Y quisiera

19 MAYO 2008


“Y quisiera tirar del cable
anclado en la pared.
Y quisiera soltar esa correa
que está marcando tu piel.
Y quisiera poder gritar
que ya soy libre;
pero duele soltar
y el dolor me persigue.”



“Y quiero escapar. Y quiero creer que yo tengo la fuerza; pero no tengo el poder.”


Lo he intentado. Me he esforzado mucho, he cambiado muchos comportamientos, he avanzado, he desmitificado creencias absurdas, eliminado ritos y cesado actitudes inapropiadas.


Pero no me basta. Todo lo que he conseguido, todo lo que he logrado y recuperado no es suficiente porque por mucha satisfacción que pueda proporcionarme deja un hueco vació a nivel personal y emocional que sólo era capaz de llenar con el ayuno que me proporcionaba mi anorexia,


Y no quiero desprenderme del todo. Sólo un poco. Desvincularme un poquito, alejarme de esa obsesión que no me permite ser feliz pero sabiendo que sigue ahí cerca por si algún día necesito recurrir a ella, por si algún día mis emociones se descontrolan, por si yo misma me descontrolo. Necesito saber que mi herramienta de control está ahí guardada en un cajón a mi alcance para poder abrirlo y usarla siempre que la necesite, siempre que sienta que la vida se me va de las manos. Cuando necesite mantener ese control.


No quiero separarme de la anorexia del todo. La palabra anorexia no me gusta. Para mí la anorexia no es lo que ansío, lo que busco es el control. Eso es lo que quiero, lo que anhelo, lo que no quiero eliminar de mi vida. Me da miedo desprenderme del todo de la anorexia porque con ella desaparecerá todo el control que soy capaz de ejercer sobre mi vida y sobre mí misma.


Sé que hasta que no aprenda a vivir sin la necesidad de controlarlo todo no podré ser realmente libre y, por extensión, feliz. “pero duele soltar y el dolor me persigue.”


En la última sesión que tuve con mi psiquiatra hace un par de semanas tuvimos una conversación muy curiosa. Hablamos de algo sobre lo que, curiosamente, nunca me había parado a pensar. Le comenté que no me preocupaba irme un año entero a estudiar al extranjero porque cuando me sentía bien no tenía problema con la comida y comía muy bien (dentro de unos límites, claro), pero no me preocupaba en exceso por la comida. Mis problemas y mi preocupación por la comida venían cuando me sentía mal, cuando discutía en casa, cuando me sentía mal, cuando me sentía triste, sola, fracasada, infeliz… entonces pagaba todos esos sentimientos y emociones negativos con la comida y decidía no comer en un intento de eliminar el dolor emocional centrándome solo en el dolor físico. Me castigaba creyendo que no merecía comer, que no era lo suficientemente buena para comer. Sustituía los sentimientos emocionales de malestar con la satisfacción que me proporcionaba tener el control absoluto sobre las necesidades de mi cuerpo.


Mi psiquiatra me dijo que mi problema no era la comida en sí sino cómo me enfrentaba a los sentimientos; que desde muy pequeña he usado la comida cómo un modo de enfrentarme a mis emociones y tenía que eliminar esa conexión que había creado en mi cabeza entre comida y emociones, para bien y para mal.


Cuando me siento mal no como pero cuando me siento bien sí y en ninguno de ambos casos es bueno. Comer debería ser algo incuestionable, algo natural, del mismo modo que nos vestimos por la mañana al levantarnos, nos peinamos o nos lavamos la cara. No deberíamos comer o no comer según cómo nos sintamos en cada momento, sino simplemente comer como si fuera lo más normal del mundo; al menos así debería ser.


Pero no lo es para mí. Desde bien pequeña ha sido así. Emociones y comida han ido unidas. Y más aún en esta sociedad en que nos empeñamos en celebrar y festejar cualquier evento, fiesta o celebración alrededor de una mesa rebosante de platos. La comida es el centro de cualquier celebración. Nuestra sociedad ha dejado de comer por necesidad o como algo natural. La comida se ha convertido en un evento social, en un motivo de reunión, en un mercado que mueve miles de millones en todo el mundo y en una tentación para muchos.


