Semana productiva


28 NOVIEMBRE 2007


Hoy hace exactamente una semana y un día que fui a ver a M. Le debía algo. Le debía la “Carta a mis padres” que he editado a nivel personal entre mis contactos más íntimos. Ella me instó a escribirla y merecía leerla. Me lo agradeció más que nadie de un modo plausible. Nunca habrá palabras suficientes para agradecer lo que su entrega ha significado para mí.


Como de costumbre, los minutos con M se tornaron horas de agradable conversación, de maravillosos consejos. Sólo con mirarme a los ojos es capaz de saber lo que pienso o cómo me siento. Sabe que entiendo a la perfección lo que me pasa y por qué estoy aquí y sabe, también, que mi increíble capacidad para entender y expresar todo lo que me sucede y cada uno de los por qués es mi herramienta de lucha para salir de todo esto.


Sabe que puedo hacerlo. Confía en mí. Cree en mí y me anima. Saber que hay alguien que cree en ti, a veces, es el empujón necesario para comenzar a creer en ti misma.


El miércoles volví a pesarme. 46,5 kilos. He vuelto a adelgazar. No sé por qué. No estoy haciendo ningún esfuerzo por adelgazar, no lo estoy intentado. Me cuesta creer que haya estado tantos años intentado adelgazar sin éxito por todos los medios. Intentándolo de todas las maneras posibles, hasta la saciedad, hasta la obsesión, hasta el caos. Laxantes, pastillas, purgas continuas, días y días en ayunas, sesiones de ejercicio hasta horas intempestivas de la madrugada, noches y noches sin dormir alimentándome a base de cafeína… sin perder un solo gramo. Y, ahora, que tan sólo quiero mantener mi peso, no puedo evitar adelgazar. ¿Por qué es tan difícil?


Es cierto que me da miedo engordar. Me da pánico. No me da miedo engordar un par de kilos. Por extraño que resulte, sobre todo para mí, por primera vez en mi vida no me da miedo engordar un par de kilos, me da pánico empezar a engordar unos pocos gramos y no poder parar. Me da miedo no poder parar y volverme cada vez más y más gorda hasta el infinito. Sí, ya sé que no es posible, pero me da miedo. Y también me da miedo perder peso. No quiero perder más peso. No quiero adelgazar más. Estoy muy delgada. Tal vez no demasiado pero por primera vez empiezo a ser consciente de que, tal vez, sí que esté delgada. Por primera vez empiezo a ser consciente de mi delgadez. Resulta difícil creer que haya estado mucho más delgada que ahora y que entonces no fuese consciente de mi delgadez; más aún, resulta difícil creer que, aún a pesar del aspecto enfermizo y demacrado que debía tener entonces, siguiese viéndome gorda.


Ahora, por fin, empiezo a darme cuenta de la gravedad de esta enfermedad.


El viernes volví al hospital. Unidad de TCA. Me quito las botas y el cinturón que sujeta los vaqueros de la talla 36 que ya no se sujetan en mis caderas. Me subo en la báscula. 46 kilos. “Has perdido 2 kilos” me dice Pilar, la enferma. “Lo sé”, digo cabizbaja. 2 kilos en 1 mes. “No se trata de que pierdas peso” añade ella, “se trata de que engordes un poco, no queremos que pierdas más peso”. Estoy en el límite. IMC: 17,9. Delgadez extrema. No puedo adelgazar más. No quiero adelgazar más.


Sé que tengo que comer pero es que no quiero comer. No puedo comer. “¿Acaso no estoy comiendo?” me pregunto. Claro que estoy comiendo. Pero como poco. No tengo hambre. No me apetece comer. No puedo comer. Sé que tengo que hacer un esfuerzo. Y lo hago, un esfuerzo pequeñito cada día pero a veces me supera. No es la comida lo que me puede, es la rutina, el orden, las reglas, el cumplimento, el deber, el éxito o el fracaso.


