15 DICIEMBRE 2007
Volví el martes por la mañana a la unidad de TCA. Me adelantaron la cita un par de días porque tienen la agenda completamente saturada. No sabía muy bien para qué iba. En teoría, me habían citado para explicarme cómo funcionaba el hospital de día de
Llegué puntual a mi cita y esperé unos minutos mientras la enfermera y el psicólogo aclaraban algunos asuntos sobre mi historial al otro lado de la puerta. El psicólogo me hizo pasar a su consulta.
- “¿Cómo estás?”
- “Bien.” -Respondí fríamente. Fue la mejor respuesta que encontré para tan hipócrita pregunta. ¿Cómo iba a estar?- “Supongo que bien.” -Añadí.-
A continuación él dijo algo no que logro recordar a lo que yo respondí que no sabía qué se suponía que debía decir, que necesitaba un guión, unas pautas, una serie de preguntas, que no sabía de qué hablar.
Se quedó callado mirándome esperando que fuese yo la que continuase hablando, la que fuese a resolver el complejo algoritmo. Entonces, se percató de que no iba a decir nada más, de que, al igual que él, esperaba que añadiese algo, que hiciese alguna pregunta, que redirigiese la conversación. Salió del trance que le envolvía y bajó la vista hacia las hojas de papel de mi historial sobre su mesa intentando encontrar algo de lo que hablar.
Enseguida comprendí que no podía esperar que fuese él el que decidiera de qué había que hablar, que fuese él el que acertase la incógnita a resolver. Recordé las últimas conversaciones con mi novio. Habíamos habado de la rutina. De lo difícil que me resultaba comer, no tanto por el hecho de la comida en sí sino por el absurdo hecho de tener que saltarme una rutina que llevaba siguiendo milimétricamente desde hacía más de 7 años. Mi novio me preguntó si le había hablado de todo eso a alguien, al psiquiatra, al psicólogo, a la enfermera… no, no lo había hecho. No había surgido en ninguna conversación. Es curioso. Después de varios meses en
Inicié la conversación.
- “Hay algo de lo que no le he hablado al Dr. Jiménez Mazo (mi psiquiatra) y que he estado hablando últimamente con mi pareja. Supongo que no me había detenido a pensarlo hasta que lo hablé con él o tal vez, simplemente, no surgió en ninguna conversación. Se trata de la rutina. El Dr. Jiménez Mazo me preguntó si había notado algún cambio en mí y le dije que no, pero en realidad sí que lo he notado, pequeños cambios, sobre todo en mi estado de ánimo, pero también hacia la comida, aunque en menor medida. Le dije que no porque no me había percatado de ellos, pero sí que ha habido pequeños cambios. Lo que más me cuesta no es comer o la comida en sí sino saltarme la rutina que llevo cumpliendo desde hace más de 7 años. Me he acostumbrado a no comer entre semana y es algo que no me planteo. Como el que va a clase cada mañana o se da una ducha, no lo piensa, solo lo hace y eliminar ese acto es muy difícil. Eso es lo realmente difícil para mi, no es el hecho de comer. Es cierto que hay alimentos que me resultan más difíciles que otros pero las cenas o los desayunos no suponen un problema tan grande para mí. Sí las comidas principales y sobre todo entre semana porque las he eliminado prácticamente y me siento mal cuando como entre semana. Me he acostumbrado a no comer nada en todo el día desde el desayuno hasta la cena y a tener el estómago completamente vacío hasta la noche, tan sólo me permito un café o una manzana a media mañana.”
Hablamos sobre el hospital de día y las posibilidades. Sé que tengo una oportunidad a la que muchas chicas no pueden acceder pero vivo a más de una hora de la unidad y eso trastornaría mi vida. Obviamente prefieren trastocar lo menos posible la vida de los pacientes.
- “Estoy intentando comer. Mi madre llega tarde del trabajo y generalmente yo ya he comido sola, lo cual implica que no como. Pero desde hace dos semanas hemos llegado a un acuerdo. Ahora la espero cada día a que llegue del trabajo para comer juntas y aunque me cueste, eso me hace obligarme a comer. A veces mi madre no puede venir a comer a casa, entonces, le pido a mi hermano que coma conmigo, otras veces, hago un esfuerzo por comer sola porque cuando llevas en la cabeza el chip de que vas a comer te resulta más fácil hacerlo.”