Los creativos de las empresas se empeñan en cohesionar emociones y comida en anuncios publicitarios imposibles. Eva Longoria (sensual, guapa, atractiva, delgada, MUJER) disfruta comiendo un Mágnum. No es de extrañar que emociones y comida vayan ligadas.


Si nos centremos en las bases neurobiológicas del comportamiento alimentario, podemos comprobar que los estados mentales depresivos actúan disminuyendo los niveles de serotonina en el centro de saciedad del hipotálamo de modo que inhibe la ingesta. De este modo, podemos justificar científicamente la existencia de una relación biológica entre emociones y estados de ánimo con el apetito.


Sí, señor psiquiatra, sería fantástico que todos pudiéramos comer la cantidad adecuada para nuestro organismo; ni más ni menos, sin planteárnoslo, como si fuera lo más natural del mundo. Y también sería genial que a todos nos quedase perfecta la ropa de las tiendas. Y también sería genial que todos consiguiésemos el trabajo de nuestros sueños. Y sería genial que descubrieran una cura para el cáncer y que no hubiera más guerras en el mundo y que nadie muriera a manos de su marido o mujer o padres o pareja o vecino… y que todo el mundo tuviese acceso a agua potable y comida y a una casa digna. Y que todos los niños del mundo pudiesen tener una ecuación. Y que no hubiese más racismo, ni más intolerancia. Y que los enfermos mentales no fueran considerados locos. Y que los que están en sillas de ruedas pudiesen caminar, y los ciegos ver y los mudos hablar y los sordos oír. Y que desapareciese la maldad en el mundo. Y… puestos a pedir…


Quisiera ser feliz.


ANA


Miedo a lo desconocido

14 MAYO 2008


Es de noche. Todo ya está a oscuras y tan sólo la pequeña lámpara junto a mi ordenador deja entrever una tenue luz en la oscuridad. Todo está silencio, tan sólo las teclas de mi ordenar son capaces de perturbar la quietud de la noche al son de una desgarradora voz que surca mis oídos para adentrarse en lo más profundo de mi alma.


Está lloviendo. El sonido de la lluvia sobre el pavimento me devuelve a la realidad. La ventana abierta de mi habitación deja entrar los infinitos olores indescriptibles que aviva la humedad.


El frío de la noche se adentra en mi soledad para recordarme cuán fría, oscura y tétrica puede resultar. Debería, tal vez, asustarme, pero lo cierto es que me gusta. Lo cierto es que una parte de mí se siente más viva que nunca, se siente una parte real del mundo, de un mundo que, cuando calla, cuando duerme, cuando descansa, cuando se para, resulta mucho más embriagador. Un parte de mí siente la tentación de volver a formar parte de ese mundo oscuro y nostálgico, solitario y dramático de las noches en vela, de las noches inagotables e infinitas, de una vida más vívida, real y profunda que la de un mundo que gira sin parar.


Echo una manta sobre mis hombros. No puedo ya apenas soportar el frío de la noche, de una noche húmeda que me traslada algunos años atrás en que, ataviada con varias capas de ropa, bufanda y guantes, me disponía a disfrutar de una maravillosa velada nocturna a la luz de la luna que transcurría entre textos, cigarrillos, litros de café y sesiones interminables de ejercicios.


Añoro todo aquello. Aunque sé que no es más que una mentira, que me limito a recordar sólo la parte dulce y agradable de aquella época; apenas unos pocos momentos a lo largo del día o, incluso, semanas. Y me olvido de lo duro que resultó todo aquello. Me olvidó de todo lo que perdí, de todo el sufrimiento continuo, de las lágrimas incesantes día y noche, de la sensación infinita de fracaso, de la efímera euforia, de los gritos, las broncas, la desaprobación, el odio y los trágicos deseos de alcanzar una muerte temprana.