Sé que hay algo en mi interior más allá de la comida que me impide comer con normalidad, que me impide entender la comida como una necesidad de mi cuerpo, como una necesidad vital y normal, como algo esencial. Hay algo en mi cabeza que me impide entender la verdadera concepción de las cosas. Resulta irónico cuando yo siempre me he empeñado en entenderlas, por llegar al quid de la cuestión.


Primera sesión con el psicólogo. Nada de divanes ni sofás, ni siquiera una mísera maceta. Nada que me hiciese recordar esas fabulosas consultas de película que te instan a volver una y otra vez, exceptuando una pequeña ventana con vistas al jardín. Él, lo cual de antemano no me convenció dada mi incredulidad ante la ínfima posibilidad que un hombre tiene de entender el intrincado y complejo mundo de la mente femenina, hizo una pequeña presentación tras la cual me explicó en qué consistía el proceso del tratamiento.


Se trata de un tratamiento multidisciplinar, es decir, que él, junto con la enfermera y el psiquiatra, además de un nutricionista, en caso de que hiciese falta, forman un equipo que trabaja conjuntamente en mi caso y donde cada uno de ellos seguirá la evolución desde su especialidad como complemento de las otras disciplinas del tratamiento. Además de mi asistencia a éste, que es por supuesto voluntaria, se espera una participación activa de mí. Esto es, mediante diversas tareas que se me vayan proponiendo, por ejemplo, rellenar el registro alimentario con las x comidas que hago a diario o la nueva tarea que me ha mandado el psicólogo, escribir y analizar la situación en que se suceden los vómitos. Cómo suceden, por qué, dónde estoy, con quién o si estoy sola, qué estoy haciendo, qué siento o pienso en ese momento, antes, durante e inmediatamente después, qué consecuencias tiene, cómo me afecta, por qué lo hago, cuál es el desencadenante o el motivo si lo hay, qué sucedió inmediatamente antes, qué alternativas al atracón y/o al vómito puedo proponer en ese instante concreto para distraerme que de verdad pudieran ser efectivas en mi caso y situación sin tener mayores consecuencias…


Hablamos largo y tendido, aunque en algunos momentos hubiese querido levantarme de mi silla, cogerle de los hombros y zarandearle un par de veces para que espabilase un poco. Se quedaba callado observándome esperando a que dijese algo como si fuese a revelarle todos mis secretos en un solo instante. Y no, señor, esto no funciona así. Si estoy en su consulta es porque estoy dispuesta a hablar, es porque no tengo nada que esconder, es porque no le tengo miedo y porque no tengo tapujos. Pero eso no quiere decir que vaya a soltarlo todo de repente. Tengo la cabeza en mi sitio. No estoy loca. No voy a su consulta a confesarme ni a desahogarme porque ya lo hice, tal vez lo hubiera hecho hace muchos años pero la caja de Pandora ya está abierta y ahora las palabras no salen de golpe, salen a cuenta gotas, a mi ritmo.


Usted pregunta y yo contesto. Si no pregunta, no hay respuesta. Ya no hay nada que me carcoma la cabeza continuamente que necesite confesarle al primer loquero de turno. Ya está todo dicho y aclarado. Lo único que usted puede hacer es preguntar. Usted pregunta y yo respondo. No tengo problema en contestar a cualquiera de sus preguntas.


Hice un pequeño resumen de lo que había sido mi vida hasta llegar aquí y le di una de mis elaboradas teorías por las cuales había dejado de comer: dejar de sentir.


Al parecer le gustó el tema. El control de los sentimientos es un factor principal en el desarrollo de los TCA, de modo que iniciamos una conversación de más de media hora acerca de los sentimientos y las emociones. ¿Qué ocurre cuando quieres dejas de sentir o crees que esos sentimientos te influyen demasiado? El verdadero problema no son los sentimientos en sí, sino que la sociedad nos envía el mensaje de que los sentimientos y las emociones no son buenos, nos hace creer que tenemos que estar constantemente alegres y contentos. La sociedad nos dice que no podemos estar tristes, que no podemos dejar que los sentimientos nos controlen, que los sentimientos nos hacen débiles y vulnerables, que tenemos que luchar contra ellos, que tenemos que eliminarlos. No es más que otro mensaje erróneo de la sociedad superficial que nos empuja a consumir una “felicidad” falsa y banal.


