Llevaba tiempo sin escribir. Lo sé. He estado estudiando para mis exámenes de septiembre y quería dedicarme en exclusiva a ello. Antes de ayer hice el último examen. Por fin, pensé que el verano no iba a acabar nunca.
Pero se acabó. Y ahora empieza lo mejor. Como cada año, comienzan los propósitos para el nuevo curso, una nueva rutina a la que apegarse, nuevas obligaciones, responsabilidades, horarios… y lo mejor de todo, una nueva oportunidad.
Pero esta vez es diferente. Me voy de casa. Me voy por un año para hacerlo A MI MANERA. ¡Cuánto tiempo esperando este momento! Las maletas a medio hacer en mitad de la habitación, los apuntes del último examen encima de la mesa, unas cuantas libras en el bolsillo y un pitillo consumiéndose en el cenicero. Mañana, día 13 de septiembre embarco en un avión rumbo a mi nueva vida. Suena maravilloso. Pasaré unos días en Londres antes de llegar a mi destino final, al sur de Inglaterra.
Estas últimas semanas he estado finiquitando algunos detalles antes de irme. Citas con el médico, con el psiquiatra y con la dietista. Mañana tengo mi última cita con el psicólogo antes de irme y luego… espero no volver a pisar un hospital hasta diciembre. Las últimas sesiones han sido únicamente para decirme lo bien que estoy y lo mucho que he progresado. Pero tampoco quiero ilusionarme. Soy realista. Sé que en verano las cosas cambian, como más, me despreocupo, estoy de vacaciones, me olvido de la rutina y del control. Pero cuando llega el curso todo eso comienza de nuevo y sé que estará presente. Y este año estoy sola. Estoy sola para las comidas, día y noche, semana tras semana. No es que me preocupe, ni mucho menos, de hecho, es algo que me tranquiliza, el hecho de saber que nadie podrá decirme qué debo comer y qué no. Inglaterra es, además, un país en el que no se come precisamente bien. Se desayuna fuerte, a medio día tan solo se toma un sándwich o una ensalada y por la noche (sobre las 7) se cena bien. No sé qué tal me adaptaré a este sistema aunque lo cierto es que, en principio, me gusta.
Estoy bastante segura de lo que hago aunque hay una parte de mí, una pequeña parte que tiene miedo. No es un miedo real pero soy consciente de que corro un riesgo porque he engordado un par de kilos ó tres en estos meses de verano y… tengo que perderlos!! De modo que sé que no me quedaré tranquila hasta que pierda estos 2-3 kilos de más. No me da miedo perder peso porque es lo que deseo, me da miedo desear perder peso porque es algo contra lo que intento luchar continuamente pero soy incapaz de superar. Es algo que irá conmigo de por vida. Sé que no estoy excesivamente gorda, ni siquiera gorda, 49 kilos tampoco son tantos, pero yo me veo un poquito gorda, no me veo bien y necesito perder esos kilos.
Una parte de mí sabe que puedo perder esos kilos haciendo una dieta sana y deporte, como cada año; el deporte es mi vida, pero otra parte de mí, una parte pequeña, se aferra a ese deseo de adelgazar, al control, a esas sensaciones, al poder… siempre he querido y he anhelado vivir por mi cuenta, A MI MANERA, para poder hacer lo que me viniera en gana y ahora que tengo esa oportunidad… una parte de mí, una pequeñísima parte desea retroceder y recuperar aquello, demostrarme a mí misma que aquella idea alocada que me propuse en un momento de mi vida y que no logré alcanzar aún hoy puedo lograrla.
Sé que debo luchar contra eso y es una parte pequeña, muchísimo más pequeña que el deseo acuciante que me invade de vivir, de disfrutar de la vida, de disfrutar A MI MANERA.
Se acercan días trepidantes, llenos de emociones y sensaciones nuevas. Por fin ha llegado el momento. El horizonte está cada vez más cerca y mi vuelo a punto a partir. Las maletas ya cerradas en mitad de la habitación, los apuntes del último examen en la papelera, las libras en el bolsillo y el cigarro consumido en el cenicero.
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Quiero añadir unas palabras en cuanto al debate que se abrió en el último post. En primer lugar, creo que la religión y el hecho de ser creyente es algo muy personal y, en cierto modo, condicionado por la sociedad y la cultura o región en que vivimos, de modo que no creo que seamos quienes para juzgar las creencias de los demás. En segundo lugar, ninguno tenemos las respuestas ni somos dueños de la verdad absoluta así que no podemos saber quién está equivocado y quién no, si es que alguien lo está, pues cada uno es dueño de su propia verdad. Y en tercer, y último, lugar quiero aclarar que en ningún momento he confesado mi fe ni tampoco he dejado de hacerlo, simplemente he planteado mis dudas, unas dudas que aún hoy continúan y de difícil respuesta. Unas dudas que planteo en ambos sentidos tanto para el sí como para el no; y lo único que dejo claro es el mensaje que comprendí en mi viaje a Israel sobre el amor sin barreras, exista o no un Dios.
ANA