugar, a ese ambiente que me había hecho sumergirme en el sufrimiento, en el odio y en olvido. Pánico a volver a ese lugar que me había visto perder la cordura hasta el punto de perderme a mí misma.
No sé qué me depara el futuro y eso, en cierto modo, asusta. Ahora, un año después, soy capaz de comprender que nunca fui consciente de lo que supondría para mí este año. Ahora, un año después, me doy cuenta de que nunca había amado tanto la vida y de que la vida podía ofrecerme tanto.
Ahora más que nunca desearía retroceder para decirle al estúpido psiquiatra cuánto se equivocaba al decirme que no debía correr el riesgo de salir de casa, de abrir la jaula, de dejar atrás todos mis miedos, de querer avanzar, de querer ver la vida con otros ojos, de querer descubrir todo lo que vida podía ofrecerme.
Nadie dijo que fuera a resultar fácil y, en cierto modo, siento que lo difícil comienza ahora. Ahora que estoy de nuevo aquí, ahora que debo enfrentarme a todos mis problemas, ahora que debo enfrentarme a todos mis miedos. Pero lo cierto es que resulta mucho más fácil, por difícil que resulte, seguir viviendo y querer seguir haciéndolo cuando has amado la vida al menos una vez.
No más lagrimas. No woman no cry ‘cos everything is gonna be alright. Ahora ha llegado el momento de demostrarme a mí misma que todo lo que he aprendido, que todo lo que he amado, que todo lo que he soñado puede perdurar en mi vida.
La vida se compone de etapas que hay que aprender a abrir y a cerrar. De todas se aprende algo pero hay que saber que cuando una etapa se cierra el aprendizaje y la experiencia perdura. Y la vida avanza. Y cada etapa que comienza se alimenta y se enriquece dela anterior. Y cada etapa es la suma de las etapas anteriores. Sé que no puedo cambiar mi pasado pero sé que puedo cambiar mi futuro. Y ahora, más que nunca, quiero hacerlo. Y, ahora más que nunca, quiero seguir amando la vida porque ahora sé que es posible porque everything is gonna be alright.