Pero los sentimientos forman parte de cada uno de nosotros, son una parte de la vida y no se pueden eliminar, dejar de sentir equivale a dejar de vivir. No es factible. Lo que tenemos que aprender no es a eliminar o a controlar los sentimientos sino a resolver los conflictos emocionales, a enfrentarnos a esos conflictos emocionales. El que te sientas triste o desconsolado no implica que tengas que quedarte en casa sin salir ni ver a nadie, tienes que enfrentarte a ese miedo, a ese sentimiento y salir, tienes que hacer frente a tus emociones y aprender a dejar a un lado los sentimientos para que no afecten a tu vida diaria, tienes que seguir viviendo al margen de tus emociones y aprender que los sentimientos no son más que una parte dentro de ti que NO PUEDES CONTROLAR pero que sigue habiendo otra parte de ti mismo que sí puedes gobernar, tu vida.


Aprendiendo a sentir.

ANA


Por primera vez


18 NOVIEMBRE 2007


El lunes tenía que llamar a mi psiquiatra para comentarle qué tal me iba con el tratamiento farmacológico. No estaba. Tenía una conferencia y no estaba en el hospital. Llamé de nuevo el miércoles por la mañana. No sabía muy qué decir, ni siquiera sabía que se suponía que tenía que decir. Me preguntó qué tal me iba y solo pude titubear un desconcertante “no lo sé. Igual, supongo.” No había notado ningún cambio desde que empecé el nuevo tratamiento con los antiepilépticos, la verdad. Ni siquiera sabía por que los estaba tomando ni para qué se suponía que debían servir.


Sigo con mis ayunos de vez en cuando y mis estrictas dietas. Tal vez he notado que ha disminuido mi nivel de ansiedad y que, desde hace algunos días, he perdido un poco el apetito. Me preguntó la dosis que tomaba de cada medicamento y me elevó la de una de ellos porque, al parecer, estaba un poco baja.


El jueves por la mañana fui a pesarme a la farmacia. 47 kilos. He adelgazado un kilo. Una sensación de confusión se apoderó de mí. Por una parte, me alegré por no haber engordado, me alegré, incluso, por haber adelgazado. Pero, al mismo tiempo, me sentí mal. Horrible. Sentí una terrible angustia en mi interior por haber adelgazado. No quiero adelgazar. No quiero engordar pero tampoco quiero adelgazar. Me da miedo adelgazar. Me da pánico volver a adelgazar. Me alejé de la farmacia algo confusa porque por primera vez, no me había propuesto adelgazar y aún así, lo había hecho, porque, por primera vez, me sentía mal por haber adelgazado.


Después de tantos y tantos años sintiendo una increíble sensación de euforia y satisfacción cada vez que veía descender la aguja de la báscula, por primera vez en mi vida, aquello no me hacía sentir bien.


Por una parte aquello me alegró. El saber que iba por buen camino. El saber que me estaba dando cuenta de lo que quería, de que no quería eso otra vez, de que no quería seguir ese camino de nuevo. El darme cuenta, por fin, de aquello no debía ser así. De que el peso no es lo que debe hacernos sentir mejor o peor, de que no es más que una mentira, un modo de engañar a nuestra cabeza, llenar un vacío interior de inquietud e insatisfacción con algo que podemos manejar a nuestro “antojo”.


Pero por otro lado, aquello me asustó. El hecho de adelgazar otra vez, de perder peso, de que, por poco que fuese, una parte de mí se había sentido bien por el mero hecho de adelgazar. Me asustó porque sentí que estaba lejos de recuperarme, que estaba lejos de llegar al final y, más allá de todo eso, me asustó porque comprendí lo realmente difícil que m iba a resultar.


