"Los sueños, sueños son"


18 FEBRERO 2009


Los dias pasan, uno a uno, lentamente. Y sigo intentando hacerme un hueco en este pequeño mundo, mi mundo, día a día.


No es sencillo. Algo que nunca antes había conocido, algo que nunca antes había imaginado.


Siempre soñé con esto. Siempre imaginé cómo sería todo el día en que me fuera de casa, el día en que fuera independiente y comenzara a vivir mi propia vida. Siempre había tenido esa imagen tan clara en mi mente de cómo sería todo. Pero nos engañamos. Por eso los sueños son tan maravillosos, porque en ellos puedes imaginar lo que desees. Nadie va a decirte nunca qué es lo que debes o puedes soñar porque los sueños es una de las cosas mas íntimas y personales de cada uno. De modo que imaginamos. Imaginamos cómo será nuestro futuro.


Soñamos con una casa maravillosa junto a la costa, soñamos con un hombre increíblemente atractivo esperándonos en el sofá de casa, un deportivo descapotable y el trabajo perfecto. Nos imaginamos rodeados de amigos que nos aprecian, música y risas resonando en un salón blanco impoluto con vistas al mar, veladas románticas con nuestra pareja tumbados junto a la chimenea. Compañeros de trabajo que aprecian nuestro trabajo y valoran lo que hacemos. Mujeres de éxito, profesional y sentimentalmente. Mujeres atractivas, guapas, altas, delgadas. Imaginamos una vida de ensueño porque soñar es gratuito.


Imaginamos que algún día nuestros sueños se harán realidad. Y llega un punto en que imaginamos que somos otra persona diferente porque ni siquiera nosotros nos creemos capaces de encajar en ese sueño.


Pero cometemos el gravísisimo error de soñar con cosas materiales. Soñamos con casas, coches, viajes, belleza, dinero... sin darnos cuenta de que en el fondo, con lo que de verdad estamos soñando es con la felicidad. Imaginamos la felicidad dentro de un estereotipo, con una imagen estereotipada que nos venden en la prensa, la television o el cine. Y nos olvidamos de que la felicidad no tiene imagen. Nos olvidamos de que la felicidad es un sentimiento, es una sensación. No necesita de una imagen, tiene cientos de ellas y puede esconderse en miles de pequenos momentos.


Un paseo por la playa, una pequeña casa en el campo o en el centro de una gran ciudad, un trabajo humilde escribiendo en un periódico o recogiendo la uva de sol a sol, un chico de película o simplemente un chico vulgar que te ame mas que nada en el mundo. Un cuerpo delgado y esquelético o un cuerpo con unas preciosas curvas. Una sonrisa.


Siempre soñé que algún día saldría de casa. Siempre soñé que algún día llegaría el momento y me iría a algún país lejano. Soñé que llegaría el momento en que sería independiente y no necesitaría de nadie; sería autosuficiente. Soñé con viajar, irme sola, hablar un idioma diferente, estudiar fuera... Soñé. Soñé demasiado. Me imaginaba en un pequeño apartamente solo para mí, con un ventanal enorme con vistas a un precioso y frondoso parque. Me imaginaba yendo a mis clases, con mis tacones y mi maletin, muy profesional. Me imaginaba tumbada leyendo mis notas en un precioso y acogedor sofá blanco frente al enorme ventanal. Me imaginaba por las mañanas andando descalza por mi pequeño apartamento, semi desnuda, con un camisa blanca, haciendo café y leyendo cientos de libros. Me imaginaba demasiado ocupada para salir con toda esa gente que había conocido, ansiosos por quedar conmigo porque era una persona muy atractiva, en todos los sentidos. Me imaginaba manteniendo conversaciones intelectuales en pequeños cafés del centro de la ciudad o en mi acogedor apartamento, con tíos de diferemtes lugares del mundo hasta altas horas de la noche. Chicos que algunas veces se quedaban a dormir en mi cama. Nada serio porque yo estaba demasiado ocupada para dedicarme a alguien más. Imaginaba y me imaginaba. Soñaba y soñaba demasiado.


Y llegó el momento. Llegó el momento con el que siempre había soñado. Salir de casa, ser independiente, vivir en un país lejano. Pero mi sueño no se cumplió. Nada de apartamentos íntimos e inspiradores, nada de relaciones interesantes ni conversaciones intelectuales, nada de comidas fugaces en la soledad de mi apartamento. Nada de lo que había soñado.


Y sin embargo, puede ser igual de maravilloso, o incluso mejor, si sabemos apreciarlo. Si sabemos distinguir que los sueños son sueños y que si se hicieran realidad dejarían de serlo. Si sabemos disfrutar de toda y cada una de las cosas tal y como son porque son igualmente maravillosas.