Ha pasado mucho tiempo desde entonces, no tanto, en realidad, pero a veces lo siento tan lejano que incluso me cuesta recordar todo aquello por lo que pasé y a veces necesito volver a recordar, volver a aquellos días de dolor intenso. Necesito recordar todo ese sufrimiento para convencerme de nuevo de que no es eso lo que quiero; porque no debería serlo.


Y he aprendido mucho desde entonces e, indudable y tristemente, el sufrimiento y el dolor, es la forma más eficaz de aprendizaje. Pero todavía me falta mucho por aprender. Sé que los últimos meses he hecho grandes avances. Di pasos que nunca imaginé que sería capaz de dar. No ha resultado nada fácil pero hay poner de tu parte y estar convencido de que quieres salir de esto. Confiar y creer que puedes hacer y sobre todo ser consciente de que el camino por el que vas es un camino equivocado.


No es fácil aceptar que ese camino es erróneo ni mucho menos decidir que quieres avanzar. Sin embargo, a pesar de los avances, a pesar del convencimiento, a pesar de mi decisión personal de seguir adelante, siento que he topado con un enorme muro en el camino y no estoy segura de querer avanzar. Supongo que es el miedo que me corroe a adentrarme en lo desconocido, el miedo a desprenderme para siempre de la enfermedad.


Sé que puede parecer absurdo e incomprensible que una persona que desee recuperarse y ser feliz no quiera desprenderse del todo de su enfermedad. Es difícil de explicar. Tengo la sensación de que durante todos estos años la anorexia ha ido formando parte de mí y desprenderme de ella sería como desprenderme de una parte de mí misma.


Los primeros años de la enfermedad, el trastorno y tú sois entes distintos, separados. Pero, con el paso del tiempo, el trastorno va formando parte de ti y desprenderse de él sería como eliminar una parte de ti mismo. Me da miedo desprenderme del todo de él.


Llevo demasiados años compartiendo mi vida con el trastorno. Desde los 12 ó 13 años sufrí una crisis depresiva que duró hasta los 16. Entonces, decidí que debía hacer algo para cambiar, que tenía que ser feliz. Ponerme a dieta fue mi gran idea para adelgazar y ser atractiva, como requería la sociedad para ser bien valorada, y, al mismo tiempo, para mantener el control sobre mi vida que me había sido arrebatado.


Tengo 23 años, casi 24, y todo lo que soy es parte de mi trastorno. Sé que hay cosas negativas de mí misma, cosas que no me gustan, que aborrezco y que son culpa de la enfermedad pero también hay muchas otras cosas positivas que, si bien, no le debo a la anorexia, sí he aprendido a valorar de mí misma y me gustan. Desprenderme del trastorno sería como renunciar a una parte de mí misma.


Sé que en el fondo suena un poco absurdo. Mi psicólogo siempre me dice que el trastorno y yo no somos la misma persona, que tengo que discernir entre la enfermedad y yo misma pero ha llegado un momento, después de tantos años, que no sé qué parte soy yo y cuál es el trastorno. Y, en el fondo, creo que lo único que me pasa es que tengo miedo a enfrentarme a la vida sin mi única herramienta de control, a enfrentarme a lo desconocido, a salir a la vida real, a traspasar el muro.


Es absurdo porque luchamos y exigimos una libertad que nos negamos a nosotros mismos empeñándonos en aferrarnos al trastorno alegando como único motivo un miedo irracional a algo desconocido.


¿Acaso tenemos algo que perder?

ANA


No existen los cuentos de hadas


05 MAYO 2008


Es la tercera vez que me siento frente a la pantalla de mi ordenador durante las últimas dos semanas para escribir unas líneas. No me resulta fácil. Me quedo en blanco. Siento que me quedo sin historias, que redundo una y otra vez en los mismos vanos temas.