Para colmo he perdido el apetito, el poco que tenía. En seguida me encuentro llena y no me apetece comer. No es cuestión de que me sienta mal o no quiera comer algo porque vaya a engordar sino porque… no me apetece. No puedo. Ayer, por primera vez apenas pude acabar la ensalada. Una ensalada. Con lo que me gusta la ensalada. Y apenas pude acabarla. No podía más. Mi cuerpo decía basta. No tengo hambre. No me apetece comer. Es como si al desaparecer la ansiedad hubiese perdido el apetito, las ganas de comer cuando llevas varios días alimentándote a base de fruta.


Como ya sabéis, estoy sumergida en el proyecto de mi vida que es mi libro. Pero para ello, necesito saber y conocer antes de hablar, mi experiencia no es suficiente para hablar de los trastornos de la alimentación; de modo que me dedico a leer, investigar, informarme… Ayer leí sobre las bases neurobiológicas para el desarrollo de los trastornos de la alimentación. Es muy curioso.


Resulta que el hipotálamo tiene dos partes. Una de ellas contiene el “centro de saciedad” y la otra controla el “centro del apetito”. Pues bien, las teorías y las pruebas demuestran que existen fármacos que estimulan los neurotransmisores que actúan sobre cada una de estas partes del hipotálamo, de modo que si, por ejemplo, una persona toma fluoxetina porque tiene disfunción en los neurotransmisores que actúan sobre el centro de saciedad, entonces ésta estimulará estos neurotransmisores para que envíen el mensaje correcto a la parte del hipotálamo que controla la saciedad y se sentirá saciado antes y dejará de comer. Este es uno de los fármacos que se usan para el tratamiento de la bulimia.


En mi caso, estoy tomando fluoxetina, así que es posible que la falta de apetito sea por esta cuestión. Tal vez no. De todas formas, la única conclusión a la que puedo llegar es que éste es un proceso largo y muy complejo en el que influyen muchos factores, lo que complica mucho más el tratamiento.


El viernes tengo el próximo control de peso y de dieta. Veremos cuánto peso entonces y qué me dicen en la unidad. De cualquier forma, yo me encuentro más animada y contenta que nunca, lo cual para mí es todo un logro y hace que me sienta estupendamente, sin necesidad de recurrir al peso o a la comida, más que como una cuestión de mi vida diaria y mis conductas aprehendidas.


ANA


Noviembre dulce


12 NOVIEMBRE 2007


Noviembre…


Qué largo es Noviembre. El mes de las largas noches y las tardes frías. Los árboles despiden el año del mejor modo en que lo saben hacer, dando una fiesta de luz y color. Las hojas doradas de los árboles caen al son del viento mientras las ramas bailan al compás.


Un soplo de aire frío entra por mi ventana. Respiro. Aire fresco. Aire nuevo. Aire cargado de esperanzas. Un nuevo año cargado de ilusiones que se acerca pretencioso. Un pájaro surca el inmenso cielo azul en pos de la libertad, la libertad que tanto ansío.


Noviembre oscuro y gris. Noviembre triste y frío que despide el año. Noviembre retrospectivo. Noviembre dulce que transcurre en el silencio de las vidas anónimas de los peatones que caminan cada día ocultando su rostro entre el calor de sus bufandas.


Noviembre solitario y melancólico. Mes de las tardes llenas de libros junto a la chimenea imaginaria, mes de los cafés cargados y calientes hasta altas horas de la mañana, mes de las horas interminables de música ambiental y sonidos imperturbables, mes de las tardes infinitas frente al teclado del ordenador, mes de las palabras inagotables y los pensamientos ilimitados día tras día.


Noviembre frío y ventoso. Noviembre dulce. Noviembre tranquilo. Mes de paz y de calma. Mes de nostalgia. Mes de recuerdos. Mes de divagaciones. Mes de olores que se funden en la tierra húmeda bajo un manto de hojas amarillas que crujen bajo las pisadas de los transeúntes impasibles.


Mes de miradas frías y penetrantes que perturban tu alma. Mes de miradas al pasado, mes de recuerdos, mes de vestigios de sueños inalcanzables que nunca llegan. Mes de ilusiones y esperanzas. Noviembre. Dulce y amargo noviembre.