Y si algo estoy aprendiendo de esta experiencia es que a veces aunque las cosas no sean como las imaginamos o como hayamos deseado alguna vez, siguen siendo maravillosas y hay que saber disfrutarlas porque algunas cosas sólo suceden una vez.


Y estoy aprendiendo a apreciar cada día lo que tengo, estoy aprendiendo a apreciar cada día esta oportunidad, estoy aprendiendo cada día que los sueños se pueden hacer realidad de cientos de formas diferentes y aún siguen siendo sueños.


Y cada día me doy más cuenta de que el tiempo que pasamos deseando ser delgadas, soñando con esa delgadez inalcanzable, estamos desaprovechando el momento de disfrutar de los sueños que se hacen realidad. Todos esos momentos que pasamos deseando ser delgadas, soñando con ser delgadas, estamos desaprovechando el momento de hacer realidad nuestro verdadero sueño, el de ser felices. Estamos tan obesionados con la imagen del cuerpo perfecto que no somos capaces de apreciar la felicidad que hay en nuestras vidas. No somos capaces de darnos cuenta de que nuestros sueños se hicieron realidad con otra forma, con otra imagen.


Nos equivocamos al crear una imagen distorsonada de la felicidad. Nos equivocamos al soñar con una felicidad basada en tan sólo una imagen, en un cuerpo, en cientos de huesos bajo la piel, en una delgadez inalcanzable. Nos equivocamos al crear una imagen para nuestra felicidad porque llegará un momento en qu ela felicidad cruce nuestra puerta y ni siquiera seamos capaces de verla.


Y sin embargo, seguimos soñando porque soñar es gratuito, porque los sueños hacen a cada persona, porque soñar te hace vivir. Pero no podemos perder el horizonte de vista; tenemos que soñar con los ojos abiertos para ver más allá de los sueños porque, al fin y al cabo, “los sueños, sueños son.”


ANA


England's letter


02 FEBRERO 2009


Supongo que después de todo os lo debía. Así que… aquí estoy por fin. Me hubiera gustado escribir antes y supongo que tampoco tengo excusa. Quería haberlo hecho pero no lo hice.


¿Por dónde empezar? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí. Mucho, tal vez demasiado. O tal vez demasiado poco. El tiempo es relativo. Pero en este tiempo han cambiado muchas cosas, otras no tanto. Ha habido muchas novedades en mi vida, algunas positivas y otras no tanto.


Pensé que estaba preparada para esto. El cambio, las novedades, la independencia. Y lo estaba. Pero no estaba preparada para afrontar algunas sensaciones y sentimientos que eso implicaba.


Llegué en Septiembre a este país tan diferente. Otra cultura, otra forma de pensar, otra forma de actuar, otros comportamientos, otro idioma, otras comidas, otra moneda, otro clima… todo es diferente aquí. Pero donde de verdad se siente la diferencia, es en la soledad. En la soledad de mi habitación, en la soledad del día a día. Y tal vez para eso no estaba preparada.


Comparto casa con otros 4 estudiantes. Un inglés, una francesa, una española y una alemana que se acaba de marchar y cuya habitación ha ocupado un francés de padres chinos. Compartimos un pequeño salón con televisor, cocina y baño. Tenemos un jardín trasero bastante amplio que aún no hemos podido usar debido al frío y la lluvia. Mi habitación no es demasiado grande, tampoco es pequeña. Un tamaño medio. El suelo está cubierto por una moqueta vieja y grisácea que da un aspecto algo frío a la casa. Las paredes son de color beige. Tengo varios muebles, una estantería con algunos libros y cosas personales, una cómoda con cajones para la ropa, un armario y una mesa de estudio bajo la ventana que da al jardín trasero. Es una habitación poco iluminada y la mayor parte del día tengo que encender la luz para no estar a oscuras. Junto a la mesa, pegada a la pared está la cama. Es una cama vieja y el colchón se ha ido estropeando con el tiempo pero es grande y caben dos personas en ella, aunque duermo sola cada noche.


Al llegar compré algunas velas y flores secas para dar algo de color y olor a la habitación. También colgué algunos pósters y fotos para darle un toque personal y hacerla algo más acogedora, al fin y al cabo, éste iba a ser mi hogar para los próximos 10 meses.



La convivencia no es fácil. Nunca había convivido con nadie a parte de mi familia. Y no es fácil. Sobre todo cuando tienes cientos de manías en cuanto al orden y a la limpieza. Al llegar todo estaba sucio y dejaba bastante que desear. Poco a poco lo vas poniendo a tu gusto y te vas adaptando a ello. Llega un momento en que, por necesidad, pierdes algunas de esas manías y decides que es mejor pasar que volverse loca.