Hablamos sobre la estructura familiar, los hábitos alimenticios y la evolución de mi situación. Observó mi registro alimentario. Deficiente en algunos alimentos. Notable en el número de comidas diarias. Vió que había hecho un esfuerzo. Hablamos largo y tendido sobre los miedos y la comida. Sobre el miedo a engordar, sobre la preocupación por el peso, los miedos irracionales y las preocupaciones excesivas hasta la obsesión.
A continuación, me acompañó a la enfermería donde le comentó a Pilar, la enfermera, mi situación. Me dieron una nueva oportunidad. Estoy haciendo un esfuerzo por comer con mi madre cada día. Le enseñó mi registro alimentario, tengo deficiencias pero no me he saltado ninguna comida. Me dan otra oportunidad. No tengo que ingresar, de momento, en
Me dieron una nueva oportunidad pero me advirtieron que después de Navidad evaluarían de nuevo la situación y que si no funcionaba tendrían que ingresarme. Me tomaron la tensión: 10/5. Increíble!! He subido. Me pesaron. He perdido casi medio kilo en 10 días. No puedo perder más peso. “Sigues perdiendo peso” me dijo Pilar.
Llevo dos semanas comiendo a medio día, supongo que lo de ingresarme me dio pánico. Pero es difícil. A veces desearía decirle a mi madre que ya he comido para no tener que comer. Sé que no puedo. Sé que no debo. Pero desearía hacerlo porque me cuesta tanto… y necesito un descanso. A veces llego a casa sabiendo que tengo que comer y solo quiero llorar porque no quiero tener que comer. Solo quiero poder decir, “no, yo ya he comido” y encerrarme en mi habitación a escribir en mi sempiterna soledad. Comer es difícil y la gente no lo entiende. Mi hermano pequeño me dice constantemente “si no comes te vas al hospital.” Le entiendo, y sé que lo dice porque me quiere pero no entiende que me resulte tan difícil. Es como un drogadicto que quiere recuperarse de su adicción a las drogas pero su cuerpo le pide un chute. Mi cuerpo me pide un chute, mi cuerpo me pide un ayuno porque, en definitiva, el ayuno es mi adicción.
Es muy difícil. Quiero comer y no quiero comer. Quiero comer pero me cuesta. Quisiera comer sin esfuerzo, sin lágrimas, sin dolor. Y después de todo el esfuerzo voy a la farmacia, me quito las botas, me peso y he vuelto a adelgazar: 45,500 kilos. 45 kilos y medio. Cada vez peso menos, a pesar del esfuerzo. Quiero llorar. Estoy comiendo, no quiero comer pero hago el esfuerzo porque sé que no debo adelgazar más, no quiero adelgazar más, me da miedo adelgazar más. Estoy perdiendo peso y por primera vez estoy comiendo. Eso me asusta. Me asusta mucho. No quiero comer pero no quiero adelgazar. Me siento bien y mal a la vez. Estoy comiendo, me duele comer pero me estoy esforzando y lo estoy consiguiendo. Estoy adelgazando y me duele porque me estoy esforzando por no hacerlo, por no perder más peso. La talla 34 se escurre en mis caderas. Los cinturones ya no se ciñen a mi cintura, he perdido las curvas, las costillas me sobresalen, mi palidez me delata, mis huesos se marcan bajo el algodón de las camisetas y las formas de mi cuerpo se desvanecen bajo amplios abrigos que cubren mi cuerpo aniñado.
Pero estoy comiendo y estoy haciendo un enorme esfuerzo para llevarme cada bocado de comida a la boca. Sé que parece absurdo hacerse semejante pregunta pero resulta tan difícil que a veces me es imposible preguntarme si realmente merece la pena.
Gracias por todas vuestras palabras. Llegan las Navidades, para bien y para mal. Os deseo unas bonitas fiestas. No dejéis que la comida os arruine estos bonitos días con la gente que más os quiere.
ANA