El electro salió perfectamente. Tengo un corazón a prueba de balas. Estoy segura de que se debe a todo el deporte que hago, sin el cual mi vida no sería la misma. El deporte, siempre que no se haga como una obsesión y con el único objetivo de perder peso, es la mejor terapia psicológica y física ya que, no solo ejercita los músculos, el corazón, el metabolismo y el organismo en sí, sino, también, el sistema locomotor y neurológico y aporta grandes beneficios para el desarrollo personal.

ANA


1ª Sesión


05 NOVIEMBRE 2007


El 01 de Noviembre era el 25 aniversario de mis padres, pero como tanto mis hermanos como yo habíamos planeado irnos unos días de vacaciones, pensamos conmemorar sus Bodas de Plata en una pequeña íntima celebración familiar el martes 30 de octubre. Fuimos a cenar a un restaurante italiano en el que tan sólo pedí una ensalada. Después de la cena, vinieron los regalos. Les hice tres señala libros que diseñé personalmente con diferentes fotos de la boda y de nosotros de pequeños, y no tan pequeños. Les enmarqué varios de los ejemplares de recuerdo y les regalé un ramo de margaritas que fue el ramo de novia de mi madre. Por último, les regalé lo más importante: “Carta a mis Padres”. Les escribí una carta que imprimí y encuaderné a modo de publicación y de la que edité unos 10 ejemplares para repartir entre familiares y amigos íntimos. Una carta dirigida a mis padres, principalmente, en la que me sinceré por completo, en la que les pedí disculpas, en la que les di explicaciones y en la que les di las gracias. Una carta en la que les transcribí el prólogo de mi libro contando el por qué del mismo, cómo nació el libro y por qué. Una carta de confesiones, una carta de retazos, de sentimientos, de sensaciones, de recuerdos, de divagaciones, de preguntas y respuestas. Así mismo, añadí, un fragmento que, tal vez, muchos de vosotros hayáis leído; aquella carta que escribí a mi madre de ocultis por el día de la madre. Pensé que, tal vez, era un buen momento para entregársela.


Mañana del 31 de Octubre. Tengo que estar a las 8:30 al otro lado de la ciudad para mi primer control de peso y dieta. Me levanto a las 7:00 de la mañana. Me visto, desayuno mi habitual café con leche desnatada y mi tostada de pan de molde integral cortada en 5 tiras, me lavo los dientes, me peino, hago mi cama, arreglo mi habitación, cojo el bolso y salgo por la puerta. Esta vez he tenido suerte y mi padre me lleva al hospital en coche. Después de un increíble atasco que atraviesa la ciudad llego puntual a la unidad de trastornos alimenticios del Hospital Royo Villanova.


Pilar, la enfermera, me entrega una hoja donde tengo que rellenar algunas preguntas del tipo: “¿Con quién comes habitualmente? ¿Cuántas comidas realizas al día? ¿A qué horas? ¿Tienes algún ritual a la hora de las comidas? ¿Qué alimentos comes habitualmente? ¿Qué alimentos no comes nunca? ¿Qué alimentos procuras no tomar? ¿Cuánto pesas? ¿Cuál ha sido tu peso mínimo? ¿y tu peso máximo? ¿Cuándo fue tu última menstruación? ¿Tienes atracones? ¿Con qué frecuencia? ¿Te provocas el vómito? ¿Con qué frecuencia? ¿Haces deporte? ¿Cuántas veces tomas los siguientes alimentos al día, semana o mes?”


Después de debatir y titubear en algunas de mis respuestas, entrego mi cuestionario perfectamente rellenado y entro en la sala contigua donde me siento frente a la mesa de la enfermera que saca un montón de hojas y comienza con la sesión informativa. Observa algunas de mis respuestas y enfatiza en la importancia de una dieta equilibrada.