Y me sacude el miedo. Un miedo oscuro y sombrío, un miedo exacerbado, un miedo lánguido y frío que recorre cada uno de mis huesos. Miedo a quedarme sin palabras, miedo a quedarme sin discurso, a no ser capaz de rellenar las líneas suficientes para formar un texto, un relato; miedo al vacío. Es el miedo del escritor, el miedo a quedarse en blanco, el miedo a perder la facultad de escribir, la facultad de relatar; miedo a no tener nada que contar.




Leo un comentario que llega a mi blog. Es una entrada antigua. Una de las primeras entradas de mi blog: “Quiero ser anoréxica”. Aquel escrito nada tenía que ver con que yo quisiese serlo, el título sólo era un intento de atraer a todas esas chicas que navegan por la red escribiendo dichas palabras en los buscadores; y os aseguro que son cientos, pues cientos de visitas han llegado a mi blog mediante esa búsqueda.


Deseaba que esas chicas pudiesen, al menos, leer y, ¿por qué no?, reflexionar sobre la idea desde un punto de vista diferente. Que pudiesen escuchar la voz real de una persona que ha sido capaz de vislumbrar las dos caras de la misma moneda, de una persona que ha sentido exactamente lo mismo que ellas, que ha deseado adelgazar hasta la extinción y que ha logrado resurgir de las cenizas para comprobar lo equivocada que estaba y lo egoísta que ha sido.


Algunas de las personas que leen éste u otro escrito reflexionan sobre ello e, incluso, hay quien me agradece por ello. Sólo la oportunidad de que alguien pueda leerlo, de que a alguien pueda ayudarle el hecho de leer mis palabras, mis opiniones, mis experiencias, mis consejos… es gratificante.


Sobrellevar un trastorno de la alimentación, o cualquier otro tipo de trastorno, no es nada fácil porque en la mayoría de los casos se hace en soledad. Y hacen faltas respuestas, explicaciones, saber que hay alguien que te entiende, que te escucha, que siente exactamente lo mismo que tú, que no eres un ser extraño, que no estás sólo en esto. Saber que hay alguien más que siente igual que tú, que sufre lo mismo que tú, cada día, cada momento, lo hace más llevadero.


Yo también necesitaba esas respuestas, esas explicaciones, pero no tenía a nadie a quien acudir, nadie que pudiese explicarme los por qués, nadie que pudiese explicarme por qué me sentía de este u aquel otro modo, nadie que me diese las respuestas que necesitaba en aquel momento y que me impedían entender que me estaba pasando. Por eso recurrí a los libros. Y por eso sé lo importante que es tener esas respuestas. De modo que, en la medida de lo posible, con mis limitaciones, con mi experiencia, mis lecturas y mis investigaciones intento dar respuesta y explicación a cada una de esas sensaciones, a cada una de esas emociones, a cada uno de esos miedos, a todas y cada una de esas circunstancias que, al fin y al cabo, nos ayudan a saber quienes somos cada uno de nosotros.


Algunas chicas escriben convencidas de que ser anoréxica es un estilo de vida de libre decisión y afirmando que las repercusiones son únicamente beneficiosas. Obviamente sé que es difícil hacer cambiar de opinión a estas chicas/os. Lo sé porque también yo estuve convencida de ello y entonces no hubiese habido nadie que me hubiese hecho cambiar de opinión. Sé que nada de lo que pueda decirles yo ni nadie va a hacerles cambiar de forma de pensar en este momento y que tendrán que ser ellas las que se den cuenta de que están totalmente equivocadas del mismo modo que yo tuve que aceptar que lo estaba.


No es fácil asumir, después de tantos años luchando y persiguiendo un sueño con tanta intensidad, que estás equivocado. No es fácil aceptar que nada de todo eso por lo que has luchado merecía la pena, que todo eso sólo sirvió para hacerte más daño. No es fácil abrir los ojos para el ver el mundo el real y darte cuenta de que has hecho daño a quien más te quería. No es fácil aceptar que has perdido el tiempo y retomar tu vida donde la dejaste. No es fácil aceptar que has fracasado, que has perdido la batalla. No es fácil aceptar que no existen los cuentos de hadas.


ANA