El campus universitario no tiene nada que ver con el mío en España. Es un campus enorme, lleno de edificios, zonas verdes, teatro, biblioteca, gimnasio, bar, tienda, cafetería, cine, agencia de viajes, centro sanitario… tiene de todo. Está a tan solo 15 minutos andando desde casa.


La ciudad no es muy grande ni tampoco especialmente bonita. No está cerca de casa, al menos para ir andando. Tienes que coger el bus para ir al centro y tardas como media hora. Pero, en realidad, el día a día se desarrolla entre tu casa y el campus.


El inglés al principio se hace bastante difícil, al menos más de lo que hubiera imaginado. Todo es en inglés. Las clases, los trabajos, la compra, comprar los billetes, pedir un café, hablar con la gente… pero poco a poco te vas acostumbrando. Empiezas a afinar el oído y aunque te falta vocabulario empiezas a comprender.


Al principio, todo se hace difícil. Echas de menos tu casa, tu habitación, tu rutina, a tus padres; sí, se les echa mucho de menos, mucho más de lo que imaginas, a tu novio, a tus amigos, tu perro, tu bicicleta, tu gimnasio, tus clases… pero empiezas a conocer gente de todas partes y te sientes libre, independiente, puedes hacer lo que quieras, comer lo que quieras, salir cuando quieras… no tienes que dar explicaciones a nadie. Es lo que siempre había soñado.


Pero a veces los sueños no se adaptan a la realidad. Quería salir de casa, quería hacer cosas nuevas, conocer gente nueva, experimentar cosas nuevas, ser independiente, hacer lo que quisiera… y, supongo que, necesitaba hacerlo.


Pero nunca pensé que sería tan difícil. Supongo que cuando sales de casa para empezar una nueva vida crees que todo será diferente, que todo tú cambiarás también y que todos tus problemas se quedarán allí. Pero no es cierto. Tú sigues siendo el mismo y tus problemas van contigo porque forman parte de ti.


Vine con el absoluto convencimiento de que aquí haría una dieta saludable, vine con la seria propuesta y condición de comer de una forma saludable. No quería tirar todo en lo que había estado trabajando los últimos años por la borda. Era una oportunidad única de demostrarme a mí misma de que era capaz de hacerlo. Y así fue.


Los primeros meses engordé varios kilos. Tal vez porque me descuidé un poco o tal vez porque empecé a comer de un modo mucho más normal. No lo he llevado demasiado bien. Ver cómo algunos pantalones ya no me entran, otros me quedan estrechos, y la ropa ya no me sienta tan bien. Ver cómo mi cuerpo ha ensanchado, cómo mis huesos ya no se marcan, cómo ya no soy capaz de mirarme en el espejo sin pensar estoy gorda. Aunque en realidad me pregunto si eso sucedió alguna vez.


Pero después de aquello me establecí en los 52 kilos que peso actualmente. Supongo que no estoy a gusto con ese número, pero ¿alguna vez lo he estado? Así que decidí que no iba a preocuparme, que no iba a darle más importancia, que comería de una forma saludable e intentaría no pensar en ello. Y lo he hecho, dentro de lo que cabe. He hecho un gran esfuerzo para incluir alimentos en mi dieta que antes no comía. Pero he empezado a cocinar para mí, a comer pescado y carne, a comer huevo y a usar un poquito de aceite en algunos de mis platos. Ya no me salto comidas y estoy satisfecha con ese logro aunque siempre me quedará una pequeña parte de mí que deseará hacerlo, que deseará volver a recuperar aquellas sensaciones. Lo importante es convencerse de que la sensación de estar haciendo lo correcto, de estar haciéndolo bien, de estar consiguiéndolo por fin, merece la pena.


En lo que no había caído antes de venir era que mi problema no era la comida en sí. ¿Cómo no pensé en ello? El problema real sigue estando ahí. Los miedos, las inseguridades, el miedo al fracaso, el miedo a no ser lo suficientemente buena, el miedo a no saber aceptarme tal como soy.


Todo lo que me está haciendo tambalear. Todo lo que me está torturando cada día. Todo lo que me impide sacar lo mejor de mí misma, todo lo que me impide relacionarme con los demás porque siento que no caeré bien, que no le gustaré a nadie, que no le interesaré ni importaré a nadie. Todo lo que me está llevando a la soledad más absoluta que empiezo a no poder soportar porque tal vez no estaba del todo preparada.


Me llevo algo grande de esta experiencia. El saber que lo he logrado, que he sabido enfrentarme a mis miedos, que he sabido enfrentarme al gran reto y que lo he hecho bien. Pero me llevo otro gran reto conmigo que es enfrentarme a mí misma y que no sé si seré capaz de hacer en los próximos meses de soledad que me esperan en este país inhóspito.


ANA