En primer lugar, me explica el desarrollo de un TCA. Sabe que entiendo a la perfección por qué estoy aquí. Sabe que he leído mucho, que estoy informada, que entiendo, que comprendo, que estoy por la labor, que estoy de su parte, que quiero intentarlo. Sabe que no me explica nada nuevo pero tiene que explicármelo. Aún así, algo de lo que me dice llama mi atención. Me muestra un esquema sobre el desarrollo de los trastornos alimentarios. Los factores influyentes, la presión sociocultural, el contexto familiar, la baja autoestima, el perfeccionismo, la ineficacia para afrontar los conflictos, los acontecimientos externos incontrolables… todo ellos se reflejan en una insatisfacción corporal que llevan a la dieta. La DIETA. El detonante. Nunca pensé que la dieta fuese el detonante. La enfermera me explica cómo muchas personas pasan por la misma situación y sufren los mismos factores sin que en ellas se desarrollen un TCA, esto es porque no existe tal detonante. La dieta. Ese es el detonante. La dieta es lo que hace que se desarrolle un trastorno de la alimentación. Y, por tanto, para subsanarlo, para superarlo, hay que incidir en la dieta. Hay que reestablecer la dieta, hay que equilibrar la dieta para eliminar el trastorno.


Continúa con la sesión informativa. Pirámide de la alimentación. Primer nivel: Patatas, arroz, pan, pasta, harinas y cereales (4-6 raciones al día). Segundo nivel: Verduras, hortalizas y frutas (4-8 raciones al día). Tercer nivel: Leche, queso, queso fresco, yogur, cuajada (2-4 raciones al día). Otros quesos y aceite de oliva (3-5 raciones al día). Cuarto nivel: Pescados, carnes magras, aves, huevos, legumbres, frutos secos (2-3 raciones a la semana). Quinto nivel: Embutidos, carnes, grasas, ahumados (ocasional). Sexto nivel: Dulces, caramelos, pasteles, snacks dulces o salados, refrescos, salazones (ocasional). Séptimo nivel: Mantequilla, margarina, bollería, mayonesa (ocasional).


A continuación, me explica el patrón de comida regular. 3 comidas diarias y 2 tentempiés planificados, es decir, 5 comidas al día. Y he aquí mi pregunta, “¿cómo es posible pasar de saltarse comidas y hacer ayunos a, de repente, hacer 5 comidas diarias?”. La experta responde, “no se trata de que de un día para otro hagas 5 comidas de repente, sino de que te vayas acostumbrando a ir dividiendo las comidas en 5 al día para que se te haga más fácil. Sé que al principio será difícil, pero se trata de ir reeducando a tu organismo así como a tu cabeza. Ir acostumbrándote de nuevo a alimentar a tu cuerpo. Es más fácil si llevas unas pautas, si lo haces de una forma equilibrada, si llevas un control. Si haces tan sólo 3 comidas diarias, cuando te sientes a la mesa tendrás más hambre y querrás ingerir más cantidad de comida o por otro lado, te sentirás llena en seguida y no querrás comer más. Se trata de dividir las comidas, para que alimentes a tu cuerpo del modo adecuado y le administres lo que realmente necesita del modo que lo necesita. Aunque resulte difícil al principio, poco a poco te irás adaptando y adaptando a tu cuerpo. Es un proceso lento y tienes que tener paciencia. Los resultados no aparecen de un día para otro, pero se trata de que poco a poco, con la terapia, las sesiones, los controles, etc… vayamos consiguiendo reeducar tu cuerpo y tu organismo.”


Siguiente hoja: Planificación de 5 comidas al día con ejemplos y consejos en los que aparecen en qué y cómo deben consistir cada una de las 5 comidas diarias y los beneficios que te aporta cada uno de esos comportamientos o alimentos.


Razones para eliminar algunos comportamientos: eliminar vómitos, laxantes, diuréticos, productos dietéticos sustitutivos, ejercicios físico desmesurado. Sé que muchas de estas cosas no son mi caso, al menos en este momento de mi vida, pero la información nunca está de más.


