Ahora ya ves


14 JULIO 2008

El lunes volví de mis vacaciones por Mallorca. Unas maravillosas vacaciones alejadas del mundanal ruido y la rutina tediosa de cada día. Resulta extraño y fascinante a la vez cómo la rutina puede absorte hasta tal punto de esclavizarte aún cuando la deseas más que todas las cosas por miedo a lo desconocido por miedo al descontrol, al fracaso.


Tenía miedo de las vacaciones, como siempre. Miedo a relajarme, a saltarme la dieta, a comer en exceso, a saltar mis meticulosos horarios, mis estrictas reglas diarias. Tenía miedo, como siempre porque es lo único que conozco, porque es, desgraciadamente, lo único que me hace sentir medianamente satisfecha, esa sensación al final del día de haber cumplido y temía que eso se acabara. Temía no encontrar una fuente de satisfacción sustitutiva porque no conocía nada más que me permitiera sentirme bien.


Y llegó el verano. Y se acabaron las reglas, la rutina, los horarios. Y comenzaron las vacaciones. Y conseguí evadirme de todo cuanto conocía. Y conseguí liberarme. Y qué bien te puedes llegar a sentir sin la presión continua que te ejerces sobre ti misma a diario cada minuto. Esa sensación de libertad es mucho más enriquecedora. Y ojalá pudiera mantenerse siempre.


Pero vuelves. Vuelves a tu casa, a tu vida, a tu día a día y eres incapaz de recuperar esas sensaciones. Eres incapaz de despreocuparte de la comida porque te das cuenta de que la comida te sigue asustando, te sigue esclavizando.


Han sido unas vacaciones en toda regla porque por primera vez en muchos años he logrado liberarme de todo, despreocuparme, comer sin hacer de ello un mundo, olvidarme de todo y disfrutar de verdad.


Y este post sería realmente maravilloso y dejaría una veda abierta a la más absoluta recuperación sino fuera porque hoy no me siento muy bien. Sé que no debería ser así porque de nuevo vuelvo a hacer de un grano una montaña de arena. Pero no puedo evitarlo y aquí estoy con las lágrimas recorriendo mi rostro porque no soy capaz de juzgar las cosas como se merecen. Porque no puedo evitar sentir que soy la última de la lista, porque no puedo evitar sentir que no soy su prioridad, porque no puedo evitar sentir que no le importo lo suficiente. Y, tal vez, si me sintiese mejor conmigo misma no necesitaría reconfortarme en lo qué hacen o dejan de hacer los demás en lo que respecta a mí, pero necesito ese empujón porque sigo sin ser capaz de sentirme bien sin más. Yo, sólo yo, sin aditivos, tal cual.


Fue un día triste, entre lágrimas y sollozos porque no pude tragarme el orgullo. Porque no tenía palabras, porque aunque quería verle no me apetecía verle, porque no soportaba la idea de no ser lo suficientemente importante para él. Pasé toda la tarde de ayer bajo la lluvia, bogando, sin ningún lugar a donde ir. Hoy amaneció igual. Soleado pero triste. Y volví a pulular por las calles, sin rumbo, durante horas, divagando, esperando una llamada que no sabía si estaría dispuesta a responder. Y empecé a comprender que la soledad no es tan mala, al final todos acabamos solos en algún momento de nuestra vida y, al menos, vives con la seguridad de que la soledad siempre estará.


Entre tanta divagación acerté a recordar aquellas sensaciones de soledad de años atrás, aquellos pensamientos esclarecedores, los soliloquios a tenue voz… Y recordé que hoy no me había tomado mi dosis de Prozac. ¿Sería esta tristeza desmesurada consecuencia de ello? Sabía que no pero también sabía que, en parte, el prozac te “ayuda” a ver las cosas de otra manera. Empecé a meditar si estaría viviendo engañada, si estaría viviendo en una nube, si estaría viviendo una vida teñida de color de rosa. No quiero vivir engañada. No me importa vivir en una tristeza permanente, esto es mejor que vivir en una mentira perenne; no quiero vivir en un mundo irreal.


Sé que pasarán los días y esto se olvidará porque al final solemos recordar las cosas buenas que nos suceden, pero es una lástima que este post se haya visto ennegrecido por unas lágrimas de dolor innecesario porque habría sido más maravilloso aún si ahora expresase la ilusión que se supone que debería tener porque mañana me voy de nuevo de viaje a Israel. Y aunque es un viaje en el que he puesto muchas expectativas, especialmente en el aspecto intrapersonal, no me siento con demasiado aplomo para introducir más detalles sobre esta experiencia, de modo que dejo las explicaciones para mi vuelta.


ANA