A continuación, me entrega unas hojas con información sobre una dieta equilibrada y la importancia de ésta, donde aparecen los nutrientes que aportan cada uno de los diferentes alimentos o en qué alimento encontrarlos y para qué o por qué es necesario cada uno de ellos.


Las personas anoréxicas creemos tener nociones más que suficientes sobre la alimentación y la dieta. Nada más lejos de la verdad. Lo cierto es que apenas sabemos nada sobre la dieta. Durante esta sesión informativa, que considero de vital importancia y que, a mi juicio, debería ser de obligada educación en las aulas escolares, he aprendido la verdadera importancia no de la alimentación del organismo sino del equilibrio de la dieta. Por ejemplo, las espinacas y las acelgas son los dos únicos alimentos que contienen el ácido fólico necesario para el funcionamiento y desarrollo correcto de los neurotransmisores de nuestro cerebro. Del mismo modo, la fruta contiene una gran cantidad de vitamina c, cuyos antioxidantes son los que permiten absorber el hierro que proporciona la carne. Es decir, de nada sirve comer uno u otro alimento si no se equilibra la dieta. Aquí es donde prevalece la importancia de ésta. A veces resulta como un juego. Como un puzzle en el que encajar todas las piezas para que todo funcione.


Pilar me habló detenidamente de las graves consecuencias de los TCA que conocía de sobra. Las personas con Anorexia o Bulimia no nos paramos a pensar en los efectos secundarios que produce nuestra enfermedad. Solamente pensamos en el ahora. Solamente pensamos en que adelgazaremos unos kilos, en que estaremos mucho más monas, en que podremos meternos una talla menos de pantalón, en que bajará la aguja de la báscula… pero no pensamos en que estamos destrozando nuestro esófago, nuestro aparato digestivo, nuestro estómago, nuestro aparato cardiovascular, nuestro aparato neurofisiológico… Cuando te provocas el vómito corres un riesgo de asfixia que puede provocarte la muerte y, al mismo tiempo, corres el riego de que la bajada de los electrolitos te produzca una parada cardiaca y, por tanto, la muerte. Las personas anoréxicas, por su parte, corren el riesgo de sufrir arritmias cardiacas y problemas en el aparato cardiovascular, ya que al no alimentar a su organismo su corazón se empequeñece y esto causa que tenga un latido irregular (Esta tarde tengo mi primer electrocardiograma para conocer mi ritmo cardiaco).


Otras consecuencias de los vómitos son las posibles úlceras estomacales o esofágicas, así como, irritaciones en el esófago. Un problema muy común entre bulímicas y anoréxicas purgativas es el reflujo gastro-esofágico. Como consecuencia de los vómitos recurrentes, el esfínter esofágico inferior, la compuerta que separa el esófago del estómago, deja de funcionar correctamente y, por tanto, el contenido gástrico sube desde el estómago hacia el esófago pudiendo ocasionar una esofagitis, inflamación del esófago. Esto se debe a que la mucosa del estómago es mucho más resistente que la del esófago, ya que ésta no está preparada para soportar los ácidos que realizan la digestión en el interior del estómago. El síntoma más frecuente del reflujo gastro-esofágico es la pirosis, la sensación de ardor o quemazón en la boca del estómago a causa del defectuoso funcionamiento del esfínter esofágico inferior.


La enfermera me entregó una nueva hoja informativa sobre el reflujo gatro-esofágico ante mi sospecha a padecer dicho problema estomacal en la que se describían algunas recomendaciones saludables sobre comportamientos y alimentos. Luego, me dio unas hojas con pautas para salir de la bulimia, sin estar muy segura de que ese fuera mi caso ya que le repetí en diversas ocasiones que no tenía atracones, y una hoja sobre la dieta restrictiva y las conductas de riesgo que conlleva.


Le hablé sobre mi posible intolerancia a la lactosa. Me dijo que era muy normal y que debía reducir mi consumo de leche y de quesos y sustituirlos por quesos frescos y yogures descremados. Ya lo estaba haciendo desde hace años pero hizo hincapié en la importancia de los lácteos para adquirir la cantidad necesaria de calcio y más aún cuando desaparece la menstruación ya que puede provocar osteoporosis en el sistema óseo.


Después de la charla informativa, me subí a la báscula, me midió y me pesó. 1,60 cm. 48 kilos. Calculó mi IMC: 18,75 y me tomó la tensión: 9/6. Anotó todos los datos en las tablas que llevaban mi nombre en la fecha del 31 de octubre. IMC un poco bajo. “Tienes que ganar algo de peso.” Aquello me asustó. No quiero engordar. No quiero engordar. Me da pánico. No quiero engordar. Me dijo que tal vez sólo serían un par de kilos. Aún así me da miedo. Ojalá no fuese así. Sé que no estoy gorda pero no puedo evitar verme así. Sólo quiero aprender a comer. Que me enseñen a hacer una dieta equilibrada, que me enseñen a no tenerle miedo a la comida, que me enseñen a no necesitar no comer para sentirme bien, sólo quiero aprender a hacer una dieta equilibrada que me permita quedarme así. 48 kilos está bien. Ella añade: “sólo será lo suficiente para que estés sana”. No estoy por debajo del IMC 18, de modo que no estoy excesivamente delgada, solo algo delgada, ¿por qué no puedo quedarme así? ¿acaso no hay personas de complexión delgada?


“¿Qué quiere decir tensión 9/6?” le preguntó. “Tensión un poco baja” añade. “¿Te mareas con frecuencia?”. “Cuando me levanto rápidamente o hago movimientos bruscos.” Respondo. “Es normal. También tenemos que trabajar en ello.”


Para terminar la sesión me da dos tablas que debo rellenar a diario con las comidas que hago al día, incluyendo cada cosa que como, en cada uno de los 5 momentos del día así como los extras o los posibles atracones o vómitos para analizar en la próxima sesión mi dieta y mi alimentación, si necesito añadir o eliminar algún tipo de alimento, si hago una dieta demasiado restrictiva o comprobar determinados comportamientos de riesgo o las posibles razones de estos.


Próxima sesión: 21 de noviembre.


Esa misma tarde me fui a ver a mi chico, esta vez con mi hermano pequeño, que se apuntó al viaje. 4 días de dieta equilibrada con entre 3 y 4 comidas diarias. Ahora empieza lo difícil. Ahora me toca a mí.



Sé que tengo mucha suerte de tener un lugar al que acudir. Me ha costado mucho dar el paso. Muchos años, mucho sufrimiento y mucho esfuerzo, pero tengo suerte y tengo un lugar al que acudir, tengo apoyo y ayuda. Tengo un centro gratuito adaptado a mis necesidades al que muchas de vosotras no tenéis acceso. Muchos centros de España y de otros lugares del mundo carecen de este tipo de Unidades y de servicios, de modo que tengo suerte de tener esta oportunidad. Si estás en esta misma situación, aprovéchala, no pierdes nada por intentarlo. Si no es así, si no tienes esta posibilidad, lo único que puedo ofrecerte es toda la información que me brindan. Si deseas más información, si deseas saber cómo, si deseas conocer alguna respuesta, si deseas ayuda, si deseas hablar, desahogarte, si deseas salir de esto y no sabes cómo, si deseas intentarlo, si quieres, puedes ponerte en contacto conmigo: princesa__ana@hotmail.com


Cuando leí la respuesta de Anafilactita sentí deseos de responder de nuevo. De hecho, lo hice. Garabateé un montón de pensamientos en un trozo de papel para una nueva entrada que pensaba titular “Para Anafilactita II”. Luego comprendí que no era eso lo que quería hacer. Que no quería entrar en ese juego. Que éste, mi blog, es un diario personal en el que otros pueden participar y opinar pero no el que debato con gente con la que no estoy de acuerdo, de modo que, Anafilactita, si estás interesada en comunicarte conmigo, hazlo a través del correo. No quiero entrar al trapo en mi diario, éste es mi pequeño lugar sagrado, donde me expreso, donde me desahogo, donde me evado, donde me libero. No necesito justificarme. Gracias.


ANA